Barcelona, 17.00 h
Veinte minutos después del accidente en el Barrio Gótico, Nicholas Marten se marchó del hotel Regente Majestic, después de disculparse con el comprensivo chico de recepción que estaba de turno y explicarle que su periódico había decidido cambiarlo de misión sin previo aviso. Amablemente, el chico le canceló el depósito que había sido cargado a su tarjeta de crédito y rompió el recibo correspondiente. Al cabo de cinco minutos ya no estaba en el hotel y se encontraba de nuevo en la calle, con su bolsa de viaje, sin haberle dicho a Demi lo que acababa de hacer. Estaba claro que no tenía manera de saber si Pelo Canoso había sido avisado de su presencia en el restaurante por el camarero, o si el hombre le había seguido el rastro hasta el Regente, o si alguien desde el hotel lo había alertado y desde allí lo había seguido, pero abandonando el hotel como acababa de hacerlo dejaba sin pistas claras a cualquiera que quisiera seguirle.
No obstante, sabían que estaba en Barcelona, y una vez muerto Pelo Canoso era sólo cuestión de tiempo que le mandaran a otro para sustituirlo; alguien que sería capaz de reconocerle pero a quien él no conocería. Un extraño. La única ventaja que tenía era que ahora conocía la identidad de Pelo Canoso: Klaus Melzer, Ludwigstrasse 455, Múnich, Alemania. Ingeniero de caminos.
Marten supo que estaba muerto en el instante en que vio la impresionante abolladura en la parrilla frontal del camión y la manera en que el cuerpo estaba tumbado en el suelo frente al vehículo. La ausencia de pulso en la arteria carótida se lo confirmó. Todo lo demás, los gritos a la muchedumbre para que llamaran una ambulancia, el intento de sentir los latidos del corazón abriendo la chaqueta del hombre, cuando se la volvió a cerrar y su segundo ruego para que acudiera la ambulancia, fue todo comedia. Vio el leve bulto en la chaqueta del hombre al inclinarse sobre él; eso era lo que quería y lo que se llevó al marcharse: la cartera de Pelo Canoso. Dentro encontró su permiso de conducir alemán, tarjetas de crédito y varias tarjetas comerciales en las que aparecía su nombre y el de su empresa: Karlsruhe & Lahr, Bauningenieure, Brunnstrasse 24, Múnich.
27.44 h
Marten se registró en el hotel Rivoli Jardín. Seguía en el Barrio Gótico, pero varias manzanas al sur del Regente Majestic. De nuevo, al no tener elección, utilizó su nombre y documentación reales para registrarse. A los diez minutos ya había deshecho la maleta y se puso a llamar a Peter Fadden a Londres por el móvil. En vez de responderle el periodista del Washington Post, le salió la voz grabada del contestador diciendo que Fadden no podía atenderle y que por favor dejara un mensaje. Y Marten así lo hizo, para pedirle a Fadden que lo llamara lo antes posible. Luego colgó y marcó el número del Regente Majestic para hablar con Demi. El teléfono de la habitación sonó, pero no hubo respuesta. Colgó sin dejar mensaje y con la incómoda sensación de que tal vez hubiera sido un error dejarla marchar. La mujer ya se había intentado librar de él en otra ocasión y volvía a estar enojada por el episodio en Els Quatre Gats. ¿Y él qué había hecho? Meterla en un taxi y dejar que se largara. Daba igual lo que ella le hubiera prometido, lo único que tenía que hacer era marcharse del hotel y seguramente no podría volver a encontrarla. Por encima de todo seguía teniendo esa rara impresión de ella, de su manera de actuar, la sensación que había tenido antes de que estaba vagamente desconectada y que todo lo que hacía tenía poco que ver con ella misma. Si eso tenía que ver con su hermana desaparecida, o si todo el asunto era una invención y se trataba de algo totalmente distinto, resultaba imposible de saber. Fuera lo que fuese, ahora se juntaba con la inquietud que ahora sentía por ella.
Marten dejó el teléfono y cogió el permiso de conducir de Klaus Melzer-Pelo Canoso. Le dio una vuelta y luego volvió a mirar su tarjeta de visita. Sin tener en cuenta que Marten le hubiera sido «entregado» desde el aeropuerto, ¿qué demonios hacía un ingeniero de caminos alemán de cuarenta y pico años siguiéndole? No tenía ningún sentido.
A menos que…
Marten cogió el teléfono y marcó el número de Múnich correspondiente a Karlsruhe & Lahr que aparecía en la tarjeta. Tal vez su documentación -permiso de conducir, tarjetas de crédito, tarjetas comerciales- fuera falsa; tal vez Karlsruhe & Lahrs ni siquiera existía. A los diez segundos, la segunda parte de su suposición se desvaneció:
– Karlsruhe und Lahr, gutten nachmittag. -Karlsruhe & Lahr, buenas tardes, dijo una alegre voz femenina.
Cinco segundos más y la primera parte también fue desmentida:
– Con Klaus Melzer, por favor -dijo Marten.
– Lo siento, el señor Melzer no estará en el despacho hasta la semana que viene -dijo la voz en un inglés con fuerte acento-. ¿Desea dejar algún recado?
– ¿Sabe dónde lo podría encontrar?
– Está de viaje, señor. ¿Quiere que le diga que le llame?
– No, gracias. Ya volveré a llamarle.
Marten colgó.
Así que Klaus Melzer existía, y también Karlsruhe & Lahr. Esa confirmación lo devolvió a su pregunta inicial: ¿por qué lo estaría siguiendo un ingeniero alemán de mediana edad, supuestamente con un buen empleo? ¿Por qué pareció tan profesional el cambio de espía que hizo el joven inicial con Melzer en el aeropuerto? ¿Por qué salió corriendo cuando Marten estaba a punto de encararse con él? Lo único que hubiera tenido que hacer era negar cualquier acusación que Marten le hubiera hecho y eso habría sido todo. Marten no habría podido hacer nada más. Pero no había sido así, y ahora Melzer estaba muerto.
– Maldita sea -exclamó Marten, frustrado, y luego cogió el teléfono e intentó localizar a Demi de nuevo.
Lo dejó sonar hasta que la operadora volvió a ponerse.
– Lo siento, la señora Picard no contesta.
– Gracias -dijo Marten, y cuando estaba a punto de colgar se le ocurrió preguntar otra cosa-: ¿Ha llegado ya el reverendo Beck? Venía de Malta.
– Un segundo, por favor. -Se hizo una breve pausa y luego la operadora volvió a ponerse-. No, señor. Todavía no.
– Gracias.
Marten colgó, respiró concienzudamente y cruzó la habitación para enchufar el cargador de batería de su móvil. Si Demi no contestaba y el reverendo todavía no había llegado, ¿dónde estaba? De nuevo tuvo la inquietante sensación de que se había marchado, tal vez para encontrarse con Beck, o incluso con Merriman Foxx. Si lo había hecho, tal vez ya no estuviera en Barcelona sino en cualquier otro lugar. Y de ser así, esta vez se habría asegurado de no dejar rastro para que él no pudiera encontrarla.