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Hotel Grand Palace, Barcelona, 8.40 h


Jake Lowe y James Marshall entraron en una suite de cuatro habitaciones reservada por el jefe de personal de la Casa Blanca, Tom Curran, que todavía trabajaba desde la embajada de Estados Unidos en Madrid. Los especialistas técnicos del Servicio Secreto habían ocupado una de las tres habitaciones y trabajaban rápidamente para instalar un centro de comunicaciones que incluiría líneas telefónicas protegidas con la embajada en Madrid y con la sala de guerra de la Casa Blanca. En las últimas veinticuatro horas ninguno de ellos había dormido y los dos estaban irritables y agotados y empezaban a lucir ligeras barbas. Además, llevaban ya algún tiempo sin disfrutar del lujo de una larga conversación en privado. Lowe lo llevó a una salita y cerró la puerta.

– La pesadilla se va alargando minuto a minuto -dijo-. Es increíble que sea capaz de mantenerse un paso por delante de todos.

Marshall se quitó la chaqueta y la colgó en el apoyabrazos de una silla, luego se acercó a un monitor de televisión y sintonizó la CNN. La miró unos instantes y luego se acercó a la mesa en la que había un pequeño desayuno preparado y se sirvió una taza de café.

– ¿Un café?

– No. -Lowe se pasó una mano por el pelo y se acercó a la ventana a mirar a la calle.

Al cabo de un momento se giró, claramente preocupado:

– Está decidido a desmontarnos. Y tú lo sabes.

– Sí, pero no lo conseguirá.

– Ya hemos tenido confianza en él, ¿te acuerdas? -dijo Lowe, con el cansancio y la rabia que empezaban a hacer mella en él-. Así es como llegó a presidente. Y como escapó del Ritz, y el motivo por el cual sigue por ahí desaparecido.

– Analicémoslo -dijo Marshall fríamente, y luego, con un ojo puesto en el televisor, se sentó en una silla-. Ante todo, para él sigue siendo prácticamente imposible comunicarse con nadie electrónicamente sin que nosotros nos enteremos y descubramos su paradero. Y ahora le costará mucho más, puesto que sabemos la zona geográfica en la que se encuentra. A eso añádele la envergadura de las fuerzas que lo están buscando. Él y Marten pueden ser dos agujas en un pajar, pero paja a paja, el heno se está analizando. Es sólo cuestión de tiempo, de horas como mucho, antes de que el suelo esté limpio y las agujas frente a nosotros.

»Por otro lado, el vicepresidente está de camino a Madrid para reunirse en secreto con el presidente del gobierno español y hablar de la situación provocada por el POTUS.

– Lo sé -intervino Lowe ante algo que ya sabía-. Aterrizará allí antes de una hora, pero ¿qué demonios tiene eso que ver?

– Todo. Lo que nuestro querido presidente ha hecho sin darse cuenta es darnos una oportunidad extraordinaria para colocar al vicepresidente en el puesto principal y frontal de la guerra global contra el terrorismo. Es buenísimo en esos temas, casi tanto como el propio Harris. Éste es tu territorio, Jake, ¡y deberías intuirlo! ¿Por qué mantener su llegada en secreto? Está tan preocupado por la guerra contra el terrorismo como el presidente, y en ausencia del presidente viene a territorio español para decirlo. Traigámoslo aquí esta tarde, paseémoslo por las calles de Barcelona, sin americana, con las mangas recogidas. Dejémosle que hable con algunos ciudadanos, que le oigan intercambiar algunas frases con la policía española que trabaja en los controles. Dejémosle que anuncie al mundo su orgullo de estar aquí representando a América en el lugar del presidente. Que declare lo seriamente que se toma el presidente Harris esas amenazas a la seguridad, y lo decidido que está a no dejar que interfieran con su intervención en Varsovia, o con el discurso que va a dar ante los líderes de la OTAN allí reunidos, un discurso en el que está trabajando personalmente mientras se encuentra recluido. Lo que tenemos, Jake, es una oportunidad entre un millón para enseñar al mundo entero que el vicepresidente es un tipo lleno de buena voluntad que se enfrenta a la gravedad de los problemas. -Marshall sonrió tibiamente-. Justo unas horas antes de que las trágicas circunstancias lo obliguen a asumir el papel de rey coronado.

– Te olvidas de Peter Fadden -dijo Lowe, acercándose a él desde el otro lado de la sala-. Sabe lo de Caroline Parsons, sospecha algo de la muerte de Mike Parsons, conoce la conexión Merriman Foxx y no se ha tragado la versión oficial de lo que le ha ocurrido al presidente. Sigue presionando, y si sigue así pronto tendremos al Washington Post encima.

– No me olvido de Peter Fadden, Jake. Tan pronto como dispongamos de una línea protegida haré una llamada a Washington y me aseguraré de que deja de presionarnos. En cuanto al presidente, tal vez debamos esperar que Hap, la CIA y la inteligencia española no le encuentren.

– ¿Qué quieres decir?

– Que haríamos bien en creer que el reverendo Beck ha ido soltando las miguitas suficientes para que Nicholas Marten esté intentando llegar a Montserrat con la esperanza de enfrentarse al doctor Foxx. Por lo que sabemos por la información del hotel, por la llamada de Fadden de esta mañana y con el truquillo del móvil en el camión agrícola, está haciendo todo lo que puede por evitarnos. El único motivo que tiene es que el presidente está con él. Los dos tienen motivos para enfrentarse a Foxx, y si lo encuentran antes de que Hap llegue -una sonrisa casi imperceptible cruzó los labios de Marshall-, Marten se esfumará y nosotros tendremos el cuerpo de un presidente al que poder llevarnos al «lugar secreto» en el que supuestamente ya se encuentra y en el que, por desgracia, sufrirá un infarto repentino o cualquier otra cosa que el doctor Foxx estime más apropiada. Al fin y al cabo, todo el asunto resultaría más limpio y sencillo de esta manera, ¿no crees?

Lowe miró a la tele. A una noticia de la CNN sobre un accidente aéreo en Perú le siguió el seguimiento en directo desde Barcelona de la exhaustiva operación de búsqueda de los terroristas fugitivos, durante la cual ya se había arrestado a veintisiete personas y se esperaban todavía más.

Lowe apagó la tele y se volvió hacia Marshall. Tenía la frente cubierta de sudor. Su complexión, normalmente rubicunda, era ahora pálida. Una profunda fatiga se apoderaba de él.

– Estoy cansado, Jim. Cansado de pensar, cansado de todo este maldito asunto. Haz tu llamada a Washington y luego intenta dormir una hora. Es lo que yo pienso hacer. Lo necesitamos; los dos.

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