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23.10 h


Demi cruzó la iglesia a oscuras. Con las cámaras colgadas del hombro, llevaba una sola vela para iluminarse el camino mientras pasaba de una lápida antigua a otra, mirando los nombres de familias grabados en ellas. Unas lápidas que, según le había contado Cristina, distinguían las distintas tumbas familiares que contenían los restos mortales de los muertos honrados.

Fuera, la tormenta estaba amainando. Rayos y truenos empezaban a perder intensidad a lo lejos, la lluvia se había convertido en poco más que una llovizna. Dentro, la iglesia estaba en silencio; las familias, los monjes, Cristina, Luciana y el reverendo Beck se habían retirado hacía mucho rato a sus habitaciones. Demi había hecho lo mismo, había vuelto a cambiarse otra vez a su ropa de calle y aguardó al momento oportuno en el que sintió que ya no era peligroso salir de su habitación y volver a inspeccionar la nave de la iglesia.


CORNACCHI, GUARNERI, BENICHI.


Leyó los nombres de las tumbas y siguió buscando.


RIZZO, CONTI, VALLONE.


Avanzó un poco más adelante.


MAZZETTI, GHINI.


– El nombre que buscas es Ferrara -le dijo una voz desde la oscuridad.

Demi se sobresaltó y levantó la vela para mirar a través de la penumbra.

– ¿Quién hay ahí?

Por unos instantes no vio a nadie y luego Luciana avanzó hacia la zona iluminada por la vela. A su lado había un monje encapuchado. Luciana ya no llevaba la túnica dorada de antes, sino una túnica negra similar a las de los monjes. También se había quitado las horribles uñas postizas, pero conservaba el maquillaje oscuro de los ojos, con aquellas rayas que bajaban como flechas desde los rabillos de los ojos hasta las orejas. El efecto del conjunto -la túnica negra, el maquillaje, su aparición repentina en la oscuridad de la iglesia y acompañada del monje solitario- era, como mínimo, inquietante.

– Ven -le dijo, haciéndole un gesto con la mano-, la tumba está allí.

Ferrara.

– Acerca más la vela y podrás leerlo con claridad.

Demi lo hizo.

– Dilo. Di el nombre -insistió Luciana.

– Ferrara -musitó Demi.

– El apellido de tu madre. El nombre de tu familia.

– ¿Cómo lo sabe? -dijo Demi, estupefacta ante aquella revelación.

– Es el motivo por el que estás aquí. Por el que te hiciste amiga del reverendo Beck y luego del doctor Foxx. Querías saber los secretos de Aldebarán. Por eso te reuniste con el desgraciado Giacomo Gela, quien te contó cosas de Aradia Minor.

Demi acercó la vela a Luciana y al monje.

– Quiero saber lo que le ocurrió a mi madre. -Debía tener miedo, pero no lo sentía. Ahora se trataba de descubrir la suerte que había corrido su madre y de nada más.

Luciana sonrió:

– Enséñaselo.

El monje tomó la vela de las manos de Demi, luego se arrodilló junto a la lápida y la levantó. Dentro había un baúl antiguo de bronce. En su tapa había grabadas veintisiete fechas, la primera 1637; la última, exactamente dieciocho años atrás. El año de la desaparición de su madre.

– Tu madre se llamaba Teresa -dijo Luciana.

– Sí.

– Abre la tapa -dijo Luciana, en voz baja.

El monje levantó la tapa del baúl y acercó la vela. Demi pudo ver hileras de urnas plateadas. Cada una estaba encajada en un cuadratín especial de bronce, cada uno con una fecha grabada.

– Las cenizas de los muertos honrados. Como el gran buey de esta noche. Como Cristina mañana.

– ¿Cristina? -Demi se quedó conmocionada.

– Esta noche los niños la han honrado como han honrado al buey. Está pletórica, como lo está su familia y como lo están los niños y los otros.

– ¿Qué me está diciendo? -Poco a poco, la actitud de desafío de Demi se iba atenuando.

En su lugar apareció el miedo.

– El ritual sirve para honrar a los que están a punto de emprender el gran viaje.

– ¿Éstos fueron honrados? -Demi volvió a mirar las urnas.

– Sí.

– ¿Mi madre?

– Sí.

– ¿Todas estas urnas son de mujeres de mi familia? -Demi no lograba comprender.

– Cuéntalas.

Demi lo hizo y luego levantó la vista:

– Hay veintiocho. Pero en la tapa sólo hay veintisiete fechas grabadas.

– Mira la fecha de la última urna.

– ¿Porqué?

Demi hizo lo que Luciana le ordenaba. Al hacerlo, el desconcierto invadió su rostro.

– Mañana.

– La fecha todavía no está grabada porque la urna todavía no contiene las cenizas. -Luciana dibujó lentamente una sonrisa mientras los ojos se le llenaban de una inmensa oscuridad-. Hay una mujer en tu familia que todavía no ha sido contada.

– ¿Quién?

– Tú.

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