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El cronómetro que Beck había puesto en marcha en la sala de control marcó cinco minutos exactos.

Luego 4.59.

El gas ya había llenado las estancias inferiores de la iglesia y estaba subiendo rápidamente. Era, como en el laboratorio de Foxx, gas natural compuesto básicamente de metano pero, tal y como lo había diseñado Foxx, no tenía el componente químico orgánico mercaptan que se le añadía para darle olor. Como resultado, nadie de los que siguieran dentro de la iglesia sería capaz de detectar la presencia de gases letales.


4.58 h


Un helicóptero del CNP se elevó del campo de golf del complejo, con la inspectora Belinda Díaz haciendo de guardia armada en el asiento del copiloto. En los asientos de la cabina iban seis miembros del destacamento del Servicio Secreto asignado a Bill Strait. A los pocos segundos, otro helicóptero del CNP despegó con otra docena de agentes del Servicio Secreto a bordo. A unos treinta metros, el helicóptero de Díaz viró a la izquierda y voló rumbo a la iglesia. El segundo le siguió.

– Habla la inspectora Díaz -dijo por los altavoces. Estaba conectada a la frecuencia de radio de todas las unidades de policía española y al séquito de seguridad del Servicio Secreto español-. Se cree que nuestros objetivos están en la puerta trasera de la iglesia de Santa María. Las unidades del CNP siete a la doce, respondan. El Servicio Secreto en la escena, responda a voluntad y con cautela.

Con el rifle oculto debajo de la camisa, Hap salió de cubierta del árbol y se acercó lentamente a la iglesia, mirando una vez al helicóptero del CNP y luego haciendo un alto para recoger el rastrillo que José había utilizado para recoger las hojas del parterre y ponerlo detrás del coche de golf eléctrico.

– ¡Usted, el jardinero! -rugió una voz por el altavoz del helicóptero-. ¡Policía! ¡No se mueva!

La audacia de Hap provenía precisamente de la consciencia de llevar todavía, como José, Marten y el presidente, el uniforme de jardinero del complejo. Pero a estas alturas era posible, si no probable, que ya se hubiera detectado que los uniformes o el carro eléctrico faltaban de los edificios de servicio. Si éste era el caso, el CNP y muy probablemente Bill Strait y sus cientos de operativos del Servicio Secreto y de la CIA estarían ya informados y peinando frenéticamente el vasto terreno del complejo en busca del carro o de los falsos operarios. Si estaba en lo cierto, se lo estaba poniendo fácil expresamente. Y también estaba ganando tiempo, con la esperanza de que Woody llegara en cualquier momento en el helicóptero de ataque y lo hiciera descender en el aparcamiento, y de que la propia acción lograra confundir a todo el mundo y les proporcionara los segundos necesarios para abordarlo.

Hap miró hacia arriba, levantó los brazos y luego señaló a la puerta de la iglesia donde aguardaban el presidente y los otros. Con la misma decisión, bajó los brazos y se encaminó tranquilamente hacia la misma, y mientras lo hacía vio media docena de monovolúrnenes de la policía que subían la montaña a toda velocidad hacia la iglesia.


En la sala de control, el cronómetro de Beck continuaba su cuenta atrás:


4.08


4.07.


Hap entró en la iglesia rápidamente esperando que el presidente, Marten, José y Demi, fuera cual fuese su estado psicológico, estuvieran listos para salir de inmediato. Pero no lo estaban. José estaba en el suelo, semiinconsciente, con la camisa abierta, y Marten estaba encima de él, haciéndole un masaje cardíaco. Había sangre por todos lados. El presidente abrazaba a una Demi medio histérica y todavía llorosa a cierta distancia, para darle a Marten espacio para maniobrar.

– ¿Qué cojones…? -espetó Hap.

– José ha recibido un disparo. Nadie se ha dado cuenta hasta que se ha desmayado. En algún punto del pecho -dijo el presidente rápidamente.

– Presidente, no tenemos tiempo. La policía española está aquí. Sus agentes del Servicio Secreto están a la vuelta de la esquina. Si Woody viene, estará aquí en cualquier momento. ¡Tenemos que salir ahora!

– No los podemos dejar.

– ¡Tenemos que hacerlo!

– Marten -dijo el presidente bruscamente-. ¿Podemos poner a José de pie?

– Creo que sí.

El presidente miró a Hap y luego a Demi.

– Encárguese de Demi. ¡Demi, vaya con Hap!

De inmediato se agachó junto a Marten y entre los dos auparon a José y luego miró a Hap:

– ¡Vamos! ¡Salga ahora!


Dentro de la iglesia, el cronómetro de la sala de control continuaba su cuenta atrás:


3.12


3.11.


La puerta trasera de la iglesia se abrió de un empujón. Hap salió el primero y a toda velocidad, con su insignia dorada del Servicio Secreto pegada al cuello de la camisa, la mano derecha en el rifle automático debajo de la camisa y el brazo izquierdo rodeando a Demi, medio arrastrándola, medio meciéndola.

El presidente y Marten iban detrás, con José entre ellos, que tenía su brazo bueno sobre el hombro de Marten y al presidente al otro lado sosteniéndolo por la cintura.

– ¡Quietos donde están! ¡Ahora! -les ordenó una voz incorpórea en español por el altavoz-. Stop immediately! -dijo la misma voz en inglés.

Los monovolúmenes de la policía española estaban aparcados directamente delante de ellos, bloqueando el paso de los furgones de la iglesia, del coche eléctrico y de la misma carretera de salida. Veinte policías uniformados y fuertemente armados estaban delante de ellos. El helicóptero del CNP se había apartado ahora a unos ciento cincuenta metros y permanecía allí. Inmediatamente se le unió el helicóptero de la inspectora Díaz. El segundo helicóptero del CNP subió y se colocó en posición.

– Ya los veo -dijo la inspectora Díaz, con un gesto al otro piloto.

Medio segundo y su helicóptero ya estaba bajando a sesenta metros para situarse a aquella altitud y aguardar.

Hap podía ver a su izquierda al menos a veinte agentes del Servicio Secreto español que subían en dirección a él desde la puerta principal de la iglesia.

– ¡Servicio Secreto de Estados Unidos! -les gritó.

Luego lo volvió a repetir.

Nadie se movió.

– ¿Y ahora qué? -dijo el presidente en voz baja.

– Dígales que somos del Servicio Secreto estadounidense y que llevamos a un hombre herido que precisa atención médica inmediata -dijo Hap a media voz.

El presidente dio medio paso al frente:

– Somos del Servicio Secreto de Estados Unidos. Este hombre está gravemente herido. ¡Necesita a un médico con urgencia! -aulló en español-. ¡Ayuda médica de inmediato!


El cronómetro de Beck continuaba su imparable marcha hacia el cero.


2.17


2.16


2.15.


La inspectora Díaz miró por encima del hombro al agente del Servicio Secreto americano que miraba por la ventana directamente detrás de ella.

– Dicen que son de los suyos. ¿Reconoce usted a alguno de ellos?

– Se parece a nuestro SAIC, pero desde aquí y con ese uniforme que lleva, no estoy seguro. La mujer es una sorpresa. No reconozco a nadie más.

Díaz se giró y habló por los auriculares:

– Quedan al mando las unidades de tierra del CNP.

Al instante siguiente, cuatro de los policías armados empezaron a avanzar lentamente mientras su cabecilla le hacía gestos al Servicio Secreto español para que permanecieran donde estaban.

– ¡Maldita sea, Woody! -masculló Hap-. ¿Dónde coño estás? ¿Jugando al golf?

Como en una respuesta divina, una sombra monstruosa bloqueó de pronto el sol. Entonces, con un rugido atronador y mientras el impulso de su hélice mandaba un torbellino de polvo y de escombros volando hacia los policías y los agentes secretos españoles, que corrieron a protegerse, el enorme helicóptero Chinook del ejército estadounidense descendió justo a la altura de las copas de los árboles, colándose bajo el helicóptero de la inspectora Díaz y borrándolo de la vista.

– ¡Woody! -gritó el presidente.


– ¡Hace cuatro minutos este helicóptero estaba en el suelo! ¿Qué cojones está pasando? -exclamó el piloto de la inspectora Díaz, mirándola con los ojos muy abiertos por debajo del casco-. ¿Qué hago ahora?

– Capitán Díaz. Soy el agente especial Strait -se oyó la voz de Bill Strait por sus auriculares-. El Chinook tiene permiso para tomar tierra. Que todas las unidades se mantengan a la espera.

Hap miraba boquiabierto el descenso del Chinook:

– No será capaz de bajar este monstruo hasta aquí. ¡No hay espacio!

Contando las aspas de sus hélices, el Chinook tenía treinta metros de largo. La zona de aparcamiento rodeada de árboles podía medir lo mismo, máximo tres metros más por lado. Si Woody pretendía aterrizar sin problema, necesitaría toda su experiencia, suerte, Dios y ayuda.


Dentro de la iglesia, el cronómetro de Beck continuaba la cuenta atrás.


1.51


1.50


1.49.


El Chinook bajó un poco más. Ahora veían ya a Woody en los controles, mirando al frente y a popa y a los lados, midiendo los árboles como si tratara de aparcar un camión de mercancías en un espacio pensado para un turismo. De pronto se oyó un fuerte chirrido por detrás, cuando el rotor de la cola segó las ramas de un pino enorme y las hizo saltar despedidas. Entonces, con un fuerte bum, el Chinook tocó tierra.

Marten y el presidente corrieron a trasladar a José hacia él. Hap les siguió con Demi.

La puerta de pasajeros del Chinook se abrió de pronto y Bill Strait y dos miembros del equipo médico se asomaron. Cinco segundos, diez. Llegaron al helicóptero y los ayudaron a subir a bordo. Otros diez segundos y la puerta de pasajeros se deslizó hasta cerrarse. Inmediatamente se oyó un ruido ensordecedor y Woody volvió a accionar el acelerador. En medio segundo volvían a elevarse y se encontraban en el aire. En ocho segundos ya habían superado la barrera de árboles. Ocho más y la nave giraba 180 grados y volaba rumbo al este.

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