¡Pum! ¡Pum!
Marten disparó la Sig Sauer. Los candados de la puerta de la salita eléctrica saltaron. Al instante, Hap la arrancó y luego él y Marten y el presidente se metieron en la habitación. Directamente delante de ellos había un enorme panel eléctrico con dos docenas de clavijas grandes de bloqueo con una etiqueta en español de qué zona del circuito afectaban. Encima había dos interruptores más grandes en los que se leía Alimentación Exterior. Eran los que el presidente necesitaba.
– Puede que haya otros paneles en el edificio, pero estos dos deben de cortarlo todo.
– Esta puerta por la que hemos entrado -Hap lo inspeccionaba todo- no es un acceso de emergencia a esta sala; es el único acceso. Alguien quería tener el control absoluto sobre quién entraba en ella.
– Foxx -dijo Marten.
Luego algo le llamó la atención: una segunda puerta estrecha de acero encajada en otro muro de cemento sólido al fondo de la habitación. Esa puerta, como la primera, tenía unas bisagras bien encajadas pero nada más, ni pomo, ni cierre aparente. Lo único que tenía estaba montado en la pared justo encima: el mismo tipo de sensor infrarrojo que estaba instalado junto a la enorme puerta de acero al final del túnel del monorraíl.
Marten se acercó un poco, mirando de esa pared a la contigua, que separaba la sala eléctrica de la sala de vídeo. Las paredes se unían formando ángulos rectos, como era normal, pero la diferencia era que la pared de aquí estaba montada casi un metro más atrás que la pared equivalente de la sala de monitores.
De pronto se le erizaron todos los pelos. Se volvió hacia el presidente:
– Todos estos monitores, esas cámaras, los movimientos automáticos y cortes que parecen pre programados. Apuesto a que al otro lado de esta puerta hay algún tipo de dispositivo electrónico de copia, un ordenador, tal vez otra cosa. Están grabándolo todo: los nombres de los asistentes, los lugares y fechas de nacimiento, los primeros planos de sus caras, sus muestras de ADN y toda la función. Lo ponen todo en una copia máster o en un disco duro, o en ambos. Sea lo que sea, equivale a una versión contemporánea de su «diario rigurosamente custodiado». Es lo que los protege de ellos mismos.
»Estas dos salas de seguridad están construidas una junto a la otra a modo de bunker. Esto, como todo lo demás, es obra de Foxx, de su grupo de expertos. Ignífugo, probablemente también a prueba de bombas, construido de modo que nadie pueda entrar sin su conocimiento o supervisión. Toda la parte electrónica está impecablemente diseñada para que quede una grabación permanente de todos los movimientos sin que nadie lo toque nunca y al mismo tiempo asegurarse de que nadie se acerca a los controles principales para alterarlos. Dijo usted que no tenía pruebas contra ellos, presidente, pero si no me equivoco, al otro lado de esta puerta hay un tesoro en información.
Las voces de los monjes se volvieron a elevar, retumbando por los altavoces de la sala de vídeo. Los tres volvieron a entrar a mirar. A los pocos segundos Beck hizo una nueva proclama. El cántico subió de volumen. De pronto, un segundo círculo de fuego se levantó de en medio de la niebla para rodear a las mujeres como si fueran serpientes enfurecidas. Este círculo era como el primero, más exterior, que seguía ardiendo, sólo que estaba más cerca. Un espectáculo encandilador que resultaba como un lento striptease, sólo que esto no era ningún striptease, sino un asesinato salvajemente coreografiado y destinado a infligir el máximo dolor a sus víctimas.
Ahora un tercer anillo se encendió de pronto, circular, y se acercaba todavía más. Cristina gritó cuando la llama empezó a tocar la base de su trono. Miró frenéticamente a Demi, en busca de ayuda. Pero no había ayuda. Para ninguna de ellas.
Marten miró a José, junto a la puerta, y luego miró a Hap.
– Rompa las bisagras. Si no puede abrirla, pruebe el sensor de arriba. -Se sacó la especie de BlackBerry de Foxx del bolsillo de la camisa y se la lanzó-. Era de Foxx. He intentado usarla antes pero no he podido. Usted debe de haber sido instruido en estas cosas, tal vez sepa cómo. -Inmediatamente miró al presidente-: Nos vamos. Cuarenta segundos y corte la corriente.
– Suerte, primo -dijo el presidente.
Durante una décima de segundo sus miradas se cruzaron y ambos supieron que podía ser por última vez.
– Lo mismo digo.
– Marten, dos cosas -intervino Hap-. Le doy sesenta segundos más.
– ¿Por qué?
– Para llegar a las dos mujeres tendrá que pasar por el fuego. Pase por la habitación en que pone WC, mójese bien el pelo y la ropa. Eso le llevará un minuto extra. Y otra cosa: apuesto un millón de dólares a que esos monjes van armados, con armas ocultas bajo sus sotanas. Si uno de ellos hace un solo movimiento hacia usted, dispárele a la cara. Así asustará a todos los demás.
– Eso espero. -Marten miró a José, luego otra vez a Hap-. Ábranos.