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Hotel Ritz, 11.50 h


La cuarta planta entera se convirtió en un nido de gritos, tal y como Hap Daniels había previsto. El secretario de prensa de la Casa Blanca, Dick Greene, estaba a punto de hacer una declaración especial al enjambre de medios internacionales que se apiñaba en el edificio, empeorando todavía más el caos que suponía la multitud de periodistas acreditados por la Casa Blanca para seguir al presidente en su gira por Europa. Se había filtrado la noticia de que el presidente ya no estaba en Madrid, que se lo habían llevado secretamente a un lugar no revelado durante la noche después de que una amenaza terrorista creíble fuera interceptada por el servicio de inteligencia español. Como oficial al mando del Servicio Secreto que supervisaba la operación, Daniels ya se había puesto en contacto con George Kellner, el jefe de la delegación de la CIA en Madrid, y con Emilio Vázquez, el jefe de la inteligencia española, para establecer una fuerza común que coordinaría sus oficinas con las autoridades policiales españolas en una rigurosa y exhaustiva búsqueda del presidente. La búsqueda sería clasificada como operación de seguridad nacional, lo cual significaba que era rigurosamente secreta a todos los niveles. Inmediatamente después Daniels habló por una línea protegida con el agente especial al mando de la oficina local del Servicio Secreto en la embajada estadounidense en París, para pedir que la oficina de París se pusiera en alerta total en caso de que se necesitaran refuerzos en Madrid. Pronto se añadiría a la caótica situación Ted Langway, un subdirector del Servicio Secreto en la sede de la USSS en Washington, que estaba ya de camino a Madrid para hacer de contacto de Hap Daniels y luego establecer una comunicación permanente con el director del Servicio Secreto en Washington, quien a su vez informaría al secretario del Departamento Estadounidense de Seguridad Interna, bajo el cual operaba ahora el Servicio Secreto.

Y luego estaba la pista que condujo a Hap al panel de acceso del aire acondicionado del falso techo del baño de la suite presidencial. Una revisión minuciosa de vídeos digitales grabados por las cámaras de la azotea mostró la llegada de un camión de víveres al hotel a las 3.02 de la madrugada. Fue detenido y revisado por los agentes del Servicio Secreto y luego autorizado a entrar en el hotel. Las cámaras de seguridad del sótano del hotel mostraban cómo el mismo camión bajaba por una rampa y luego se detenía en un muelle de carga a las 3.08 de la madrugada.

Un empleado del hotel y el conductor descargaron varias cajas de cartón de víveres y luego subieron a la cabina del camión y firmaron el albarán de entrega. En aquel momento, un movimiento vago en forma de sombra se veía acercarse a la parte trasera del camión. Empezaba en la parte superior de la pantalla, proveniente de la zona del congelador, luego se acercaba a la carga del camión y desaparecía. Un momento más tarde, el empleado del hotel se alejaba del camión, el conductor se subía al mismo y se marchaba. Las cámaras de seguridad de fuera del edificio lo captaron mientras se alejaba del hotel, giraba por una calle lateral y desaparecía.

– Alguien se metió en el camión mientras el empleado del hotel entraba a hablar con el conductor. Fuera quien fuese, seguía en el camión cuando éste se marchó -ladró Hap Daniels en respuesta a lo que vio.

El conductor del camión fue llevado bajo custodia por el CNI y facilitó la dirección de las paradas que hizo inmediatamente después de salir del Ritz.

Mientras tanto, el Servicio Secreto y los técnicos del hotel trazaron la trayectoria del fantasma hacia atrás, desde el camión hasta un congelador enorme, luego hasta el pasadizo mal iluminado que había en la parte trasera, buscando en todas las habitaciones y pasadizos que salían de él. A los pocos minutos encontraron una zona grande de almacenamiento y, dentro, una salida principal de climatización que llevaba hasta la azotea, con canalizaciones secundarias que conectaban con todas las habitaciones de todas las plantas del hotel. Que la puerta de acceso a la salida estuviera cerrada y se hubiera comprobado su seguridad por parte del equipo de avanzada del servicio de seguridad, y luego vuelta a comprobar de nuevo justo antes de la llegada del presidente, parecía descartar la posibilidad de que alguien hubiera entrado por ella -usando las canalizaciones para llegar a la suite presidencial, secuestrar al presidente y sacarlo por el mismo camino-, en especial cuando las cámaras de vídeo habían captado una sola sombra que se metía en el camión.

En un instante, todos se dieron cuenta de lo mismo: todo el operativo estaba orientado a evitar que nadie entrara en el hotel sin ser visto, pero no para evitar que alguien saliera del mismo modo; en especial, alguien que tuviera pleno conocimiento de los cordones concéntricos de seguridad que utilizaba el Servicio Secreto. Alguien como el propio presidente. Además, parecía que lo hubiera hecho con premeditación y alevosía. Un inventario de la ropa que el mayordomo del presidente había puesto en la maleta cuando salieron de Washington reveló lo que faltaba: un juego de ropa interior, unos calcetines de deporte, zapatillas deportivas, un jersey negro y unos vaqueros. Era la ropa que al presidente le gustaba ponerse para estar relajado cuando acababa su jornada oficial. Su cartera también faltaba. Nadie parecía saber cuánto dinero llevaba exactamente, pero su secretaria personal confirmó que le había entregado mil euros antes de marcharse de la Casa Blanca para iniciar su gira europea. Llevar cierta cantidad de dinero en efectivo era un hábito que se remontaba a los tiempos en que el presidente trabajaba en una granja, cuando lo pagaba casi todo en efectivo.

En cuanto a su utilización de los conductos de ventilación para evitar la vigilancia del Servicio Secreto, el personal de mantenimiento del hotel demostró cómo los paneles de acceso al sistema principal de tuberías se podían abrir desde dentro, y que estos mismos paneles se cerraban automáticamente una vez hubiera salido quienquiera que estuviera dentro y el panel se volviera a cerrar. Además, en los conductos principales había unos estribos en los que apoyar los pies que iban de la azotea hasta el sótano, y los conductos secundarios eran lo bastante anchos como para que un hombre pudiera colarse por ellos.

A pesar de lo escéptico que Hap Daniels se había mostrado al principio sobre la posibilidad de que el presidente hubiera actuado en solitario y hubiera utilizado el sistema de ventilación como medio de escapada del hotel, el factor decisivo llegó cuando se encontraron restos de varias cerillas de madera que se habían quemado recientemente al fondo del hueco que daba a la zona de almacén. El amigo del presidente, Evan Byrd, era fumador de pipa y tenía pequeñas colecciones de cajitas decorativas de cerillas de madera junto a ceniceros colocadas en varios rincones de su casa. Daniels había visto al presidente recoger varias de aquellas cajitas al marcharse de la residencia de Byrd la noche anterior, y guardárselas en los bolsillos. El presidente no fumaba y, por lo que sabía Daniels, no lo había hecho nunca, así que el motivo por el cual se guardó las cerillas era un misterio para todos. Ahora lo comprendía. Le habían servido para iluminarse todo el camino por el sistema de refrigeración del hotel sin tener que encender las luces del interior del mismo, con lo cual se hubiera arriesgado a desencadenar algún tipo de alarma.

– ¿Hap? -La voz de Jake Lowe provenía de la habitación contigua.

– Estoy aquí.

Al cabo de un momento Lowe y el asesor de seguridad nacional, Marshall, entraron en el baño de la suite presidencial, donde Daniels y otros dos agentes del Servicio Secreto examinaban un panel abierto de acceso en el falso techo del cuarto.

– Por ahí es por donde se ha escapado. -Hap miraba la zona de la canalización, por la que se oía a un agente del Servicio Secreto moviéndose por el circuito.

– ¿Hay algo? -llamó Daniels.

– Sí. -La cabeza del agente asomó de pronto por la obertura del rectángulo-. Por un lado, los de mantenimiento tenían razón. Suba aquí y cierre el panel deslizándolo detrás de usted. Un simple giro de la tuerca lo vuelve a dejar cerrado. Nadie sabría nunca que alguien lo ha utilizado.

– ¿Cómo ha conseguido abrirlo desde aquí abajo? Hace falta una llave especial.

– Si quieres, puedes. Tome esto. -El agente le pasó un trozo de metal retorcido-. Es una cuchara, torcida para que funcione como una llave. Es cutre, pero funciona. Lo he comprobado.

Lowe miró la cuchara y luego miró a Marshall.

– Claro, el servicio de habitaciones. Un bocadillo, una cerveza y el helado. Para tomarte el helado necesitas una cuchara. Ya sabía lo que iba a hacer. -De pronto se volvió hacia Daniels-. Vamos a hablar.

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