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13.15 h


Marten salió del restaurante y cruzó la plaza por el mismo camino por el que había llegado. Aparte de Beck y las dos mujeres, Foxx parecía estar solo, y tal vez lo estuviera. Al fin y al cabo, esto era Montserrat, no Malta, donde tenía un hogar y parecía bien resguardado. Por otro lado, lo único que Marten tenía que hacer era acordarse de Pelo Canoso para hacerse una idea de lo largos que eran los tentáculos del sudafricano.

Demi seguía siendo tan misteriosa siempre. Ni el gesto con la cabeza a través de la mesa, ni aquella silenciosa negativa a aceptar la responsabilidad en el hecho de que Foxx estuviera enterado de la presencia del presidente, habían ayudado a lavar su imagen. Tuvo la clara intención de ganarse su confianza, pero había todavía demasiadas cosas sin aclarar; entre ellas, cómo Beck lo había encontrado tan fácilmente. Estaba claro que el reverendo no se había quedado tan indiferente ante su llegada a Barcelona como Demi le dijo. Además, sabían que iba a subir a Montserrat y cuándo, y eso era algo que sólo les podía haber dicho Demi. En este punto lo había traicionado.

Sin embargo, la repentina y deliberada inclusión del presidente que Foxx hacía lo cambiaba todo y de manera dramática, intensificando el riesgo del juego. Y aumentaba la curiosidad de Marten hacia la estrategia de Demi. A menos que trabajara con Beck y, por tanto, en el terreno de Foxx, lo cual seguía pareciendo probable, ¿qué otra cosa podía ser para ella tan importante que estuviera dispuesta a entregar al presidente de Estados Unidos para conseguirla, en especial ahora, dadas unas circunstancias que conocía bastante bien?

Por otro lado, si su voluntad era otra y el gesto de su cabeza significaba que decía la verdad, entonces el hecho de que Foxx conociera el paradero del presidente se debía a otra razón: se lo había dicho Miguel o los «amigos» del presidente. De hecho, tenía que suponer que habían sido estos últimos, porque Miguel había demostrado ser un hombre demasiado honesto, humilde y claro como para ser capaz de estas jugadas, y porque a estas alturas, los «amigos» ya tendrían muy claro que el presidente había estado la noche anterior en la habitación del hotel de Marten en Barcelona y debían de haber imaginado que, ya que ninguno de los dos había aparecido, seguían juntos. Así, si Marten iba a Montserrat, el presidente también. Deberían haberlo considerado de antemano y haberse preparado, pero no lo hicieron y cayeron de pleno y literalmente en «la cueva de Foxx».

De todos modos, todavía tenían una cosa a su favor, si así se le podía llamar: el presidente todavía no se había mostrado. Eso significaba que conservaban la posibilidad de huir antes de que el Servicio Secreto o la CIA llegaran y la trampa se cerrara de una vez por todas.


23.28 h


Marten salió de la plaza y giró a la derecha, más allá del edificio de varias plantas que había visto al salir de la estación del cremallera. Al fondo volvió a girar a la derecha, pasó por debajo de un arco de piedra y luego anduvo de regreso hacia el restaurante en medio de un grupo de turistas, vigilando siempre si le seguían. Le pareció que no.

Ahora había dado ya una vuelta completa y volvió a acercarse al hotel Abat Cisneros y a su restaurante, donde el primo Jack debería estar ahora instalado, esperando a verle cruzar el pasillo que llevaba a los lavabos y al sendero exterior. Una vez aquí, Marten tenía que estar absolutamente seguro de que nadie lo seguía. Intencionadamente, pasó de largo de la puerta principal del restaurante y entró en el hotel. Una vez dentro, cruzó el vestíbulo, advirtió la entrada interior al restaurante y luego entró en un pequeño bar que había enfrente. Esperó al camarero, pidió una cerveza y se la llevó a una mesa desde la cual podía ver la puerta. Su plan era esperar allí tres minutos y, si no le surgían más sospechas, levantarse y marcharse para meterse en el restaurante directamente desde el interior del hotel.


13.23 h


Marten tomó un trago de cerveza y miró a su alrededor distraídamente. Las únicas personas que había eran las que había visto al llegar, el camarero de la barra y seis clientes, dos en cada una de dos mesas separadas y dos más en la barra, donde había un televisor con la CNN International sintonizada y un reportero de complexión atlética hablaba desde detrás de una mesa de noticias:

«En un vídeo que nos acaba de facilitar el Departamento de Seguridad Nacional -dijo-, estamos a punto de ver al presidente Harris en la ubicación secreta a la que ha sido trasladado por el Servicio Secreto después de la amenaza terrorista recibida en Madrid. Lo acompañan el asesor de Seguridad Nacional, James Marshall; el secretario de Defensa, Terrence Langdon, y el secretario de Estado, David Chaplin».

La imagen dio bruscamente paso al vídeo. Tenía impresos la hora y la fecha, 14:23 h (el día anterior), viernes 7 de abril, y mostraba al presidente Harris en un salón rústico durante una sesión de trabajo con sus asesores.

«El presidente quiere que se sepa -dijo el periodista con voz en off- que está a salvo y se encuentra bien y que tiene la plena intención de reunirse con los jefes de Estado europeos de la OTAN el lunes en Varsovia.»El clip acababa de golpe y el reportero concluyó con un sencillo «Les seguiremos informando». Hubo un fundido y se dio paso a la publicidad.

– Dios mío -suspiró Marten-, lo tienen todo previsto.

Un sorbo más de cerveza y desvió la vista del televisor a la puerta. De momento no había entrado nadie más desde su llegada. Pasaron cuarenta segundos. Cincuenta. Si alguien le estaba siguiendo, para entonces ya tendría que haber aparecido. Marten dejó el vaso y empezó a levantarse.

Al hacerlo, otra noticia de la televisión atrajo su atención. Esta vez el emplazamiento era Chantilly, Francia. Dos jinetes habían sido asesinados de un disparo a primera hora de la mañana mientras se entrenaban con sus caballos de carreras en unas pistas de entrenamiento que corrían junto a un bosque. Era obvio que el autor de los disparos había estado esperándolos en el bosque y actuó desde el cobijo de los árboles y, después, sencillamente se marchó, dejando el arma del crimen, un rifle M14 fabricado en Estados Unidos, como si quisiera al mismo tiempo burlarse e intrigar a los investigadores. Lo que aumentaba considerablemente el misterio era que los dos jinetes habían muerto con la misma bala, puesto que el disparo atravesó la cabeza del primero y luego penetró en el cráneo del segundo. Este hecho se podría considerar accidental -en el caso de que hubiera intención de matar a una sola víctima- o inquietantemente intencionado, como si el tirador quisiera hacer gala de su refinada técnica. En cualquier caso, la policía francesa no había visto nunca un caso igual. Ni tampoco, en sus lejanos días de detective de homicidios en la policía de Los Ángeles, lo había hecho Marten.


23.28 h


El primo Jack vio entrar a Marten pero no hizo ningún gesto de reconocimiento. Aparentando no inmutarse por la presencia del ruidoso grupo de niños y padres que ocupaban una mesa grande cerca de él, se había sentado tal y como planearon, solo en una mesa próxima al fondo de la sala principal del restaurante y antes de un breve pasillo que llevaba hasta la zona del baño y la puerta trasera del fondo. Todavía con las gafas y el sombrero de Demi puestos, con una botella sin abrir de agua mineral con gas Vichy Catalán escondida en una manga, parecía estar absorto en la lectura de una guía ilustrada de Montserrat.

Marten se detuvo un momento al entrar, miró a su alrededor, se dirigió distraídamente hasta donde estaba el presidente y se sentó a la mesa de al lado.

– Foxx sabe que usted está aquí -dijo, en voz baja-. Está en un salón privado al otro lado de la sala. Quiere que vayamos a verle. No estoy seguro de cómo se ha enterado, pero no creo que se lo haya dicho Demi, y dudo mucho que lo haya hecho tampoco Miguel. Eso nos lleva a…

– Sólo una respuesta lógica, y los dos sabemos cuál es. -El presidente levantó la cabeza y miró a Marten, con una expresión fría como el hielo-. Si hemos tenido alguna duda sobre si «mis amigos» estaban en el mismo bando que el doctor Foxx, ahora ya parece del todo evidente.

– Si quiere saber más -dijo Marten-, la CNN acaba de pasar un vídeo supuestamente puesto a su disposición por el Departamento de Seguridad Nacional. En él aparece usted en un chalet rústico de algún lugar, recién afeitado y con el peluquín puesto. Le acompañan el secretario de Estado, el asesor de Seguridad Nacional y el secretario de Defensa. En el reportaje decían que el vídeo se grabó ayer por la tarde y que usted seguía adelante con sus planes de estar el lunes en Varsovia. Como garantía añadida, el vídeo llevaba estampadas la fecha y la hora que lo confirmaban.

El presidente Harris apretó los ojos con rabia. Se volvió deliberadamente, como si volviera a concentrarse en su guía.

– El lavabo de hombres está justo al fondo del pasillo que tenemos detrás -dijo, sin levantar la vista-. La puerta que da al exterior está justo pasado el baño. Una vez fuera hay un sendero de servicio que sube desde la plaza. A unos seis metros en dirección contraria, otro sendero se aleja siguiendo la pared del acantilado, luego hace una curva y desaparece de la vista bajo un paraguas de árboles. A treinta, cuarenta metros de allí están las ruinas de una antigua capilla, exactamente como nos ha dicho Miguel. Dentro de la capilla hay los restos de dos pequeñas salas. Cualquiera de ellas nos bastará para nuestra pequeña conversación con el doctor Foxx.

– ¿Sigue queriendo llevar a cabo el plan? -dijo Marten, incrédulo.

– Sí -le respondió, sin levantar la vista.

– Primo -Marten se inclinó de pronto hacia él, hablándole alarmado y en voz baja-. No creo que se dé cuenta del todo de lo que está ocurriendo. Foxx pensaba que usted iba a venir pero no ha estado seguro hasta encontrarme a mí. Ahora lo saben, y estoy seguro de que sus «rescatadores» han sido avisados. Por lo poco que sabemos, podrían estar en cualquier rincón de por aquí, esperando a que usted aparezca. Cuando lo haga, se lo llevarán de aquí hasta su versión del «refugio protegido» a toda prisa. Primo, tenemos que irnos, y tenemos que hacerlo ahora. Salga por la puerta de atrás, llame a Miguel al móvil y luego espérelo en algún lugar escondido hasta que aparezca. Y después de eso, para usar sus propias palabras, que Dios nos ayude.

El presidente cerró la guía y miró a Marten intencionadamente, con los ojos llenos de determinación.

– Es sábado por la tarde en España; la cumbre de la OTAN es el lunes por la mañana en Varsovia. Nuestro tiempo se agota con rapidez, y con él la información que debemos obtener de Foxx. Mis «rescatadores» podrían llegar en cuestión de minutos o de horas. Si es de minutos, de todos modos estamos acabados, si es de horas, todavía nos queda tiempo de hacer algo.

– Está hablando de un riesgo increíble, primo, supongo que se da cuenta.

– Sólo es riesgo cuando puedes elegir. -De pronto, Harris se levantó-. No hagamos esperar más tiempo al buen doctor.

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