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Roma, aeropuerto Leonardo da Vinci, 9.40 h


El vuelo de Air Malta de Nicholas Marten desde La Valetta había aterrizado hacía treinta minutos, y ahora estaba esperando para embarcar en un vuelo de Alitalia que lo llevaría a Barcelona en una hora y cuarenta y cinco minutos. Este era el destino de Demi Picard cuando abandonó Malta.

Se había enterado del lugar al que iba de la misma manera que descubrió dónde se alojaba en la capital de Malta: sobornando al maître del Café Trípoli para saber adónde se dirigía el taxi que había llamado para ella, el reverendo Beck y la joven Cristina. «El British Hotel, señor Marten», le dijo, discretamente.

Marten hizo lo mismo con el conserje bigotudo del British Hotel. Se le acercó a los pocos minutos de que Demi se marchara y le dijo que era el novio de la señorita Picard y que se habían peleado y ella se había marchado.

– Se supone que su madre tenía que reunirse con nosotros aquí en La Valetta mañana. Y ahora no sé qué voy a decirle; Demi es su única hija -mintió con desánimo, jugando el mismo juego que no ponía en práctica desde que había sido detective de homicidios en Los Ángeles.

Entonces adoptaba cualquier papel necesario para obtener la información que necesitaba.

– ¿Tiene alguna idea de adonde se dirigía?

– Me temo que no se lo puedo decir, señor.

Marten se puso todavía más sincero:

– Estaba muy alterada, ¿no es cierto?

– Sí, señor. En especial cuando ha llamado esta mañana después de las seis para pedir, o más bien exigir, que hiciera todo lo que pudiera para reservarle una habitación en un hotel.

– ¿Y lo ha hecho?

– Sí, señor.

Fue entonces cuando Marten le deslizó una propina considerable en la mano y le dijo:

– Por su madre.

El conserje vaciló y luego se inclinó y garabateó «Hotel Regente Majestic, Barcelona» en un papel de carta. Lo dobló y se lo entregó a Marten.

– Por su madre -dijo, con confianza-. Lo entiendo perfectamente.


La razón por la que Demi se marchaba a Barcelona de manera tan precipitada después de que todos en Malta parecieran haberla abandonado, o al menos desertado de la isla, podía ser cualquiera. Fuera lo que fuese lo que hubiera ocurrido entre ella y el reverendo Beck, estaba claro que tenía relación con él, al igual que la tenía con Merriman Foxx. De nuevo pensó en lo curioso que era que un reverendo afroamericano fuera amigo desde hacía años de un oficial del ejército sudafricano de la era del apartheid, un oficial que había dirigido una unidad médica en la que se intentaban desarrollar armas biológicas diseñadas para eliminar a la población negra.

Había algo más. Algo en lo que Marten no había pensado demasiado hasta que se encontró a Beck en la mesa de Merriman Foxx en el Café Trípoli: que él fue el reverendo que pidió ayuda médica a la doctora Stephenson cuando Caroline sufrió la crisis después de los funerales de su marido y su hijo, y que había sido Stephenson quien administró la sustancia que desencadenó la rápida espiral de Caroline hacia la muerte. De Beck a Stephenson a Foxx, el doctor/hombre del pelo blanco con los dedos largos y aquel horrible pulgar con su diminuta cruz de bolas. Todas estas cosas hacían del reverendo Beck un personaje casi tan interesante como el propio doctor Foxx, y Marten esperaba que siguiendo a la señorita Picard hasta Barcelona los encontraría a los dos, o al menos a uno de ellos.


Marten oyó anunciar el embarque de su vuelo de Alitalia a Barcelona. Con la bolsa de su ordenador portátil colgada al hombro, se dirigió hacia su puerta. Al hacerlo se fijó en un joven de complexión media que hacía cola unos cuantos pasajeros más atrás. Parecía tener unos veinte años y llevaba vaqueros y una chaqueta ancha sobre una especie de camiseta informal.

Tal vez un estudiante, o un joven artista o músico. El problema era que ya lo había visto antes: en el vestíbulo del hotel Castille en La Valetta, cuando se marchaba. Y ahora embarcaba en su mismo vuelo a Barcelona. No había razón para sospechar que aquello no era sino una casualidad, pero sospechó, y eso le hizo sentirse incómodo. Tenía casi la sensación de que aquel joven llevaba el nombre de Merriman Foxx tatuado en la frente.

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