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Marten y Pelo Canoso se vieron en el momento en que Marten dobló la esquina para volver hacia Els Quatre Gats.

En aquel instante, el canoso se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y dio media vuelta. Cruzó la estrecha calle apresuradamente y luego se metió como una flecha por otra, para girar al final de la manzana por la congestionada Via Laietana. Marten lo siguió a la carrera. Mientras corría, Marten se preguntaba curioso cómo el hombre podía haberlo seguido hasta el restaurante cuando estaba seguro de haberlo despistado antes. Lo único que se le ocurría era pensar en su atento camarero, tal vez no tan ansioso por incitarlos a beber para engrosar la cuenta como inicialmente sospechó, sino por asegurarse de que él y Demi permanecían en el local hasta poder informar a Pelo Canoso y darle tiempo para llegar. Si ése era el caso, lo que sucedía tenía un alcance mucho más amplio de lo que había imaginado. Una especie de culto basado en la brujería medieval que controlaba, o al menos pagaba, a una red de informadores callejeros que probablemente no tuvieran ni idea de la procedencia de sus pagas. Gente como Pelo Canoso y el joven que lo había seguido desde La Valetta.

A la carrera, esquivando a la gente por una acera atiborrada de compradores, Marten trataba de no perder de vista a su hombre. Pero había demasiada gente y lo perdió. Aflojó el paso y estuvo a punto de tirar la toalla cuando de pronto lo vio salir disparado de en medio de una muchedumbre, a media manzana de él, y luego doblar a la izquierda para meterse en un callejón. Marten sorteó un par de tenderos que discutían entre ellos, estuvo a punto de derribar a una mujer que llevaba un bebé en brazos y luego dobló la esquina justo a tiempo de ver a Pelo Canoso girarse, volver a girar a la izquierda y echarse a correr por una calle más ancha con abundante tráfico.

Estaban en un barrio antiguo, parte del Barrio Gótico, con sus edificios del siglo XIII al XV, las terrazas de los cafés, los pintorescos comercios con apartamentos encima. Con los pulmones recalentados y el corazón acelerado, Marten siguió corriendo. Después de apartarse para esquivar una moto que lo alcanzaba a toda velocidad, giró por el mismo lugar que Pelo Canoso y siguió corriendo, buscando con la mirada entre la muchedumbre que ocupaba ambos lados de la calle. Estaba en plena carrera cuando oyó el ruido agudo de un claxon. Una décima de segundo más tarde se oyó un grito de horror que surgía de entre el gentío que se aglomeraba en la manzana de delante. Luego el claxon se calló y toda la zona se quedó en silencio. Marten se acercó deprisa, abriéndose paso entre la gente casi paralizada y que miraba algo delante de todos ellos. Luego vio un camión grande de mercancías detenido en medio de la calle, sus hierros frontales fuertemente abollados, y el cuerpo de Pelo Canoso en el suelo, delante del vehículo.

La gente se agrupaba a su alrededor, en silencio, mirando. Marten avanzó lentamente y se acercó a Pelo Canoso. Se arrodilló y le puso una mano sobre la arteria carótida, tratando de buscar el pulso. El camionero, un chico de treinta años como mucho, se mantenía junto a la cabina de su vehículo con la puerta abierta. Medio estupefacto, inmóvil.

Marten, de pronto, miró a la muchedumbre que lo rodeaba.

– Llamen a una ambulancia. ¡Ambulancia! ¡Ambulancia! -dijo, gritando; luego se volvió a girar, abrió la cazadora de Pelo Canoso y le puso una mano sobre el corazón. Volvió a tocarle la arteria carótida, mantuvo la mano allí unos segundos, se inclinó un poco, le cerró la cazadora y se levantó-. ¡Ambulancia! -volvió a gritar, luego se empezó a alejar y se coló por en medio de la gente.

A su alrededor podía ver a gente con sus móviles tratando de conseguir ayuda. Detrás de él, el camionero seguía en el mismo sitio, petrificado junto al camión.

Marten siguió andando. Lo último que necesitaba era que llegara la policía y le interrogara sobre el hombre atropellado por el camión. Querrían saber su nombre, le preguntarían si era médico. Y al averiguar que no lo era, querrían saber por qué se había avanzado a ayudar como lo había hecho. Querrían saber qué había visto, qué detalles podía aportar. Desconocía las leyes españolas relativas a los accidentes de tráfico, pero lo último que quería era ser interrogado por la policía o la prensa, o que le hicieran una foto, o salir en un vídeo hecho por el noticiario de una televisión local.

Lo único que quería era no tener ninguna relación con Pelo Canoso.

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