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7.00 h


Faltaban todavía unos cincuenta minutos para que amaneciera. Marten volvió a mirar hacia las colinas rocosas, buscando cualquier signo de fuerzas del orden tratando de cazarlos, pero no vio a nadie. Miró al cielo de inmediato, medio esperando escuchar el descenso repentino de un helicóptero, o el rugido de un avión de rastreo. Pero lo único que vio fue la playa solitaria, lo único que escuchó fue el rumor de las olas a sus pies. Al cabo de un segundo su atención se centró en el presidente Harris.

– Tenemos que ponernos en marcha, y pronto -dijo, con tono apremiante.

– Sí, lo sé -dijo el presidente, y ambos se volvieron para dirigirse por la arena hacia Miguel Balius y la limusina a lo lejos-. He estado pensando en Merriman Foxx, señor Marten. En qué hacer cuando lleguemos, si es que llegamos, a Montserrat. Cómo encontrarnos con él a solas sin que nos descubran y, luego, cómo conseguir que nos cuente lo que precisamos saber.

»Y a pesar de lo importante que es, eso es sólo parte de lo que está ocurriendo. Para mi horror, me doy cuenta de que soy la única persona que lo sabe todo sobre su plan; si algo me ocurre a mí, esos hijos de puta serán libres para llevarlo a cabo. Y no le quepa duda de que lo harán.

»Ya se lo he dicho antes, el tiempo es crucial, pero no le he dicho por qué. Se supone que el lunes debo reunirme con los líderes de los países de la OTAN en una importante convención en Varsovia.

– Lo sé, señor; lo he leído.

– Lo que no sabe, lo que no sabe nadie, es lo que mis supuestos amigos tienen planeado para ese día. Es otra parte del motivo por el que me arrastré por los conductos del aire acondicionado en Madrid. Por el que vine a buscarle y por el que estoy ahora aquí. No se trata sólo de Foxx y de la maldita cosa que estén ahora preparando, que sea lo que sea tendrá lugar después de la reunión de la OTAN… -el presidente vaciló, escrutando a Marten con los ojos como si todavía tuviera dificultades para confiar en alguien.

– Por favor, continúe, presidente.

– Señor Marten -se decidió finalmente Harris-, la gente que está conspirando contra mí planea asesinar al presidente de Francia y a la canciller alemana en algún momento de esa reunión de la OTAN. Quieren retirar a los líderes actuales para sustituirlos por otros más afines a sus estrategias. Exactamente dónde, cuándo y cómo van a ejecutarse esos asesinatos, lo ignoro, pero será durante las reuniones de la OTAN porque quieren que tengan lugar en un escenario internacional.

»Me pidieron -bueno, me exigieron- que emitiera una orden ejecutiva secreta autorizando estos asesinatos. Yo me negué, y al hacerlo supe que tenía que huir o me matarían. Por ley, entonces el vicepresidente se convertiría en presidente y, como miembro principal de esta conspiración, no tendría ningún problema en hacerlo. La terrible ironía es que, en mi ausencia, el vicepresidente estará igualmente al mando. La orden será emitida, señor Marten. Top secret y ejecutada en nombre de la seguridad nacional y autorizada por el comandante jefe en activo.

– Dios mío -suspiró Marten.

La angustia inundaba la cara del presidente.

– No tengo manera de comunicar esta amenaza a nadie capaz de actuar sin ser descubierto y sin que esta línea de comunicación sea interceptada de inmediato, facilitando mi localización.

»Hay una reunión anual del New World Institute, una institución global que agrupa a prestigiosos académicos, hombres del mundo empresarial y antiguos líderes políticos, que se celebra este fin de semana en una estación invernal llamada Port Cerdanya, situada en las montañas justo al noroeste de aquí. La reunión está abierta solamente a los miembros de la institución y a sus invitados, y como el Foro Económico Mundial, suele atraer a numerosos grupos de protesta y, con ellos, a un buen número de medios de comunicación. Por tanto, el dispositivo de seguridad es fuerte y creo que está supervisado por el Servicio Secreto español.

»Yo tenía que ser el ponente invitado sorpresa de este año, en la sesión de primera hora de mañana por la mañana. Un buen amigo mío, el rabino David Aznar, vive en Girona, a una hora de tren de aquí. Él es el encargado de presidir el servicio de plegaria y es quien iba a presentarme; vine a Barcelona para poder llegar a Girona. Una vez allí planeaba ir hasta su casa, contarle lo que está ocurriendo y esperar que él pudiera llevarme hasta Port Cerdanya, burlando a las fuerzas de seguridad, para que yo pudiera dirigirme a la convención.

– Y contarles la situación.

– Sí. Podría resultar política y estratégicamente muy peligroso, pero teniendo en cuenta quiénes son, el hecho de que se reúnen en un lugar aislado y relativamente cercano donde no habrá prensa presente, y teniendo en cuenta el poco tiempo que me queda antes de Varsovia y el hecho de que hay millones de vidas en peligro, por mi parte hubiera sido una locura no intentarlo. Pero luego me he dado cuenta de que la operación de mi búsqueda es demasiado exhaustiva y de que el propio rabino David debe de estar sin duda bajo vigilancia física, con todas sus comunicaciones electrónicas totalmente intervenidas. De modo que la idea de llegar a Port Cerdanya bajo su protección y dirigirme a la reunión ha dejado de ser viable. Llegado a ese punto fue cuando supe que tenía que salir de las calles antes de que me atraparan y me llevaran a algún lugar para matarme. Fue entonces cuando vi su foto en el periódico y le busqué.

Ahora se acercaban ya a la limusina. Miguel Balius había abierto la puerta trasera y tenía listas unas toallas para que se sacudieran la arena de los pies al llegar.

Marten hizo un gesto hacia Balius:

– Es muy posible que haya estado escuchando la radio o la tele, probablemente las noticias sobre lo que ha estado ocurriendo en la ciudad. Es posible que incluso hayan divulgado nuestras descripciones, aunque lo dudo porque no quieren que se sepa lo de usted. De todos modos, ¿quién sabe lo que habrán dicho o insinuado? Si sospecha ni que sea remotamente que somos cualquier cosa distinta de lo que le han dicho, puede que quiera hacer algo al respecto.

– Quiere decir avisar a la policía.

– Sí.

Estaban ya muy cerca de Balius y él se les acercó:

– ¿Qué tal el paseo, caballeros? -dijo, con su inglés con acento australiano, mientras se ofrecía a recogerles los vasos de café.

Detrás de él, por la puerta abierta del asiento de pasajeros, Marten podía ver el brillo de la pequeña pantalla de televisión de la limusina. Tenía razón: Balius había estado mirando las noticias.

– Bonita playa -dijo Marten, despreocupado-. ¿Alguna novedad sobre lo que pasa en la ciudad?

– Sólo lo que ya sabíamos hasta ahora, señor. Las autoridades están buscando a unos terroristas a los que creían tener atrapados en un hotel, pero han logrado huir. Es lo único que dicen. Están siendo muy discretos sobre el asunto.

– Supongo que en los tiempos que corren tienen que serlo. -Marten miró al presidente.

Justo en aquel momento sonó su móvil. Empezó a buscarlo y entonces vio al presidente moviendo la cabeza, advirtiéndolo claramente de que no respondiera.

El teléfono volvió a sonar.

– ¿Y si es Demi? -dijo Marten delicadamente-. ¿Y si han cambiado los planes familiares y tenemos que encontrarnos en algún otro lugar?

El presidente respiró. No le gustaba, pero Marten tenía razón; podía haber ocurrido cualquier cosa, y lo último que podían permitirse era perder su único contacto con Merriman Foxx.

– Que sea breve. Muy breve.

Marten respondió al teléfono.

– Demi -dijo rápidamente mientras Balius le ofrecía una de las toallas al presidente y éste se sentaba en el asiento de atrás para quitarse la arena de los pies.

– ¿Qué demonios está pasando en Barcelona? -Era Peter Fadden, rotundo y brusco como siempre.

– La policía busca a unos terroristas -dijo Marten con claridad para que el presidente, pero especialmente Miguel Balius, pudieran oírlo-. Se suponía que los tenían atrapados en un hotel pero no ha funcionado, y están registrando a todo el mundo. Toda la ciudad parece una zona de guerra. ¿Sigues en Madrid?

– Sí, y lo que empezó aquí parece haberse trasladado a Barcelona.

– ¿Qué quieres decir?

– He entrevistado a unos veinte empleados del Ritz y ninguno de ellos ha visto ni conoce a alguien que haya visto a nadie del Servicio Secreto hacer algún movimiento para sacar al presidente del hotel. Luego, ayer por la mañana el Servicio Secreto estaba por todas partes interrogando a todo el mundo sobre lo que habían visto la noche antes. Era como si le hubiera pasado algo al presidente y nadie lo dijera. Además, todo el contingente de medios que estaba listo para seguirle hasta Varsovia ha sido mandado de vuelta a Washington con la historia oficial de que el presidente ha sido trasladado a un escondite en medio de la noche por culpa de una amenaza terrorista muy creíble. Y ahora, la inteligencia española al completo parece haberse concentrado en Barcelona. Algo muy grave está pasando. ¿Se trata realmente de terroristas, o resulta que hay alguien que tiene al presidente y están tratando de silenciarlo?

Marten miró al presidente.

– No se lo estás preguntando a la persona indicada.

– No, se lo pregunto a alguien que está allí y que tal vez pueda hacer alguna deducción. No estoy pensando en terroristas, Nick, pienso más bien en el comité de Mike Parsons. Pienso en Merriman Foxx.

De pronto el presidente Harris se puso a hacer un gesto con la mano alrededor del cuello, una, dos, tres veces. Quería indicarle a Marten que cortara la conversación de inmediato.

– Peter, deja que te llame más tarde -le dijo Marten rápidamente-, tan pronto como pueda.

Marten colgó y vio al presidente meterse en el oscuro interior de la limusina.

– La toalla, señor -dijo Miguel Balius, ofreciéndole una toalla limpia a Marten.

– El primo Harold puede limpiarse los pies dentro del coche, Miguel. Me gustaría salir de aquí ahora mismo -dijo el presidente con voz firme.

– ¿Ahora, señor?

– Ahora.

– Sí, señor.

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