7

Washington, DC, 11.15 h


Nicholas Marten andaba lentamente por el estudio con suelo de parquet de la modesta residencia de los Parsons a las afueras de Maryland, con la única intención de echar un vistazo. Se esforzaba por evitar la sensación de vacío que le producía la ausencia de Caroline, por no caer en la tentación de pensar que no había sucedido nada, por no esperar que ella apareciera por la puerta en cualquier momento.

Sus detalles estaban presentes por todos lados, en especial en la abundancia de plantas combinadas con adornos de cerámica de colores cuidadosamente colocados: un zapatito italiano, una bandeja esmaltada de Nuevo México, dos pequeñas jarras holandesas, un soporte de cucharas amarillo y verde procedente de España. El efecto era de una vivacidad muy propia de Caroline. Y a pesar de todo ello, ésta era claramente una estancia de su marido, su despacho de casa. La mesa era un laberinto de libros y papeles. Más libros estaban encajonados por todos lados en dos estanterías grandes, y el resto apilado en el suelo.

Por todos lados había fotografías enmarcadas: de Mike, Caroline y su hijo Charlie, tomadas en varios lugares a lo largo de los años; de la hermana mayor de Caroline, Katy, que vivía en Hawái y cuidaba de su madre, aquejada de Alzheimer, y acababa de estar en Washington para el funeral de Mike y Charlie y que podía que volviera o no para el funeral de Caroline previsto para mañana… no se había puesto en contacto con ella, de modo que no lo sabía. Había también fotos de Mike en su vertiente profesional como congresista: con el presidente, con varios miembros del Congreso, con representantes prominentes del mundo del deporte y del espectáculo. Muchas de estas personas eran progresistas declarados, mientras que Mike Parsons, al igual que el presidente, era marcadamente conservador. Marten sonrió. Mike Parsons caía bien a todo el mundo, fuera cual fuese el lado de la arena política en el cual se situaran, al menos a nivel personal. Al menos, eso era lo que él tenía entendido.

Marten volvió a mirar a su alrededor. Más allá de la mesa de despacho de Mike Parsons, y a través de la puerta abierta del salón, veía a Richard Tyler, el abogado de Caroline y albacea de su legado, andando arriba y abajo mientras hablaba por el teléfono móvil. Tyler era el motivo por el que se encontraba allí. Marten le había llamado a primera hora de la mañana y le pidió si, a la luz de lo que decía la carta autorizada de Caroline que le daba acceso a sus documentos y a los de su marido, podía pasar unas horas en la residencia de los Parsons revisando algunos de sus efectos personales. Tyler lo había consultado con unos cuantos colegas de su bufete y luego aceptó, con la condición de estar él mismo presente cuando lo hicieran. El mismo Tyler se encargó de recoger a Marten en su hotel y de llevarle personalmente hasta la casa.

El trato durante el trayecto en coche por la zona suburbana había sido bastante cordial, pero se produjo algo extraño, o más bien algo de lo que no se habló, algo que Marten dejó intencionadamente en manos de Tyler y que éste no mencionó, de la misma manera que tampoco nadie parecía hablar del tema, porque no salió ni en televisión, ni en los periódicos, ni por Internet: el suicidio de la doctora Stephenson.

A su manera, Lorraine Stephenson había sido famosa. No sólo había sido médico de Caroline, sino también de Mike, y también de muchos legisladores prominentes, hombres y mujeres, durante más de dos décadas. Su suicidio debería haber sido pasto de cualquier noticiario, local, nacional e incluso internacional. Pero no lo fue. Marten no había visto ninguna referencia al mismo en ninguna parte. Uno hubiera pensado que, como albacea del legado de Caroline, Tyler habría sido uno de los primeros de enterarse y que, dadas las circunstancias, en las que Caroline otorgaba a Marten el derecho a consultar su historial médico, lo más lógico era que Tyler se lo comentara. De modo que tal vez no lo supiera. Y tal vez la prensa tampoco. Quizá la policía lo estuviera ocultando. Pero ¿por qué? ¿Orden de la familia? Podía ser. Era una razón tan buena como cualquier otra, pero quizás hubiera algún otro ángulo que la policía investigaba.

Si Stephenson hubiera actuado de otra manera y se hubiera limitado a decirle que lo lamentaba pero que no le podía facilitar el acceso al historial médico de Caroline, a menos que le presentara una orden judicial, entonces Marten podría haberlo dejado perfectamente en manos de Tyler y habría regresado a Inglaterra. Inquieto, quizá, pero se habría marchado, pensando que Caroline había estado enferma y en un estado emocional terrible, y sabiendo que no podía hacer gran cosa a menos que Tyler obtuviera la orden judicial. Pero en vez de actuar de esta manera, Stephenson salió corriendo y luego se suicidó. Sus últimas palabras sobre «el doctor» y sobre «ninguno de ustedes» habían sido pronunciadas con una contundencia gélida y estuvieron seguidas por su horroroso acto final.

¿Qué le había dicho exactamente Stephenson antes de matarse? «Usted quiere mandarme al doctor. Pero no lo conseguirá. Ninguno de ustedes lo conseguirá. Nunca. Jamás.»¿Qué doctor? ¿Quién era aquel ser del que hablaba, al que temía tanto que prefirió quitarse la vida antes de que le mandaran ante él? ¿Y quién formaba parte del grupo u organización a la que aparentemente pensó que pertenecía Marten? ¿A quién se refería con aquel «ustedes»?

Todo eran enigmas.


Marten retrocedió hasta la mesa del despacho de Parsons y miró las carpetas de trabajo que había apiladas encima. La mayoría eran asuntos legislativos. Un proyecto de ley, una moción, una asignación. Había más carpetas apartadas, etiquetadas CARTAS DE ELECTORES PENDIENTES DE RESPONDER PERSONALMENTE. Otra pila en una mesilla lateral llevaba la etiqueta informes Y minutas del comité. Había muchísimo material; Marten no tenía ni idea de por dónde empezar.

– Señor Marten -Richard Tyler entró en el despacho.

– Sí.

– Acabo de recibir una llamada de mi oficina. Uno de nuestros socios fundadores ha revisado la nota que Caroline le dio y ha determinado que el bufete y yo mismo nos exponemos a un importante litigio por parte de la familia Parsons si le dejamos seguir aquí sin su aprobación, y, muy posiblemente, la de un tribunal.

– No le comprendo.

– Debe abandonar la casa ahora mismo.

– Señor Tyler -respondió Marten-, esa carta esta firmada ante notario. Caroline me la entregó con la intención de…

– Lo siento, señor Marten.

Marten lo miró durante un largo instante, luego asintió con la cabeza y se dirigió a la puerta. Que el mensaje llegara ahora, cuando ya se encontraban sobre el terreno, podía significar dos cosas: o que el socio de Tyler tendía más a proteger el bufete que el propio Tyler, o que alguien se había enterado de la existencia de la autorización de Caroline y quería poner fin a la investigación de Marten. Marten conoció a Katy, la hermana de Caroline, pero de eso hacía muchos años, cuando él era todavía el detective de la policía de Los Ángeles John Barron, y por lo que él sabía, ni Caroline ni Mike le habían contado a Katy lo sucedido desde entonces. Eso significaba que ella no debía de tener ni idea de quién era Nicholas Marten, y tratar de explicarlo, especialmente bajo la mirada de los abogados socios de Richard Tyler, y/o de los tribunales llegado el caso, podía exponer su pasado y precarizar su situación tanto como lo habría hecho un interrogatorio policial sobre la muerte de la doctora Stephenson.

Tyler abrió la puerta principal y Marten miró alrededor de la casa, tratando de recordarlo todo. Era consciente de que probablemente era la última vez que estaba en la casa de Caroline y en presencia de todo lo que ella había dejado atrás. De nuevo, la realidad de su muerte lo golpeó. Era una sensación terrible, hueca y vacía. Nunca habían pasado juntos el tiempo suficiente. Y jamás podrían hacerlo.

– Señor Marten. -Tyler señaló la puerta y lo acompañó hasta ella.

Lo siguió muy de cerca, luego cerró la puerta tras él y se marcharon.

Загрузка...