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Lorraine Stephenson le había llamado a las cuatro menos diez. Hacia las 16.20 él ya había recorrido las varias manzanas que separaban su hotel del Hospital Universitario George Washington. A las 16.25 se encontraba en el despacho del personal médico del hospital hablando con la mujer que había detrás del mostrador. De nuevo, la experiencia como detective de homicidios le resultaba muy útil. Los médicos que trabajan en un hospital con regularidad están registrados en el cuadro médico de la institución, y su historial personal queda archivado en el despacho del personal. Como había visitado a Caroline en el Hospital Universitario, Marten supuso que la doctora Stephenson ejercía con regularidad allí y que, consecuentemente, su historial profesional estaría archivado en la oficina de personal médico. Bajo esta suposición, sencillamente le dijo a la mujer del mostrador que le habían recomendado a la doctora Stephenson como médico familiar y que le gustaría obtener un poco de información profesional sobre ella: dónde había cursado sus estudios de medicina, dónde había hecho la residencia, cosas así. Como respuesta, la mujer abrió la carpeta de Stephenson en la pantalla de su ordenador. Mientras lo hacía, Marten miró a su alrededor y vio una caja grande de pañuelos de papel sobre un archivador que había pocos metros detrás de ella. Fingió un estornudo y dijo que había pillado un resfriado con aquel tiempo tan lluvioso, y entonces le pidió si le podía dar un pañuelo. La mujer tardó diez segundos en levantarse y andar de espaldas a él para coger la caja de pañuelos. Marten tardó siete segundos en dar la vuelta al mostrador, mirar la pantalla del ordenador, avanzar el texto de la pantalla y hacerse con los datos que necesitaba. Al cabo de tres minutos abandonó la oficina con unos cuantos pañuelos y los datos siguientes: la doctora Lorraine Stephenson estaba divorciada, se había graduado en la facultad de Medicina de la Universidad John Hopkins, había hecho su residencia en el hospital Mount Sinai de Nueva York, tenía su consulta profesional en el Georgetown Medical Building y vivía en el número 227 de la calle Dumbarton, en el distrito urbano de Georgetown.


20.27 h


Marten volvió a ver luces por el retrovisor. Un coche se acercó y luego pasó de largo. ¿Dónde estaba la doctora? ¿Habría salido a cenar o a algún tipo de reunión profesional? De pronto recordó el tono y la manera de hablar de Stephenson, y oyó sus palabras cuando ponía fin a la conversación: «Lo lamento, señor Marten -le dijo, cortante-. No puedo hacer nada por ayudarle. Le ruego que no vuelva a llamarme».

Tal vez era peor de lo que había pensado. Tal vez lo que había percibido como una serena actitud distante era en realidad miedo. ¿Y si Caroline había sido realmente asesinada y Stephenson estaba involucrada, o incluso lo había hecho ella misma? Y entonces él la había llamado diciéndole que disponía de un documento legal que le daba acceso al historial médico de la fallecida y que quería hablarle de la enfermedad y de la causa de su muerte. Si Stephenson estaba efectivamente involucrada, ¿le habría devuelto la llamada y lo habría desanimado sencillamente para ganar tiempo y desaparecer? ¿Y si en este preciso instante estaba huyendo de la ciudad?


20.29 h


Otro vehículo bajó la calle detrás de él. Empezó a aminorar la velocidad al acercarse a la casa de Stephenson y Marten se dio cuenta de que se trataba del mismo Ford que había pasado unos minutos antes. Esta vez fue mucho más despacio, como si quien fuera que estuviera en el coche tratara de ver el interior de la casa, de determinar si se había alguna luz encendida, una indicación de que la doctora había vuelto a casa.

Tan pronto como terminó su inspección, el Ford aceleró bruscamente y se marchó. Al hacerlo, Marten pudo ver al conductor. Un escalofrío se le formó en el cuello y le bajó por la columna. Era el mismo hombre que conducía el coche que la noche anterior le adelantó muy lentamente cerca del monumento a Washington.

«¿Qué demonios es esto? -pensó Marten-. ¿Una coincidencia? Tal vez. Pero si no es así, ¿qué es? ¿Y qué quiere de la doctora Stephenson?»


20.32 h


Marten vio un coche que giraba al final de la manzana y que se metía por la calle en dirección a él. Al acercarse se dio cuenta de que era un taxi. Como el vehículo anterior, aflojó la marcha al acercarse a la casa de Stephenson, pero luego se detuvo. Al cabo de un momento se abrió la puerta de atrás y apareció la doctora. Cerró la puerta, el taxi se alejó y ella anduvo hacia a casa. Al mismo tiempo Marten salió de su coche de alquiler.

– Doctora Stephenson -la llamó.

Ella se sobresaltó y se volvió a mirar.

– Soy Nicholas Marten, el amigo de Caroline Parsons -dijo-. Me gustaría hablar con usted un momento.

Stephenson lo miró un instante brevísimo y de pronto se dio la vuelta y se apresuró, andando por la acera, alejándose de la casa.

– ¡Doctora Stephenson! -volvió a llamarla Marten, andando detrás de ella.

Cuando sus pies alcanzaron la acera del fondo, la vio volverse a mirarlo. Tenía los ojos abiertos de par en par e impregnados de miedo.

– No quiero hacerle daño -dijo Marten, en voz alta-. Por favor, sólo le pido un momento de su…

Stephenson se volvió y siguió alejándose. Marten la siguió. De pronto ella echó a correr y él hizo lo mismo. La vio pasar por debajo de una farola y luego desaparecer en la oscuridad. Aceleró el ritmo. En unos momentos se encontró bajo la farola y luego a oscuras. No la veía. ¿Dónde demonios se había metido? Siete metros más abajo obtuvo respuesta: estaba allí de pie, y le miraba acercarse. Se detuvo.

– Sólo quiero hablar con usted, por favor, nada más -le dijo, y luego se le acercó un paso más.

– No.

Fue entonces cuando advirtió el pequeño revólver automático que tenía en la mano.

– ¿Por qué lleva eso? -Levantó los ojos del revólver y vio que sus ojos lo miraban fijamente. Donde antes había visto miedo, ahora veía fría determinación-. Baje la pistola -ordenó con firmeza-. Deje la pistola en el suelo y apártese de ella.

– Usted quiere mandarme al doctor -dijo ella en voz baja, con la mirada firme-. Pero no lo conseguirá. Ninguno de ustedes lo conseguirá jamás. -Hizo una pausa y él se dio cuenta de que intentaba tomar una decisión. Entonces volvió a decir algo, con palabras deliberadas y enunciadas con claridad-: Nunca. Jamás.

Seguía mirándolo cuando se metió el cañón del revólver en la boca y apretó el gatillo. Hubo una fuerte explosión. El fondo del cráneo le reventó y su cuerpo cayó al suelo como una losa.

– Dios mío -dijo Marten en voz baja, con horror e incredulidad.

Un segundo más tarde recuperó el sentido, se dio la vuelta a oscuras y huyó de aquel lugar. Al cabo de noventa segundos volvía a estar en su coche de alquiler, abandonaba Dumbarton y se metía por la calle Veintinueve. El suicidio de Stephenson era lo último que se esperaba y le había turbado mucho. Había sido claramente fruto del terror y era lo más parecido a una confirmación que se podía obtener de que a Caroline la habían matado. Además, le hacía creer que la otra afirmación de Caroline era también cierta: el accidente aéreo que mató a su marido y a su hijo no había sido tal.

Pero ahora mismo todas estas cosas se desvanecían en un segundo plano. Lo importante era que no lo sorprendieran en la escena del crimen. No pudo hacer nada por Stephenson, y llamar para pedir ayuda le podía haber metido en una situación en la que tendría que identificarse ante la policía.

Habrían querido saber por qué estaba allí; por qué ella se había suicidado delante de él en una acera oscura a varios metros de su domicilio; y por qué su coche de alquiler estaba estacionado al otro lado de la calle, justo delante de la casa.

¿Y si alguien, tal vez un vecino, lo había visto sentado en el coche, interpelando a Stephenson cuando ésta llegaba a casa y siguiéndola cuando se marchó corriendo calle abajo? Las preguntas serían incómodas y fastidiosas. No tenía pruebas de nada de lo que Caroline le había dicho y si decía la verdad, en el mejor de los casos su historia sonaría increíble y la policía husmearía todavía más. Lo último que necesitaba ahora era que empezaran a dudar de su identidad y que lo investigaran. Si lo hacían, era muy probable que abrieran la puerta del pasado, una puerta que podía desatar las fuerzas oscuras del departamento de policía de Los Ángeles que todavía lo acechaba. Hombres que lo odiaban por lo que había ocurrido en aquella ciudad no hacía muchos años y que todavía trataban de seguirle el rastro y de matarle. Eso significaba que debía mantenerse todo lo alejado de esto que le fuera posible, aun estando encima de ello.

En Inglaterra tenía un nombre nuevo y una nueva vida, una vida que se había esforzado mucho por construir y que giraba en torno al diseño y la planificación de bellos jardines. Por mucho sentimiento que le inspirara su retorno a las raíces y a su tierra natal, quedarse aquí y regresar a un mundo de miedo y violencia era lo último que deseaba. Pero no le quedaba elección. A su manera, Caroline le había pedido que descubriera quién era el responsable de su muerte y de las muertes de su marido y de su hijo, y el motivo de las mismas.

Lo haría de todos modos.

La amaba tanto como para hacerlo.

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