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25.00 h


Tuvieron que andar un buen rato antes de que Marten consiguiera calmar a Demi lo bastante como para que se dignara hablarle. Y todavía le llevó más tiempo convencerla de que almorzara con él. Y después de esto, casi media botella de un buen cava local para que se comportara, al menos, con cierta cortesía.

Ahora ocupaban una mesa en el salón del fondo de Els Quatre Gats (Los cuatro gatos), un restaurante situado en una callejuela del Barrio Gótico en el que compartieron un suquet de peix -un cocido a base de pescado y patatas-regado con más cava. Poco a poco, Demi iba entrando en razón.

Llevaba todavía la chaqueta azul sobre la camisa a rayas de corte masculino y los pantalones beis que vestía por la mañana en La Valetta. Fuera o no fuese reportera gráfica, lo que estaba claro era que estaba acostumbrada a viajar rápida y ligera, lo que explicaba probablemente su pelo corto, con el que había poco más que hacer que lavar y secar. Era lista y decidida y, como él ya sabía, tenía carácter. Pero tan cierto como eso parecía, también lo era que tenía un aire vagamente desconectado, como si todo lo que hiciera, incluso a nivel profesional, tuviera que ver con algo ajeno a ella. Qué era ese algo, ni siquiera podía imaginarlo, pero desde luego le daba un extraño aire de vulnerabilidad que la convertía en alguien difícil de definir. Sus ojos grandes, oscuros y de mirada profunda tampoco ayudaban, porque llamaban la atención y descolocaban, en especial cuando miraba directamente como ahora lo hacía con Marten.

– Quiere que confíe en usted -dijo-, ¿no es cierto?

– Eso me ayudaría.

– Pero, en cambio, no cree que pueda fiarse de mí.

Marten sonrió.

– En Malta le he pregunté si sabía dónde habían ido el doctor Foxx o el reverendo Beck, o la joven Cristina, y usted me dijo que no. Y en cambio, sabía en todo momento que Beck venía a Barcelona, y a qué hotel, y…

Demi lo interrumpió:

– El portero del hotel me llamó poco antes de que usted llegara a mi habitación. Me dijo que el reverendo le había pedido que se disculpara por haberse marchado de manera tan repentina. Me dijo adonde había ido y que me había dejado un billete de avión por si deseaba seguirle. Eso es lo que había en el sobre que recogí en el mostrador antes de marcharme.

– Los detalles de cómo ha llegado hasta aquí, o el porqué, no me interesan. Lo que me interesa es que me ha mentido. Explíqueme ahora dónde cabe la confianza.

– Digamos solamente que su aparición en Malta y la manera en la que trató al doctor Foxx me colocan en una postura incómoda.

– ¿Por eso me dijo que podía estropearlo todo?

– ¿Qué quiere de mí?

La manera en que Demi esquivó la pregunta y en que lo miró al hacerlo le dejaron claro a Marten que, al menos por ahora, eso era lo más lejos que podía llegar.

– Mire -le dijo, directamente-, estoy aquí por el mismo motivo que viajé a Washington y a Malta: para averiguar la verdad de lo que le ha ocurrido a Caroline Parsons. Si quiere usted hablar o no del tema es su problema, pero desde mi punto de vista está claro que usted ha viajado a Barcelona por el reverendo Beck, y por eso estoy aquí. Beck y Foxx estaban juntos en Malta por alguna razón. Ambos se marcharon repentinamente y por separado. Eso me indica que es posible que se vuelvan a reunir con la misma rapidez, en especial porque Beck sigue merodeando por esta parte del mundo. Beck me resulta una curiosidad, pero es Foxx quien realmente me interesa, y apuesto a que el buen reverendo me llevará hasta él, y más bien pronto que tarde.

– Y usted cree que el doctor Foxx le puede dar la respuesta sobre la señora Parsons.

– Sí -la mirada de Marten se intensificó de pronto-. Anoche empezó a hablarme de eso, pero luego se dio cuenta de que estaba yendo demasiado lejos y se puso nervioso. Quiero que termine lo que me estaba diciendo.

Justo en aquel momento su camarero, un hombre de rostro agradable y delicado con el pelo oscuro, se acercó a su mesa.

– ¿Puedo traerles alguna cosa más? -les preguntó, en inglés.

– De momento no, gracias -dijo Marten.

– De acuerdo -asintió el hombre, y se alejó.

Demi tomó un sorbo de cava y miró a Marten por encima de la copa.

– Parece que quería usted mucho a la señora Parsons.

– La amaba -declaró, sin ninguna vergüenza ni disculpa. -Estaba casada.

Marten no respondió.

Demi puso una media sonrisa:

– Entonces está usted aquí por amor.

Marten se le acercó un poco.

– Hábleme de las brujas.

– Yo… -Demi vaciló y miró su copa de cava, como si no supiera muy bien qué decir, si es que había algo. Finalmente levantó la vista-. ¿Sabe lo que es una strega, señor Marten?

– No.

– Es la palabra italiana para «bruja». Tengo una hermana menor que vino a Malta hace dos años y desapareció. Más tarde descubrí que era una strega practicante y que estaba involucrada en un aquelarre secreto de brujas italianas. Si eso tuvo algo que ver con su desaparición o no, lo ignoro, pero lo que sí sé es que Malta es un lugar antiguo y lleno de lugares y cosas secretos. Mi hermana estuvo allí tres días y eso es lo último que nadie sabe de ella. Las autoridades la buscaron pero no encontraron nada. Dijeron que se trataba de una mujer joven y que podía haber hecho cualquier cosa.

»Para mí eso no era ninguna respuesta válida, de modo que seguí buscando por mi cuenta. Así es como descubrí al doctor Foxx. Tiene muchos contactos en Malta y conoce a gente y sabe cosas que no sabe nadie, ni siquiera la policía. Pero hay cosas que él nunca revelaría a un desconocido. No sabía qué hacer, y además, tenía que volver al trabajo. Me encargaron un reportaje fotográfico en Washington para describir la vida social de los congresistas norteamericanos.

Allí me enteré de la existencia del reverendo Beck y descubrí también que conocía bien a Foxx. Eso me brindaba una oportunidad magnífica para descubrir lo que le había sucedido a mi hermana, de modo que, a través de un editor francés, me las arreglé para hacer un ensayo fotográfico sobre los clérigos que atienden a los políticos. Convertí a Beck en uno de los protagonistas para poder hacerme amiga de él y ganarme su confianza. Es por eso por lo que pude ir a Malta y conocer personalmente a Foxx. Pero no pude hablar con él de la manera en que necesitaba hacerlo porque… -por un momento, sus ojos destellaron de rabia, pero luego pareció superarlo-, de pronto llegó usted y lo estropeó todo. Y he seguido al reverendo Beck a Barcelona porque, como usted ha supuesto, debe volver a encontrarse con el doctor Foxx en breve. Tal vez mañana y todo.

– ¿Lo sabe seguro?

– No, seguro no. Pero Cristina, la mujer que cenaba con nosotros en Malta, me dijo que el reverendo y el doctor Foxx lo habían comentado justo antes de que Foxx se marchara del restaurante. «Hasta el sábado», dijo Foxx. Puesto que eso ocurrió ayer por la noche, supuse que eso significaba el sábado siguiente, que es mañana. Por eso he venido, para seguir trabajando en el libro con el reverendo Beck y, por ese motivo, espero ver al doctor Foxx cuando se reúna con él. -De pronto su mirada se volvió hacia él y la rabia pareció apoderarse de ella otra vez-. Tal vez lo consiga si no vuelve usted a meterse.

Marten ignoró su comentario.

– Hay algo que no ha me ha explicado: el motivo por el que usted me preguntó si Caroline Parsons me había hablado de «las brujas» antes de morir. ¿Qué le hace pensar que podía saber algo de ellas?

– Porque… -Levantó la vista.

El camarero había vuelto y les estaba llenando las copas de cava, como lo había hecho un par de veces antes. Ahora la botella estaba vacía.

– ¿Desean otra botella? ¿O tal vez alguna otra cosa del bar? -preguntó.

– No, gracias -dijo Marten otra vez.

El hombre miró a Demi y sonrió, luego se volvió y se alejó. Marten esperó a que ya no pudiera oírlos y luego volvió a mirar a Demi.

– Porque… ¿qué?

– Por su médico.

– ¿Stephenson?

– Sí. -Demi hurgó en su bolso y sacó un bolígrafo-. Déjeme enseñárselo. -Cogió una servilleta de papel y luego dibujó en ella un sencillo diagrama y se lo acercó.

Él exhaló ruidosamente al ver lo que era: la misma cruz de bolas que había visto tatuada en el pulgar de Merriman Foxx, la misma cruz de bolas que Caroline le había descrito en su atemorizada descripción del hombre del pelo blanco.

– Es el signo de Aldebarán, la pálida cruz roja que forma el ojo izquierdo de la constelación de Tauro. En los primeros pasos de la astrología se consideraba que emanaba una influencia potente y afortunada. Se le llama también «Ojo de Dios».

– ¿Qué tiene que ver con la doctora Stephenson?

– Lo llevaba tatuado en el pulgar izquierdo. Muy pequeño, apenas se veía.

Marten no podía creerlo.

– Foxx lleva lo mismo.

– Lo sé. Y también la mujer, Cristina.

– ¿Qué tiene que ver el tatuaje con «las brujas»?

– Es el símbolo del aquelarre al que pertenecía mi hermana.

– ¿Foxx y Stephenson son brujos?

– No estoy segura, pero mi hermana llevaba el mismo tatuaje. ¿Por qué otro motivo llevaría gente tan distinta el signo de Aldebarán tatuado en el pulgar, y concretamente, en el pulgar izquierdo?

– ¿Qué le llevó a pensar que Caroline tenía algo que ver con ellos? Yo tuve sus manos mucho tiempo entre las mías y nunca advertí que llevara ese tatuaje, ni ningún otro.

– Se estaba muriendo. El doctor Foxx había estado cerca y la doctora Stephenson había sido su médico durante algún tiempo. No conozco sus rituales, pero tenía la esperanza de que ella supiera algo de ellos. Si tenía miedo, tal vez lo hubiera querido compartir con alguien en quien confiara totalmente y, francamente, ése parecía ser usted. Quería averiguarlo.

– Jamás me dijo nada.

– Entonces me equivocaba. O eso, o es un secreto que se llevó a la tumba.

– ¿Tiene el reverendo Beck alguna marca?

– ¿Se ha fijado en sus manos alguna vez?

– Tiene un trastorno de pigmentación en las manos, vitíligo. Tiene toda la piel manchada -dijo Marten, y luego comprendió-. Lo cual quiere decir que, aunque llevara el tatuaje, resultaría muy difícil de ver.

– Sí.

– Entonces no sabe si es miembro o no del aquelarre.

– Creo que está implicado, pero no sé si pertenece a él.

– Hábleme del aquelarre en sí. ¿Siguen algún tipo de culto? ¿Son adoradores de Satán? ¿Extremistas religiosos? Con el historial de Foxx, tal vez sean algún tipo de grupo militar.

– ¿Le dice algo el nombre de Nicolás Maquiavelo?

– Se refiere usted a Maquiavelo, el hombre.

– Sí.

– Si no lo recuerdo mal, fue un escritor florentino del siglo XVI, famoso por su obra titulada El Príncipe, sobre las formas de obtener y conservar el poder político puro, según el cual la autoridad lo es todo y el oportunismo va siempre por delante de cualquier tipo de moral. Una especie de manual práctico para convertirse en dictador.

– Exacto -asintió Demi con expresión agradecida.

– ¿Qué tiene que ver Maquiavelo con el aquelarre?

– Existe la leyenda de que, en su lecho de muerte, escribió una adenda a El Príncipe, una especie de programa secundario para obtener el poder. Estaba basado en lo que él llamaba un «prerrequisito necesario»: la creación de una sociedad secreta que estaría gobernada por la norma de la complicidad; una hermandad de sangre cuyos miembros participarían en un acto de asesinato ritual. Tendría que ser un sacrificio humano elaborado y orquestado con mucho cuidado, celebrado una vez al año en un lugar remoto y seguro, preferiblemente una iglesia o un templo, para dar a la ceremonia un impacto religioso. Las normas requerían que todos sus miembros firmaran un diario muy bien escondido y con fecha, en el que figurarían los nombres, lugares y fechas de nacimiento, nombre y forma de morir de la víctima, y una huella digital con la sangre de los participantes como tinta e impresa en el diario junto a su firma. Eso se hacía para confirmar su presencia, su fidelidad a la sociedad y su implicación voluntaria en el asesinato. El diario era la clave del poder de la sociedad porque la exposición pública del mismo representaría la ruina, incluso la muerte, para todos ellos. Una vez ejecutado el asesinato y registrada la presencia de los participantes, la sociedad podía establecer su agenda para el año siguiente con la tranquilidad de que lo que habían hecho estaba plenamente blindado contra la traición interna, con lo cual quedaban libres para ejecutar cualquier plan que se acordara.

»Los que conocen esta historia creen que la adenda, si es que existió, no alcanzó nunca a los lectores a los que pretendía llegar -los florentinos oprimidos por la familia Médici gobernante, a los cuales Maquiavelo tenía la esperanza de unir por la sangre para que los destronaran- y en cambio fue enviada a Roma, donde cayó en manos de un grupo ya poderoso e influyente que la utilizó y la ha seguido utilizando durante siglos como base ideológica para perseguir sus propios fines. Para aquellos que siguen este credo, la adenda se conoce como La conspiración Maquiavelo.

– ¿Y usted cree que el aquelarre de Aldebarán es esto, una edición actualizada de la Conspiración?

– Esto, señor Marten, es lo que intento descubrir desde hace mucho tiempo.

De pronto, algo llamó la atención de Marten. Cogió su copa y se reclinó en su asiento, mirando distraídamente por toda la sala.

– ¿Qué ocurre?

– Levántese como si se hubiera enfadado conmigo, coja su bolso y salga del restaurante -le dijo Marten en voz baja-. Gire a la derecha hasta el final de la calle, doble la esquina y espéreme.

– ¿Por qué? ¿Qué está ocurriendo?

– Hágalo, por favor. Ahora.

– Está bien.

Demi se apartó de la mesa deliberadamente, le dedicó una mirada furiosa a Marten y luego cogió su bolso y se marchó. Él la siguió con la mirada unos segundos y luego le hizo un gesto al camarero para que le trajera la cuenta. Expresamente, se tomó otro sorbo de cava y luego dejó la copa sobre la mesa e hizo además de relajarse. Al cabo de un momento, el camarero le trajo la cuenta. Marten pagó en efectivo, se levantó y salió del restaurante, pasando sin mirar junto al turista de cuarenta y pico años que se había sentado a una mesa cerca de ellos y examinaba la carta. Un turista de pelo canoso que ahora llevaba una cazadora de tono oscuro sobre el polo amarillo. Si había alguna duda de que había tomado el relevo en el aeropuerto de Barcelona, ahora se había disipado.

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