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22.12 h


Los cánticos de los monjes resonaban potentes por todo el anfiteatro. La luna había desaparecido y ahora caía una lluvia regular con un espectáculo de rayos sobre las montañas, subrayados de vez en cuando por enormes rugidos de truenos. Pero la tormenta y sus elementos resultaban anecdóticos comparados con lo que Demi tenía ahora ante ella, que la mantenía petrificada donde estaba.

En el centro del círculo de Aldebarán había un enorme buey vivo atado con cadenas. Los monjes habían formado un círculo a su alrededor y giraban lentamente en la dirección contraria a las agujas del reloj, mientras, uno a uno, los niños aparecían desde detrás de las hogueras para depositar reverentemente ramos de flores a los pies del animal. Cuando los niños hubieron terminado aparecieron sus mayores. Más de cien de ellos, todos rezando silenciosamente, para depositar más ramos ante el buey.

Lo que provocó la estupefacción de Demi y captó toda su atención era que el animal estaba en el centro de una furiosa hoguera, pero en cambio parecía relajado, sin miedo, y o bien no sentía el calor intenso de las llamas o no era consciente de lo que le ocurría.

– No es ni magia ni un engaño -dijo una voz delicada desde detrás de ella. Demi se dio la vuelta y vio a Luciana-. La bestia está en un viaje espiritual. No siente dolor, sólo felicidad. -Luciana sonreía con seguridad-. Vamos, anda, acércate un poco. Fotografíalo. Para eso has venido, ¿no es cierto?

– Sí.

– Pues entonces, hazlo. Regístralo para siempre. En especial sus ojos. Graba la paz, la felicidad que sienten todas las criaturas cuando hacen este viaje. Hazlo y lo verás.

Luciana extendió un brazo hacia el espectáculo y Demi se acercó. Tomó sus cámaras y se acercó al círculo de monjes y se dirigió hacia la bestia ardiente. Cuando lo hacía, una mujer anciana entró para posar flores a los pies del animal y para pronunciar una plegaria breve en el mismo idioma en que los monjes cantaban.

Demi usó primero su cámara digital, la que transmitía las imágenes automáticamente a la página web. Primero hizo un plano general y luego usó el zoom para tomar otro de más cerca. Finalmente se acercó para tomar un primer plano de la cabeza de la bestia. Sintió la intensidad tremenda del fuego, vio la expansión del calor a través del objetivo. Volvió a oír las palabras de Luciana: «Hazlo. Regístralo para siempre. En especial sus ojos. Graba la paz, la felicidad que sienten todas las criaturas cuando hacen este viaje. Hazlo y lo verás».

Luciana tenía razón; lo que Demi vio en los ojos de la bestia, lo que la cámara recogió, era una mirada de paz y, desde luego, si los animales eran capaz de sentirla, de felicidad.

De pronto las llamas se reavivaron con violencia y el buey desapareció de su vista. Ella retrocedió rápidamente. Al cabo de un segundo el cuerpo enorme del animal se hundió en el fuego, despidiendo una enorme cascada de chispas hacia el cielo nocturno. En aquel momento, los cánticos se detuvieron y todo se quedó en silencio. Todos los que la rodeaban bajaron la cabeza.

El gran viaje de la bestia había comenzado.

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