7,03 h
Se habían vestido con uniforme de jardineros: camisas verde oscuro con pantalones verde más claro. Llevaba el logotipo clásico de Port Cerdanya cosido en letra cursiva blanca sobre el bolsillo pectoral izquierdo, y sus ropas de antes estaban ocultas en un contenedor de basura detrás del edificio de servicio donde se guardaba el parque móvil. De los cuatro, sólo el presidente guardaba un objeto personal, y lo llevaba bien oculto dentro de la camisa. Era el objeto que había conservado todo el tiempo y que llevaría cuando se dirigiera a la delegación del New World Institute. El elemento que, a pesar de su traje de operario y su barba de cuatro días, le haría reconocible al instante ante todos: su peluquín.
José esperaba junto a la puerta, mirando hacia fuera. Marten acercó el coche eléctrico a ella y se detuvo. El presidente iba sentado detrás de él, Hap detrás con el arma en la mano, junto a un contingente de herramientas profesionales: rastrillos, escobas, papeleras de plástico y otro elemento que Hap había cogido sencillamente porque tuvo la sensación de que más tarde les podría resultar útil, y unos prismáticos que robó de encima de lo que parecía ser la mesa de despacho de un supervisor.
– ¿Algún rastro del tipo? -preguntó el presidente en español.
José negó con la cabeza, pero de pronto dijo:
– Sí -y miró atrás-. El hombre de blanco acaba de volver a entrar en la lavandería -dijo, en español, y el presidente tradujo.
– Vamos -dijo Hap.
José abrió la puerta corredera, Marten sacó el carrito y esperó a que José la volviera a cerrar. A los diez segundos saltó al carrito al lado de Marten y se pusieron en marcha, avanzando en silencio más allá de las dependencias de servicio y metiéndose por el camino de gravilla que los llevaría por detrás del campo de golf y luego por una cuesta de servicio llena de curvas por en medio de los bosques que subía, en un poco más de dos kilómetros, hasta la iglesia.
7.12 h
Coronaron la colina y se detuvieron bajo el manto de un pino muy grande. Por primera vez tenían una visión de más allá de los viñedos y el campo de golf y el complejo entero. Enfrente del elegante edificio principal, con la fachada estucada en blanco, había siete lustrosos autocares negros tipo turismo de primera clase, con los cristales ahumados. Eran los mismos autocares que se habían utilizado para recoger al grupo del New World Institute en el aeropuerto de Barcelona el viernes y que los llevaría de regreso hoy, al acabar el servicio de mañana.
Muy cerca había una docena de grandes monovolúmenes negros, vehículos del Servicio Secreto español que los escoltarían hasta la iglesia y luego al aeropuerto. Un poco más lejos vieron un despliegue completo de coches de policía que bloqueaban la carretera principal que procedía de la autopista. Había más, aparcados cada cuatrocientos metros aproximadamente, a lo largo de la pista de servicio que dividía los viñedos. Todo estaba en su lugar, como Hap sabía que lo encontraría.
Mucho más arriba del propio complejo y encima de una larga carretera de curvas podían adivinar apenas la antigua estructura románica de piedra con techo de tejas rojas conocida como iglesia de Santa María.
– ¿Es eso? -preguntó el presidente.
– Sí, señor -dijo Hap.
El presidente suspiró. Estaban muy cerca…