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3.03 h


Siguieron a oscuras por un sendero resbaladizo y peligroso que bajaba durante casi dos kilómetros antes de llegar a la orilla del río en el que estaban ahora, detenidos en un pequeño otero, esperando a que José bajara a la orilla del agua para ver cuál era el sitio idóneo para cruzar la corriente. De momento no habían visto ni rastro de las tropas de tierra y suponían que debían de estar todavía en las colinas que quedaban detrás, aunque no había manera de asegurarse.

Diez minutos antes, los helicópteros de ataque se habían alejado bruscamente de la zona que estaban rastreando, río arriba, y se habían marchado en dirección suroeste. Eso les hizo suponer que habían encontrado a Miguel y que éste estaba haciendo todo lo que podía para retenerlos, porque de momento no habían vuelto a por ellos.

Marten avanzó un poco hacia la orilla, tratando de localizar a José en medio de la oscuridad. Lo último que podían permitirse ahora era que su guía resbalara y se lo llevara la corriente.

Estaba a punto de alcanzar al joven cuando el viento se levantó de golpe. Por unos instantes brevísimos las nubes se abrieron y la luna brilló con fuerza, y al hacerlo Marten pudo ver unas sombras que bajaban de la ladera detrás de ellos. Delante, al otro lado del río, estaba la zona desprotegida de doscientos metros que José les había descrito. Luego las nubes volvieron a tapar el cielo y la luz se fundió.

Entonces se dirigió rápidamente a José:

– Hay hombres bajando la colina más atrás. Hemos de cruzar el río y el espacio abierto cuanto antes, antes de que la luna vuelva a alumbrarnos.


3.07 h


Se cogieron de los brazos formando una cadena humana para cruzar; una empresa ya lo bastante difícil bajo circunstancias normales y casi imposible ahora, mientras intentaban mantener el equilibrio contra la fuerza del agua que bajaba y al mismo tiempo conservar puestas las mantas térmicas. El orden de la formación era el mismo de antes: José, luego Marten, luego el presidente y Hap al final.

– Miren -dijo Marten, al llamarle la atención algo encima del risco del que bajaba la corriente.

Al instante, la luz de rastreo de un helicóptero de ataque se balanceó por la ladera y empezó a bajar por encima de la corriente en dirección a ellos, con las luces jugueteando por la colina de la que procedían y donde ahora se veían con claridad al menos una docena de hombres uniformados que bajaban corriendo en dirección al río.

– ¡José, vamos, vamos! -gritó el presidente.

El chico corrió como si le acabaran de disparar. En cuestión de segundos había alcanzado la otra orilla y estaba ayudando a los otros a salir. Luego se volvieron y corrieron, cruzando el espacio abierto y metiéndose bajo los árboles un segundo antes de que el helicóptero alcanzara el punto por el que habían cruzado el río. De pronto volvió a subir, balanceando el reflector por la zona desprotegida y hacia los árboles bajo los que se encontraban, y luego volvió a remontar la corriente fluvial y la colina de la que procedían. Más arriba vieron el segundo y tercer helicópteros sobrevolando la corriente en zigzag, con los reflectores iluminando el río y las escarpadas colinas a ambos lados.


3.13 h


Se encontraban en un bosque denso, remontando un terreno rocoso cada vez más difícil y complejo. José miró atrás y luego se detuvo y esperó a que los otros lo alcanzaran. Estaban rozando el agotamiento -las piernas agarrotadas, jadeando para coger oxígeno bajo las finas mantas térmicas- y llegados a ese punto, luchaban ya tan sólo por ser capaces de seguir avanzando.


3.15 h


Se agacharon bajo una roca enorme, ocultos bajo el saliente protegido por un árbol muerto muchos años atrás que se apoyaba contra la roca. A los pocos segundos un helicóptero de ataque hizo un pase directamente por encima de sus cabezas, con el haz de su reflector iluminando directamente la roca y proyectando enormes sombras por entre los árboles. Un segundo helicóptero le siguió el rastro, y luego un tercero.

– ¡Por ahí! -gritó José, tan pronto como se alejaron.

En un santiamén se levantaron y se echaron a correr.


3.17 h


– ¡Por ahí! -volvió a gritar José, saliendo bruscamente del sendero y metiéndose por una estrecha obertura que cruzaba por la base de dos pilares enormes de piedra arenisca. Los otros lo siguieron a la carrera y se colaron detrás de él-. Se llama «La rampa del Diablo». Es muy empinada y llega hasta muy lejos. Imaginen que están jugando y que llevan los ojos tapados. Síganme por el ruido y, sencillamente, déjense caer.

El presidente tradujo al momento.

– ¿Ok? -dijo José en inglés.

– ¡Vamos! -respondió el presidente.

– ¡Vale! -Al instante, el chico se dejó caer por la pendiente oscura y desapareció. Podían oírlo más abajo, deslizándose por la pizarra mientras descendía. Desde más arriba se oía el ruido sordo y acompasado de los helicópteros.

– Ahora tú, Hap -ordenó el presidente.

– Sí, señor -asintió Hap y, mirando a Marten, se metió en el tobogán.

Marten miró al presidente con una media sonrisa.

– Promesa cumplida: no nos hemos muerto en las galerías.

– Aquí tampoco nos moriremos -ahora era el presidente quien sonreía-. Vaya… ¡espero!

– Yo también. Usted es el siguiente, primo. ¡Vamos!

El presidente asintió, se volvió bruscamente y se metió por la grieta oscura. Marten esperó a que hubiera recorrido todo el espacio, luego respiró hondo y le siguió.


3.19 h


Era como si se hubieran tirado por el agujero de un ascensor. La caída era, como José les había dicho, muy empinada y llegaba hasta muy lejos. Más empinada y larga de lo que ninguno de ellos había imaginado. Directamente hasta el corazón de las tinieblas. Los de arriba salpicaron a los de abajo con trocitos de pizarra voladores.

José, Hap, el presidente, Marten. Todos y uno tras otro cayeron en picado y a ciegas, teniéndose en un pie y luego en el otro, tratando desesperadamente de mantener el equilibrio mientras la tierra se deslizaba veloz debajo de ellos, cada uno de los que estaban arriba temiendo caer sobre el de abajo.

Marten se dio de bruces contra una pared de roca que no había visto a su derecha y estuvo a punto de quedarse sin sentido. Se apartó a peso y viró a la izquierda con la esperanza de permanecer centrado y no chocar contra la pared al otro lado.

Oyó un fuerte gruñido más abajo cuando el presidente chocó contra algo. Quería gritar, para decir que estaba bien, pero avanzaba demasiado rápido. De pronto tuvo miedo de que el presidente se hubiera herido y de pasar a su lado a demasiada velocidad sin verlo. La idea de llegar al fondo y luego tener que volver a escalar resultaba impensable, por imposible. La pizarra no ofrecía sujeción. Luego oyó al presidente que volvía a gritar al chocar con otra cosa y supo que al menos seguía por delante de él.

Medio segundo más tarde se le quedó el pie derecho atrapado en algo y siguió descendiendo cabeza abajo. Se deslizaba a una velocidad aterradora y trataba desesperadamente de frenarse lanzando los brazos a un lado y al otro. Entonces abrazó una roca grande con el brazo derecho. Se abalanzó sobre la misma y logró detenerse. Estaba aturdido y sin aliento. Entonces vio los reflectores de los helicópteros buscando por las arboladas formaciones rocosas de arriba. Eso le hizo temer que, en cualquier momento, los pilotos deducirían lo que había ocurrido y descenderían rápidamente para iluminar toda la zona, y al mismo tiempo mandarían una manada de tropas a perseguirlos. O, lo que era peor, les estarían esperando al fondo cuando finalmente llegara. Si es que llegaba. Otro segundo y se puso de pie. Luego, de nuevo, salió a la oscuridad.

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