Hotel Rivoli Jardín, 3.07 h
– ¿Es éste el señor Marten? -preguntó la detective de paisano de la policía de Barcelona, Juliana Ortega, al empleado del turno de noche que estaba en el mostrador del hotel, un hombre muy delgado, mientras le mostraba la foto de Marten del periódico. Él le echó un vistazo y luego miró a los dos hombres que había detrás de ella y que lo observaban, los detectives de paisano Alfonso León y Sancho Tárrega.
Fuera había una decena más de policías de paisano. Dos en cada uno de los coches que vigilaban las dos entradas del edificio que daban a la calle, dos más en un coche aparcado detrás del mismo, cerca de una entrada de servicio y de mercancías. Los otros cuatro estaban apostados en la azotea de un edificio de viviendas al otro lado de la calle, dos de ellos con prismáticos de visión nocturna, y los otros dos eran tiradores armados con rifles Barrett del calibre 0,50 equipados con mirillas nocturnas. El primer par vigilaba la calle; el segundo, la ventana de la habitación 408.
En total había trece miembros de la policía, con identificaciones de la Guardia Urbana de Barcelona, pero todos ellos actuaban camuflados. Seis de los coches de vigilancia eran agentes especiales de los GEO, el grupo de élite de la policía nacional española; los otros, los de la azotea al otro lado de la calle y los detectives Ortega, León y Tárrega, eran los «efectivos» en Barcelona de la oficina de la CIA en Madrid con los que contaba el jefe de la misma, Kellner; agentes de la CIA que operaban con el permiso de la policía municipal y de los servicios de inteligencia españoles.
– Le he preguntado si éste es el señor Marten -le insistió de nuevo la detective Ortega al recepcionista, señalando la foto del periódico y tratando de ignorar la fuerte música cubana que llegaba desde el club Jamboree hasta el vestíbulo del hotel.
– Sí -asintió el hombre, paseando nerviosamente la mirada entre la detective Ortega y los hombres que tenía detrás-, sí.
– Hay otro hombre con él -dijo ella, convencida.
El recepcionista volvió a asentir, ahora con un gesto de la cabeza. Estaba claro que no tenía ni idea de qué se trataba o de lo que estaba ocurriendo.
El detective Tárrega dio un paso adelante:
– ¿Están los dos en la habitación, ahora mismo?
– Sí, creo que sí -dijo el hombre, nervioso-. No se lo puedo asegurar, porque he estado ocupado, pero para marcharse deberían haber pasado por delante del mostrador y yo no los he visto. He estado toda la noche aquí. El jefe me ha hecho trabajar dos turnos seguidos. Yo no le he pedido hacer horas extras, pero me ha dicho que esto es lo que hay.
– Ese otro hombre, ¿quién es? -insistió la detective Ortega-. ¿Cómo se llama?
– No lo sé. Dijo que era el tío del señor Marten. Yo mismo le he dejado subir a la habitación.
– ¿Qué aspecto tiene?
– Como el tío de cualquier persona -sonrió el recepcionista, atemorizado.
– Responda a la pregunta, por favor -le apremió Ortega-. ¿Qué aspecto tiene?
– Mayor… bueno, no muy mayor, pero un poco. Casi calvo, con gafas.
– ¿Calvo?
– Casi, sí.
El detective Tárrega miró al detective León y le hizo un gesto hacia el ascensor, luego volvió a mirar al empleado, y le dijo:
– Por favor, denos la llave de la habitación de Marten.
– Yo… Eso va contra las normas del hotel… -empezó a protestar el recepcionista, pero luego decidió rápidamente no insistir. Nervioso, cogió una llave electrónica virgen, la programó y se la entregó a Ortega.
De pronto, Tárrega miró a Juliana Ortega.
– Cubre aquí, vamos a subir.
3.12 h
La puerta del ascensor se abrió en la cuarta planta y Tárrega y León salieron. En pocos segundos habían tomado posiciones en ambos extremos del pasillo, desde donde podían ver claramente la puerta de la habitación 408.
Sabían que la 408 era la habitación de Marten, no porque se lo hubieran preguntado al recepcionista, sino porque se habían metido en el sistema de reservas del hotel antes de llegar para confirmarlo. Y también habían confirmado que Marten no había hecho ninguna llamada desde el teléfono de la 408, ni había pedido nada del servicio de habitaciones. Para ellos y para los agentes de fuera, y a todos los efectos prácticos, Nicholas Marten y su huésped calvo seguían dentro de la habitación.