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A Jim Marshall le llevó casi veinte minutos localizar al vicepresidente y lograr que se conectara a una línea protegida. La noticia de que durante la hora anterior el presidente había sido visto vivo, en las galerías y con un hombre cuya descripción coincidía con la de Nicholas Marten preocupó al vicepresidente, pero no lo bastante como para hacerlo desviar, ni a él ni a Marshall, de sus planes. Para ambos era lo mismo que al principio, cuando el presidente desapareció en Madrid y luego fue localizado en Barcelona: o era rehén de Marten o estaba enfermo de la cabeza.

De alguna manera, la situación era ahora más favorable porque ahora sabían seguro dónde estaba. Había cientos de efectivos destacados en la zona y había todavía más de camino. Era sólo cuestión de tiempo, de horas, tal vez de minutos, que lo encontraran. Luego estaría bajo su custodia y de camino fuera de España, a su ubicación aislada y secreta en Suiza.

– Estáis justo encima de él, Jim. Y no hay nadie mejor que tú para asegurar que suceda lo que tiene que suceder -lo tranquilizó el vicepresidente.

– Informará usted a los demás.

– De inmediato. Infórmeme al instante en que lo tengan y se estén elevando ya en el helicóptero.

– Hecho -dijo Marshall antes de colgar.

Luego se fue inmediatamente a buscar a Bill Strait, el cual, junto a la inspectora Díaz, estaba en pleno subidón de adrenalina al coordinar los movimientos de efectivos todavía bajo tierra mientras trataban de gestionar la llegada de nuevas tropas.

Marshall se llevó a Strait a un aparte y lo sacó de la confusión de la tienda del puesto de mando para quedarse con él bajo la lluvia, donde podían estar a solas.

– Una vez lo encontremos, él y Marten deberán ser separados de inmediato. A Marten hay que ponerlo bajo nuestra custodia y llevarlo hasta la embajada en Madrid, y allí será incomunicado hasta que lo interroguemos.

»Nadie le preguntará nada al presidente, no habrá conversación con él en absoluto excepto de tipo médico, si la necesita. Se le lleva directamente al Chinook, cerramos las puertas y nos elevamos al instante. Nada más. Si alguien lo pone en duda, es una orden directa del vicepresidente. Asegúrese de que todo el mundo está al corriente, su gente, la CIA, la inspectora Díaz y sus agentes; todos.

– Sí, señor.

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