3.58 h
– ¡Maldita sea! -gritó Hap Daniels.
El agente especial Bill Strait estaba justo detrás de él. Jake Lowe y el doctor James Marshall entraron corriendo desde el pasillo.
La habitación 408 estaba vacía.
– ¿Estaba aquí? -Lowe entró hecho una furia en la habitación con Marshall pegado a sus talones.
Daniels lo ignoró y habló por su micro:
– ¡Que cierren el edificio ahora mismo! Que no entre ni salga nadie. Quiero que se registre a todo Dios, además de todos los armarios, lavabos, pasillos… ¡que no quede ni un centímetro cuadrado sin registrar! Y esta vez, eso incluye las malditas canalizaciones del aire acondicionado.
De pronto Jake Lowe se puso frente a él:
– Le he preguntado si ha estado aquí. ¿Ha estado el presidente aquí, en esta habitación?
Daniels lo miró una décima de segundo, luego se calmó.
– No lo sé, señor -dijo, en tono profesional, y luego se volvió bruscamente hacia su micro-. Alerten a la inteligencia española. Que manden a sus efectivos ya apostados acordonar una zona de tres kilómetros a la redonda alrededor del hotel. Pídanles que autoricen la detención de cualquier hombre de raza indoeuropea entre cuarenta y setenta años que sea calvo o medio calvo. Y también que autoricen la captura y detención de Nicholas Marten. Y mantengan a la prensa lo más alejada posible de todo esto.
Daniels miró a Marshall:
– Creo que será mejor que informe al jefe de personal y al secretario de prensa de la Casa Blanca. Ambos se verán inundados de trabajo y de golpe, si todo esto sale.
– ¿Ha estado aquí o no? -insistió Jake Lowe, esta vez en voz más baja pero con mucha intención, los ojos inyectados de rabia.
Hap Daniels lo miró, luego se tocó la oreja y examinó la habitación. La cama estaba deshecha, como si alguien hubiera estado durmiendo en ella. Y había una silla apartada de un pequeño escritorio.
Daniels se volvió y se dirigió al baño. Había un trapo y varias toallas húmedas en el fregadero. La bañera estaba todavía mojada y la ducha goteaba un poco. Por unos instantes Daniels no hizo nada, se quedó quieto, pensando. Un segundo más y pasó junto a Marshall y Strait, volvió a entrar en el dormitorio y miró la cama. La examinó unos segundos y luego se acercó, se agachó y olió las sábanas y la almohada arrugada.
– ¿Qué coño está haciendo? -le soltó Jake Lowe-. ¿Ha estado o no ha estado aquí? ¿O acaso no tiene ni idea?
De pronto Daniels se levantó.
– Es aftershave.
– ¿Qué?
– El aftershave. En la almohada. El presidente usa la misma loción barata desde que lo conozco.
– Eso quiere decir que ha estado aquí.
– Sí, señor, ha estado. -Daniels miró a Strait a los ojos-. Traiga un equipo técnico ahora mismo, veamos qué podemos averiguar.
– Sí, señor. -Strait se volvió y se alejó pasillo abajo mientras hablaba por su micro.
– Hap -Marshall inclinó su cuerpo de casi dos metros sobre el escritorio y se cruzó de brazos. Su gesto era glacial-, ¿qué hacemos ahora?
– Esperar como locos poder cazarlo en los próximos veinte minutos. Si no es así, ya podemos empezar todo el proceso desde cero.