160

9.19 h


José estaba casi en la parte frontal del escenario. A su izquierda y detrás de él podía ver a Marten acercándose a las mujeres. De pronto, José se quedó petrificado. Beck estaba cruzando el escenario y se dirigía directamente hacia él. Al instante, retrocedió. Al mismo tiempo Beck se detuvo y se dirigió a la congregación:

– Amigos -dijo, en inglés-, tenemos un simple fallo eléctrico, nada más. Les pido unos minutos de paciencia mientras tratamos de resolver el problema.

Un fuerte murmullo de inquietud se levantó entre los doscientos invitados.


– ¡Eh, tú! -ordenó una voz masculina, en español.

José se volvió para ver a dos monjes con túnica negra subir al escenario y dirigirse hacia él.

– ¿Quién eres? -le escupió el primer monje en español-. ¿Qué estás haciendo aquí?

José miró a un lado y vio a Beck que miraba hacia él. De inmediato, encendió la linterna que llevaba.

– Mantenimiento -dijo-. Intento localizar el problema.

– ¿Quién te envía? ¿Cómo has entrado en el edificio?

Con la Sig Sauer en una mano y las tenazas en la otra, el pelo y la ropa todavía mojados, Nicholas Marten se movía como una sombra por el escenario detrás de las llamas. Dos segundos, tres y las alcanzó. Demi estaba a menos de dos metros al otro lado de las llamas; Cristina estaba a la misma distancia, a su izquierda. La descarga de calor era horrible y ambas mujeres parecían estar aletargadas.

Marten veía a José hablando con los monjes cerca de la parte frontal del escenario. Vio a Beck avanzando hacia ellos, luego detenerse de pronto y mirar en dirección a las mujeres. Rápidamente pasó más allá de las llamas y directamente hacia Marten. Al instante siguiente sus miradas se cruzaron y Marten vio la sorpresa absoluta reflejada en el rostro del clérigo. Con la misma velocidad, la emoción se convirtió en consciencia de lo que estaba ocurriendo. Al instante, Beck se volvió y desapareció en medio de la oscuridad.

Marten volvió a mirar a las mujeres. Tomó aire con fuerza y lo mantuvo en los pulmones, luego se protegió la cara con el brazo y cruzó el círculo de fuego.


9.20 h


Beck abandonó el escenario a la carrera y empezó a bajar por el pasillo que salía de la nave, totalmente decidido a ejecutar una acción prevista desde hacía mucho tiempo.

– Reverendo -oyó a Luciana que lo llamaba.

Se dio la vuelta y la vio en el pasillo, a cuatro metros de él.

– Informe a la congregación de que el servicio ha terminado -le dijo a la mujer-. El fallo eléctrico habrá liberado las puertas. Que todo el mundo abandone el edificio y se dirija a los autobuses inmediatamente. Asegúrese de que los monjes no dejan entrar a nadie del exterior.

– ¿Qué ocurre?

– Veinticinco -dijo, y luego dio media vuelta y anduvo rápidamente pasillo abajo, en la misma dirección que antes.

– Veinticinco. -Luciana sabía lo que había ocurrido y lo que les esperaba.

Haría veinticinco años, les había dicho Foxx, desde el inicio de la construcción, del complejo, de los túneles, del monorraíl, de los laboratorios subterráneos, de la iglesia, de todo, hasta que quedara cerrado y destruido.

Hoy, en esta fecha exactamente, habían pasado veinticinco años y todo terminaría. Así era desde el punto de vista de Luciana. La llegada de Demi Picard lo había señalado. Su amor inmortal por su madre había sido una maldición, una maldición mucho peor de lo que ninguno de ellos había imaginado. Lo supo en el momento en que la vio.


9.21 h


– ¡Demi! ¡Demi! -le gritaba Marten, tratando de agitarla para que despertara. Vio cómo le temblaban los párpados-. ¡Está bien! ¡No te muevas! -le dijo rápidamente, y luego acercó las tenazas y trató de cortar las correas que la ataban por el cuello a la cruz de Aldebarán. Con la cara y las manos empapadas de sudor, la temperatura absolutamente insoportable, trataba de no respirar-. ¡No te muevas! -le gritó y cerró las tenazas.

Nada. Volvió a apretarlas y esta vez los dientes de la herramienta atraparon el material y lo segaron. La cabeza de Demi cayó hacia delante y en aquel momento recuperó la consciencia y Marten la vio mirarlo con incredulidad.

– ¡Señor Marten! -gritó José desde algún punto, al otro lado de las llamas.

Levantó la vista y vio a Luciana cruzando el escenario; oyó que empezaba a decir algo a la congregación.

Entonces vio a dos monjes que se dirigían directamente a él por entre las llamas, uno detrás del otro, con rifles automáticos en las manos.

¡Pum! ¡Pum!

Marten disparó la Sig Sauer sin vacilar. La cara del primer monje explotó y el hombre saltó atrás a través de la niebla.

¡Pum! ¡Pum!

Marten volvió a disparar. El segundo monje se retorció a oscuras.

Marten oyó a la congregación gritar al unísono.

– ¡José! ¡José! -gritó, luego cortó las correas de las muñecas y los tobillos de Demi y las rodillas de ella se torcieron al apartarla de la cruz. Le pasó una mano por la cintura para tratar de sostenerla. Luego José se acercó a través del fuego, con el pelo y la camisa del uniforme quemándole.

De pronto se oyó una ráfaga de metralleta. Una bala arañó la oreja de Marten; otra le rozó la mejilla. Media docena más impactaron en la cruz a la que Demi había estado atada.

¡Pum! ¡Pum!

Marten disparaba a ciegas a través de las llamas. La ráfaga de metralleta continuaba. Un infierno de fuego acelerado le llegaba a través de las llamas.

¡Pum! ¡Pum!

Volvió a disparar y el fuego cesó. Se volvió rápidamente y empujó a Demi hacia José.

– ¡Marchaos! -gritó-. ¡Fuera! ¡Fuera!

Miró fugacísimamente a José arrastrando a Demi a través de las llamas hasta el escenario que tenían detrás y luego se giró para ir a liberar a Cristina. Justo en aquel instante, las espitas de gas del círculo interior se encendieron y de pronto se encontró en medio de un infierno en llamas. Gritó con todas sus fuerzas e hizo un intento desesperado con las tenazas, tratando de encontrar las correas que la mantenían atada.

Entonces se quedó petrificado.

Casi toda la cabeza de Cristina había desaparecido, destrozada por una ráfaga de metralleta. Al instante siguiente, su abundante cabellera negra quedó envuelta en llamas. Durante una décima de segundo, los ojos de Marten fueron testigos del horror más atroz. Luego, con su propio pelo en llamas, las manos y la cara chamuscadas, se volvió y salió de un salto de aquella conflagración.

Загрузка...