22.49 h
La vía del monorraíl seguía una larga curva del túnel. Marten se volvió para mirar atrás y empezaron a avanzar por ella. Era su última visión recta hacia la parte posterior del túnel. Si sus perseguidores habían encontrado esta galería, de momento no había rastro de ellos.
– ¿Hasta dónde cree que debe de llevar? -dijo, al alcanzar al presidente.
– A ninguna parte -dijo el presidente Harris, mirando delante de ellos. A cincuenta metros el túnel acababa bruscamente frente a una sólida puerta de acero.
– ¿Y ahora qué? -dijo Marten.
– Ni idea.
Recorrieron la distancia hasta la puerta rápidamente y en silencio. La vía del monorraíl pasaba a través a ras del suelo, construido de manera precisa para acomodarse al mismo. La propia puerta estaba encajada en unos raíles mecánicos a lado y lado y resultaba evidente que se abría levantándose hacia arriba.
– Tiene que pesar cinco toneladas -dijo el presidente-. Abrirla a mano es imposible.
– Allí -dijo Marten, señalando un pequeño piloto rojo instalado en la misma puerta, un poco más arriba del nivel de los ojos-. Es un sensor infrarrojo, como el del mando de un televisor. Foxx debió de diseñar… -De pronto sacó el aparato tipo BlackBerry de Foxx del la chaqueta, se puso delante del sensor y apretó una tecla que parecía ser la de encendido. Se encendió una lucecita. Miró el panel y entre su amasijo de teclas había una que decía SEND. Apuntó al sensor y la apretó. Nada.
22.54 h
– Tiene que haber algún tipo de código de entrada -dijo Marten, probando una combinación de teclas numéricas y alfabéticas y luego otra.
Finalmente intentó adivinar alguna pauta lógica usando un grupo de nueve teclas con símbolos dibujados que había en la parte inferior del aparato. Siguió sin ocurrir nada.
– Tenemos que volver a bajar por el túnel -dijo el presidente-. ¡Esto no funcionará!
– ¿Hacia dónde?
– Foxx era militar. No habría construido algo sin prever una manera de escapar si las cosas se torcían. En algún lugar del recorrido tiene que haber una salida de emergencia, probablemente varias.
– No hemos visto nada.
– Pues nos la hemos pasado de largo, señor Marten. Sin más.
22.57 h
El presidente y Marten rodearon la larga curva del túnel, retrocediendo por donde habían venido. Cada uno escrutaba el techo y la pared de su lado en busca de una zona de la capa de cemento que pudiera haber sido cortada y remozada de nuevo.
Entonces Marten lo vio, tal vez a setecientos metros en la profundidad del túnel. El más breve destello cuando la luz de emergencia hizo brillar el metal.
– ¡Vienen hacia aquí!
Los dos hombres se quedaron congelados, mirando túnel abajo delante de ellos. Una décima de segundo más tarde oyeron a lo lejos el sonido de unos hombres que corrían en dirección a ellos.
– ¡Las ventilaciones! -dijo el presidente, de pronto-. ¡Por donde hemos bajado! ¡Nos llevarán otra vez al otro túnel!
22.58 h
Alcanzaron la curva del túnel y la doblaron a la carrera, tratando de evitar la línea de visión y al mismo tiempo buscando las vías de ventilación por las junturas del techo y las paredes.
– No las veo -dijo Marten.
– Tienen que estar por aquí. Las hemos visto a lo largo de… -Las palabras del presidente quedaron cortadas por un fuerte golpe, como si el techo se hubiera roto justo delante de ellos. Una décima de segundo más tarde se oyó un grito agudo y el cuerpo de un muchacho cayó por la obertura y aterrizó en el suelo, a menos de siete metros de ellos.
– ¿Qué coño es…? -gritó Marten.
22.59 h
Cuando lo alcanzaron, Héctor estaba tratando de levantarse.
– No parece policía -dijo Marten, y miró hacia atrás.
– ¡Tampoco es americano! -dijo el presidente, mientras miraba al agujero oscuro que se había abierto en el techo del túnel por la caída de Héctor-. ¡Si ha bajado es que hay una subida!
– ¡Primos! -La cara emocionada de Miguel apareció de pronto por el mismo agujero.
– ¡Miguel! -El presidente no se lo podía creer.
– Miguel -intervino Marten-, ¡hay cincuenta tipos pisándonos los talones!
– Dile a Héctor que los suba -ladró una segunda voz por el agujero, y luego Hap Daniels apareció en escena. No miraba a Marten ni al presidente; miraba a Miguel-. ¡Ahora, maldita sea! ¡Rápido!
23.00 h
El presidente subió el primero, luego Marten, luego Héctor.
23.01 h
Oían a los hombres acercándose.
– ¡Verán el agujero! -soltó Miguel.
– Saben que estamos por algún rincón de aquí -dijo el presidente-. Tuvimos que quemar la camiseta de Marten para alumbrarnos el camino, y la habrán encontrado.
– ¿Dónde? -dijo Hap.
– En el túnel de arriba.
De pronto Hap le dio al presidente su linterna.
– Usted y Marten, suban por la chimenea, y rápido. Es empinada y está llena de tramos estrechos, pero podrán hacerlo. Estamos detrás de ustedes.
El presidente vaciló.
– ¡Ahora! -ordenó Hap, y el presidente y Marten se pusieron a escalar.
Inmediatamente, Hap miró a Miguel.
– Vamos a tener que entregarles a los chicos.
– ¿Cómo?
– Armando y Héctor. Estaban explorando los túneles. Sus linternas se han quedado sin pilas. Estaban totalmente a oscuras, se han asustado y han decidido quemar la camiseta de Armando para iluminarse. Finalmente se ha apagado y se han vuelto a perder; habían perdido la linterna por algún sitio del túnel. Han empezado a dar vueltas, han encontrado este túnel y luego esta chimenea. La han abierto y han empezado a trepar. Si lo que buscan son dos hombres, aquí los tienen.
Miguel vaciló. Era una locura. Armando era su sobrino, no podía hacerlo.
– ¡Miguel, díselo ahora! Y diles que entretengan a quienes sean que los encuentren todo el tiempo que puedan. Que lloren, que supliquen, que griten de lo asustados que estaban. O que les digan que tienen miedo de sus madres cuando se enteren. Cualquier cosa. Necesitamos ese tiempo para alejar al presidente de aquí.