72

9.00 h


Miguel Balius miró por el retrovisor a sus dos pasajeros al fondo del cristal de separación y luego volvió a concentrarse en la sinuosa carretera rural que tenía delante. Era la segunda vía secundaria que tomaba en los últimos cuarenta minutos, ambas para evitar controles de tráfico. La primera fue desde una autopista que llevaba a las montañas en dirección a Terrassa, cuando vio que los vehículos de delante empezaban a reducir repentinamente y luego eran desviados hacia un único carril por un policía armado hasta los dientes. Su solución fue sencillamente tomar la salida siguiente y meterse por un entramado de calles suburbanas hasta el pueblo de Ullastrell, y luego tomar otra carretera secundaria hacia el sur hasta una autovía que los volvía a llevar en dirección norte hacia Montserrat. Fue en esta autovía, en Abrera, donde se volvió a encontrar con otro control. Ahí dio media vuelta y se metió por una carretera secundaria que rodeaba la localidad de Olesa de Montserrat y los colocaba en la curvilínea autovía en la que ahora circulaban dirección noroeste por las montañas rumbo a Montserrat, un trayecto que suponía un buen rodeo pero que era mejor que caer en un control y que las autoridades descubrieran que sus pasajeros eran el presidente de Estados Unidos y su primo.

Miguel se rio para sus adentros. Le habían advertido cuando empezó este servicio que sus clientes podían estar un poco locos. Y lo estaban. Pero tenía experiencia con otros clientes mucho más excéntricos: estrellas del rock, del cine, futbolistas que eran héroes nacionales, tenistas famosos, mujeres con hombres casados, hombres con otros hombres, mujeres con otras mujeres, parejas de las que era incapaz de distinguir quién era quién, ni en género ni dentro de la relación… así que esto no era nada. Se limitó a sonreír y a seguirles el rollo. Para él, tal como el «primo» llamado Harold había dicho, aquello formaba parte del trabajo, y aunque el hombre calvo con las gafas y la barba de dos días le resultaba un poco familiar, desde luego no tenía nada que ver con el presidente de Estados Unidos. Pero si quería actuar como si lo fuera -como el hombre más poderoso del mundo huyendo de las presiones del cargo y pidiéndole esquivar los controles policiales por el camino-, a él le parecía bien.

¿Se le volvió a pasar por la cabeza que aquellos dos pudieran ser los terroristas a los que buscaban las autoridades?

Por supuesto, en especial porque no dejaban de insistirle en que evitara los controles policiales. Pero, al observarlos más de cerca, tenía la sensación del principio, de que no tenían nada que ver con el tipo de gente que el mundo identifica con un terrorista. Además, ¿qué terroristas alquilan una limusina, se van a pasear por la playa descalzos y toman café, y luego se hacen llevar a lugares turísticos fingiendo ser el presidente de Estados Unidos y su primo mientras las autoridades están por todas partes, buscándolos?

De nuevo miró a sus pasajeros. El llamado primo Harold había cogido un bloc de notas de la limusina y estaba escribiendo algo en él. Una vez hecho esto, se lo dio al que se hacía llamar primo Jack cuando no fingía ser el presidente norteamericano. Miguel volvió a sonreír. ¿Qué caramba hacían ahora? ¿Jugar al tres en raya?


– Es el signo de Aldebarán -dijo Marten, mientras le mostraba el dibujo de una cruz con bolas en las puntas que acababa de trazar en el bloc de notas al presidente-. Es la estrella rojo pálido que forma el ojo izquierdo en la constelación de Tauro -prosiguió, repitiendo lo que Demi le había contado el día anterior mientras almorzaban en Els Quatre Gats, en Barcelona-. En los inicios de la astrología se creía que emanaba una influencia potente y beneficiosa. Se le llama también…

– El Ojo de Dios -dijo el presidente.

– ¿Cómo…? -Marten estaba estupefacto.

– ¿Cómo lo sé? -sonrió amablemente Harris-. Pertenecí a la hermandad de Rhodes durante mis estudios en Oxford, señor Marten. Mi especialidad fue historia de Europa y cursé estudios secundarios de teología. Ambas disciplinas me familiarizaron con el signo de Aldebarán, si bien no demasiado, aunque podías enterarte de cosas si preguntabas y tenías la suerte de tener el tipo de profesores exigentes y detallistas que yo tuve. El signo de Aldebarán se cree que fue utilizado como símbolo de identidad por un culto secreto de brujería que pudo haber tenido una fuerte influencia política en Europa durante y después del Renacimiento, y tal vez incluso durante siglos posteriores. No se sabe con seguridad porque el movimiento, si es que existió, no dejó documentos ni historia escritos, al menos de los que tengamos conocimiento. Lo único que queda son rumores y suposiciones.

– Déjeme añadir otro rumor o suposición a los que ya existen del Renacimiento: la conspiración Maquiavelo. ¿Sabe lo que es?

– No.

– Se supone que Maquiavelo escribió un apéndice a su conocida obra El príncipe. -De nuevo, Marten repetía lo que le había contado Demi-. En él creaba el concepto de una sociedad secreta que se dotaba de poder a través de la documentada participación de sus miembros en un asesinato ritual muy elaborado que tenía lugar una vez al año. La idea era que la complicidad deliberada y comprobada en el asesinato creaba lazos de sangre entre ellos y les daba la licencia para actuar con mucha agresividad, sin escrúpulos, como un grupo consciente de que podían ser llevados a la horca si alguna vez se sabía lo que habían hecho. Eso los convertía en una banda bastante peligrosa, en especial si los implicados eran miembros de un grupo ya muy poderoso e influyente.

El presidente apretó los ojos:

– ¿Qué tiene que ver esto, o el signo de Aldebarán, con…?

– Ha hablado de un culto secreto de brujería -le interrumpió Marten-. ¿Eran brujos o brujas?

– Depende de dónde y de la época de la que estemos hablando.

– ¿Y si hablo de aquí y ahora, presidente?

– No le comprendo.

– Merriman Foxx lleva el signo de Aldebarán tatuado en el pulgar izquierdo. El reverendo Beck creo que también, no se puede saber porque sufre un trastorno de pigmentación en la piel. La doctora de Caroline Parsons, Lorraine Stephenson, tenía el mismo tatuaje. Y también lo llevaba, según Demi, su hermana desaparecida. Esta gente son miembros de una secta secreta de brujos que lleva como signo de identificación el símbolo de Aldebarán. -Marten miró a través del cristal de seguridad. Miguel miraba hacia la carretera. Si ahora los podía oír, o si había estado escuchándolos todo el viaje, no se le notaba en absoluto. Marten volvió a mirar al presidente-. ¿Ha hablado usted de una fuerte influencia política, presidente? ¿Y si eso fuera algo más que sólo algo entre sus, «amigos» y Merriman Foxx? ¿Y si tiene que ver también con las brujas? ¿Y si la conspiración Maquiavelo no fuera un apéndice de El príncipe de rumoreada existencia, sino algo real? Algo que un grupo especial adoptó como Biblia particular y ha llevado a la práctica… ¿Y si su culto secreto de brujas existió en realidad? ¿Y si sigue existiendo? Y no sólo en Europa, sino en Washington…

El presidente Harris respiró profundamente y Marten vio cómo la terrible presión de lo que estaba ocurriendo le empezaba a pasar factura, tanto como persona como en calidad de presidente.

– Si hay en realidad una respuesta a esto, tal vez el doctor Foxx sea capaz de ofrecérnosla. -El presidente siguió mirando a Marten un rato más y luego se volvió hacia la ventana para mirar el paisaje en movimiento. Parecía todavía más preocupado e introspectivo que antes-. Vamos de camino a Montserrat, señor Marten, con la esperanza de encontrar al doctor Foxx y enfrentarnos a él -dijo, todavía con la vista perdida en el paisaje-. Sin tener en cuenta todo lo que ha hecho como científico, sus experimentos, las armas que ha desarrollado, hay que tener presente que ha sido soldado profesional la mayor parte de su vida. -El presidente se volvió a mirar a Marten directamente-. Puede que tenga casi sesenta años, pero por lo que he oído, está fuerte y en forma. Y es una persona dura. En el maldito proyecto sobre el que tenemos que indagar probablemente lleve trabajando años, desarrollándolo hasta el punto de que ahora debe de estar listo para su aplicación. ¿Por qué hemos de pensar que nos dirá algo sobre él? No tenemos ningún motivo para creer eso. Si yo fuera Foxx y me encontrara en su misma situación, desde luego no diría una palabra. -Una expresión de desesperación se apoderó de su rostro-. Me pregunto, señor Marten, si estamos preparados para un adversario con el que ya tendríamos mucha suerte en el caso de encontrarlo; si no se reirá de nuestras preguntas y al final nos quedaremos sin nada.

– Creo, presidente -dijo Marten, a media voz pero con fuerza-, que dependerá de dónde y bajo qué circunstancias se le hagan las preguntas.

Загрузка...