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Hotel Rívoli Jardín, 22.20 h


Marten dejó atrás la calle ruidosa, atiborrada de peatones y de tráfico infernal, para adentrarse en la relativa tranquilidad del vestíbulo de su hotel. Se acercó de inmediato al mostrador de recepción y preguntó si había alguna llamada o algún mensaje para él.

– Nada, señor -le dijo el empleado amablemente.

– ¿Ha venido alguien preguntando por mí?

– No, señor.

– Gracias -asintió Marten, y luego cruzó hasta el ascensor para subir a su habitación en la cuarta planta.

Tocó el botón, se metió en la cabina vacía y empezó a subir.

Que no hubiera llamadas ni mensajes, y que nadie hubiera preguntado por él, era un gran alivio. Significaba que la persona que había mandado a Pelo Canoso todavía no había encontrado a un sustituto que pudiera haberlo seguido hasta el Rívoli Jardín. Demi, Peter Fadden e Ian Graff, de Fitzsimmons & Justice en Manchester, tenían su número de móvil y se habrían puesto en contacto con él de esa manera. De modo que, al menos de momento, podía respirar un poco. Nadie sabía dónde estaba.

Demi.

Sus pensamientos volaron de pronto hacia ella y lo que hacía o dejaba de hacer. Obviamente, volvía estar en buenas relaciones con Beck, o no se habría ido con él como lo había hecho. De dónde estaban ahora mismo o quién era la mujer de negro, no tenía ni idea. El hecho era que Demi seguía siendo un misterio. Era cierto que le había facilitado bastante información, en especial en relación con las brujas, los tatuajes de pulgar y el símbolo de Aldebarán, y que había venido a Barcelona esperando reunirse de nuevo con Merriman Foxx. Por otro lado, y a pesar de que perseguían más o menos lo mismo, estaba claro que no quería tener nada que ver con él. Eso le hacía reconsiderar la impresión que tuvo de ella cuando almorzaron juntos en Els Quatre Gats: que a pesar de lo concentrada que parecía, todo lo que hacía tenía que ver con algo distinto de lo que tenían delante. Si ese algo era su hermana desaparecida, o si esa historia era ni tan siquiera cierta, no podía saberlo. Lo que sí sabía era que muchas cosas de aquella mujer lo inquietaban. Era así de sencillo.


El ascensor se detuvo en la cuarta planta, la puerta se abrió y Marten salió al pasillo desierto. Al cabo de veinte segundos estaba frente a la puerta de su habitación y pasó la tarjeta electrónica para abrirla. La lucecita cambió de rojo a verde y la puerta se abrió con un clic. Agotado, con el único deseo de darse una ducha y meterse en la cama, entró, encendió la luz de la entrada y luego cerró la puerta detrás de él y pasó el candado. El baño estaba a su izquierda. Al fondo estaba la habitación, a oscuras, iluminada apenas por la escasa luz que venía de la calle. Anduvo justo más allá de la puerta del baño y buscó el interruptor de la luz.

– Por favor, no encienda la luz, señor Marten -dijo una voz masculina desde la penumbra de la estancia.

– ¡Dios! -Un escalofrío le recorrió el espinazo.

Al instante se volvió de espaldas. Le resultaba imposible alcanzar la puerta, abrirla y salir antes de que el tipo que se encontraba la habitación pudiera pillarlo. Con el corazón acelerado, se volvió y miró hacia la oscuridad frente a él.

– ¿Quién demonios es usted? ¿Qué quiere?

– Sé que está solo. Desde la ventana le he observado cruzar la calle hasta el hotel. -Su voz era tranquila, hasta serena. Éste no era como el chico de la cazadora holgada que le siguió desde La Valetta, ni como el ingeniero alemán que huyó despavorido al verse sorprendido y luego, presa del pánico, cayó bajo las ruedas de un camión.

– ¡Le he dicho que quién demonios es! ¿Qué quiere? -Marten no tenía manera de saber si el tipo estaba solo o acompañado. O si había venido a matarle o, sencillamente, a llevarlo ante Merriman Foxx.

De pronto hubo un movimiento y pudo ver una sola figura masculina que avanzaba hacia él a oscuras. Con un gesto rápido, Marten se quitó el cinturón de los pantalones y se lo enroscó en la mano, a modo de arma improvisada.

– Esto no es necesario, señor Marten.

De pronto, su «invitado» salió de la zona oscura hacia el pasillo iluminado, y cuando lo hizo Marten se quedó sin respiración. El hombre que tenía delante era John Henry Harris, el presidente de Estados Unidos.

– Necesito su ayuda -le dijo.

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