29.40 h
Bill Strait observó el paisaje cuando oscurecía debajo de ellos mientras sobrevolaban la zona una última vez y luego descendían sobre el llano de un pequeño altiplano rocoso. A los pocos segundos, el gran helicóptero Chinook tocó tierra en medio de una tormenta de polvo y hierba seca y el helicóptero paró el motor. Strait miró a Jake Lowe y al asesor de Seguridad Nacional, James Marshall, luego se desabrochó el arnés y fue el primero en saltar del aparato cuando el operario abrió la puerta. Lowe, Marshall y los diecisiete agentes del Servicio Secreto lo siguieron. Lowe y Marshall iban vestidos con un improvisado atuendo de pantalones caqui, botas de montaña y anoraks. Los agentes, como Bill Strait, iban armados y llevaban vaqueros, chaquetas paravientos y botas de montaña. Todos ellos usaban gafas de visión nocturna.
– Por ahí-dijo Strait, antes de agacharse bajo los rotores y acercarse rápidamente a un helicóptero de la policía nacional española que acababa de posarse a cincuenta metros, donde la inspectora Belinda Díaz los esperaba con un equipo de veinte hombres.
Strait, en ausencia de Hap Daniels, se había convertido en el SAIC, el agente especial al mando de la misión. La situación -tal y como la entendían el SS, la CIA y el CNP- partía de la suposición de que el presidente se encontraba en algún punto de las galerías subterráneas, atrapado después de lo que oficialmente se llamaba un «corrimiento de tierras». Aunque se le suponía en compañía de un hombre llamado Nicholas Marten, podía presumirse que hubiera más gente y que el presidente estuviera siendo, todo el tiempo, víctima de una acción criminal y se encontrara en grave peligro. La misión, por lo tanto, era un «rescate en vida» y había que actuar en consecuencia si nada indicaba lo contrario.
En total, nueve helicópteros habían tocado tierra en un perímetro circular de quince kilómetros. Aparte del Chinook, los otros ocho eran del CNP. Cinco de ellos llevaban escuadrones de veinte hombres, policías nacionales especialistas de montaña. Los tres restantes llevaban tres equipos de dieciocho agentes de la CIA cada uno. Las nueve naves transportaban una unidad audio de dos hombres, expertos en audio equipados con dispositivos de escucha de alta tecnología. Además había tres equipos más de la CIA de dieciocho hombres cada uno de camino desde Madrid, más cien agentes del Servicio Secreto que volaban desde la oficina de control del USSS en París para aterrizar en el aeropuerto de Girona Costa Brava y que serían trasladados hasta aquí por helicópteros del CNR La hora prevista de llegada para los equipos de la CIA/Madrid eran las 20.20; para los USSS/París, las 21.30.
29.40 h
La inspectora Díaz miró a Lowe y Marshall y luego a Bill Strait.
– Estamos aquí -dijo en inglés, señalando con el dedo en un mapa del terreno abierto en el suelo, mientras una radio pegada a su cinturón soltaba las comunicaciones del CNP entre las otras unidades. Díaz debía de tener treinta y cinco años, era atractiva, segura de ella misma y estaba muy en forma. Al igual que todos los miembros del CNP, iba fuertemente armada y llevaba un mono de camuflaje-. Tenemos una gran zona montañosa que cubre un área aproximada de 250 km2. -Díaz apartó el mapa y abrió otro. Era una copia de un mapa de 1922 de la compañía minera en la que se indicaba la distribución de sus galerías. Lo señaló-. Estas líneas representan los túneles que estaban en uso en el momento en que se cerró la mina. Como pueden ver, las galerías principales son ésta, ésta, ésta y ésta. El túnel más ancho de los que provienen de la zona del monasterio es éste -dijo, indicando una línea roja-, que es el que más probablemente seguiría una persona o grupo que intentara escapar desde allí. Esto es, por la información de la que disponemos. Los túneles, las galerías, son muy antiguos y llevan más de ochenta años sin utilizarse. Muchos tramos deben de estar hundidos. Eso significa que el mapa puede ayudar, pero no es totalmente fiable.
– Supongamos que se metieron por este túnel -dijo Strait-. Dos de ellos o veinte -dijo, indicando la galería principal-. Usando las 15.37, la hora del corrimiento de tierras, como hora de inicio, ¿a qué distancia podrían encontrarse ahora?
– Eso depende del estado en que se encuentre el presidente. De si tienen que llevarlo, o si se detienen para dispensarle atención médica, o de si disponen de linternas. Como puede imaginar, las galerías están oscuras como tumbas. Eso si han elegido este túnel y no uno de las varias docenas que hay por ahí abajo.
– ¿Pueden haber ido en otra dirección?
– No estamos con ellos. Pueden haber hecho cualquier otra cosa y por cualquier motivo que ignoramos. Tal vez la galería principal se encuentra bloqueada y se han metido por otra. Hemos venido aquí porque es la ubicación más directa y, por tanto, la ruta de salida más probable si no ha quedado bloqueada. Estamos en su extremo más externo e iremos entrando por ella en dirección al monasterio, mientras otros equipos trabajarán desde allí hacia nosotros y otros explorarán las galerías laterales. Nosotros… -Díaz se calló de golpe para escuchar una de las informaciones de radio que iba dirigida a ella-. Sí, sí -dijo finalmente al minúsculo micro de su solapa-. Gracias. -De nuevo miró a Lowe y a Marshall y luego se volvió hacia Bill Strait-. Nos mandan material de perforación. Pronto empezarán a perforar hacia los túneles desde arriba y luego meterán cámaras de visión nocturna equipadas con material de escucha.
– Estupendo -dijo Strait, antes de volver a fijarse en el mapa-. Supongamos que están en esta galería. ¿A qué distancia estamos de una entrada, de una chimenea desde la que podamos meternos?
– Es muy difícil de decir. Las chimeneas no aparecen en los mapas. Tenemos que encontrarlas y hemos pedido ayuda a los agentes rurales, de las patrullas de montaña y forestal, que conocen bien la zona. Pero aunque encontráramos chimeneas o puntos de acceso, no podemos saber qué tamaño tienen; si alguien puede meterse y bajar por las mismas, o si han de ser ensanchadas, o si hay que meter explosivos. Y otra cosa -ahora la inspectora Díaz miró también a Marshal y a Lowe-. Hay algo que deben comprender, caballeros: es bastante posible que los que están atrapados dentro, si es que se encuentran realmente ahí, estén muertos, y eso incluye a su presidente.
– Por eso estamos aquí, inspectora -dijo Lowe a media voz-. De una manera u otra, lo sacaremos.