Al pie de las colinas, noreste de Barcelona, 7.55 h
Un rugido tremendo, seguido de una enorme sombra proyectada directamente desde arriba, provocó que el joven conductor del pequeño camión agrícola redujera de pronto su velocidad y se asomara por su parabrisas agrietado. Por unos instantes no vio nada más que árboles frutales y el cielo; luego, un helicóptero de los Mossos d'Esquadra apareció directamente por encima de las copas de los árboles. En un abrir y cerrar de ojos había desaparecido. A los cinco segundos apareció otro helicóptero policial, uno que volaba más bajo que el primero y que los cegó con el torbellino de polvo que levantó.
– ¿Qué coño pasa? -gritó, mientras miraba con los ojos muy abiertos a los dos chavales que se apretujaban en la banqueta a su lado.
Al instante, dos coches de los Mossos d'Esquadra aparecieron a toda velocidad delante de ellos. Dos más los perseguían por detrás.
– ¡Dios mío! -gritó.
De inmediato, con el pie derecho pisó el freno y el camión se deslizó hasta detenerse en medio de la nube de polvo levantada por los coches de policía y los helicópteros que los rondaban justo encima, uno a unos sesenta metros por encima del otro.
A los pocos segundos los tres muchachos se encontraban tumbados boca abajo sobre la tierra, rodeados de policías uniformados y con metralletas apuntando a sus cabezas. Las puertas del camión estaban abiertas de par en par.
Lentamente, el conductor osó mirar hacia arriba. Al hacerlo vio a unos cuantos hombres con trajes oscuros y gafas de sol salir de los coches de camuflaje que habían aparecido de los campos a lado y lado del camino y se dirigían hacia ellos.
Entonces le llamó la atención otra cosa: un enorme y brillante todoterreno negro apareció de entre las sombras de los árboles frutales y se les acercó lentamente.
– ¡Dios mío! ¿Qué ocurre? -musitó el joven payés que estaba a su lado.
– ¡Cállate! -le gritó un policía que le apuntaba con una metralleta a la cabeza.
Hap Daniels fue el primero en salir del todoterreno. Luego salió Bill Strait, luego Jake Lowe y luego James Marshall. Daniels los miró y luego se dirigió hacia la furgoneta.
La polvareda y el fuerte rugir de los helicópteros policiales de arriba dificultaban muchísimo la visión, por no hablar de la posibilidad de oír o pensar. Daniels dijo algo por su micro y casi de inmediato los helicópteros se alejaron unos doscientos o trescientos metros más arriba. El polvo empezó a posarse y el ruido disminuyó.
Lowe y Marshall observaron a Daniels llegar al camión agrícola, mirar dentro de la cabina y luego rodearlo andando. A los pocos segundos le hizo un gesto a uno de los oficiales de los Mossos d'Esquadra para que se subiera a la plataforma abierta de la parte trasera del camión. Un segundo policía lo siguió, e inmediatamente después lo hicieron dos de los agentes de Hap Daniels del Servicio Secreto, de los que iban vestidos con traje oscuro y gafas de sol.
– Está justo aquí, señor. -Daniels oyó la voz del especialista de inteligencia del pelo rizado desde el interior del todoterreno que le llegaba por el auricular.
– ¿Dónde?
– En algún lugar próximo a sus pies.
– ¡Aquí! -gritó uno de los agentes.
Lowe y Marshall corrieron hacia delante. Los agentes especiales ayudaron a Daniels a subir al camión y se lo mostraron.
El móvil de Nicholas Marten estaba tirado en una caja de cartón grande, llena de material de riego, conexiones de mangueras y cabezales de aspersores. No parecía que se hubiera hecho ningún esfuerzo por esconderlo; estaba justo encima, como si alguien hubiera pasado por allí, hubiera visto la caja y lo hubiera tirado dentro.
Hap Daniels lo miró durante un buen rato y luego, lentamente, se volvió y apartó la mirada. Esta vez ya no había ni necesidad de blasfemar. Su cara lo decía todo.
Tendría que seguir jugando.