114

20.47 h


– ¡Escuche! -dijo Marten antes de detenerse, con la antorcha hecha del palo del pico a medio quemar que iluminaba poco más que una chispa en medio de la oscuridad absoluta del túnel.

– ¿Qué pasa? -Se paró también el presidente.

– No lo sé. Sonaba como algo detrás nuestro.

Se esforzaron por escuchar, pero no se oyó nada más.

– A lo mejor estoy enloqueciendo… -dijo Marten al silencio, y luego-: Ahora. ¿Lo ha oído?

De algún punto detrás de ellos se oyó un chirrido agudo y distante. Duraba unos veinte segundos, paraba, luego volvía.

– Taladran la piedra -dijo el presidente rápidamente-. He excavado los pozos suficientes como para reconocer el sonido.

– Su equipo de rescate ha llegado. Saben que está aquí.

– No. Creen que estoy aquí. Pero están todavía muy por detrás. A más de un kilómetro y medio; tal vez más lejos.

– Al instante, el presidente miró a Marten-. Una vez hayan entrado en el túnel, introducirán material de escucha, tal vez también cámaras de visión nocturna. Por este tipo de galerías el sonido circula casi con tanta nitidez como por debajo del agua.

– ¿Cuántos cree que son?

– ¿Ahí arriba, buscándonos?

– Sí.

– Demasiados. A partir de ahora, ni una palabra más fuerte que un susurro. Y sea cual sea la palabra, que sea cortísima.

Marten lo miró una décima de segundo, luego apuntó la antorcha hacia delante y siguieron avanzando.


20.50 h


La extensión de roca que cruzaban era negra como la noche. Miguel se detuvo y apuntó con la linterna detrás de él, iluminando el camino para que el lastimado Hap Daniels los alcanzara.

– Cuidado con la maldita linterna. Se ve a muchas leguas -protestó Hap con voz ronca mientras andaba.

Ahora llevaba el brazo izquierdo apoyado en un cabestrillo que se había hecho con la corbata, para minimizar los tirones en el hombro.

Tras ellos, una luna llena luchaba contra los densos nubarrones que descendían por las colinas lejanas. Se avecinaba lluvia y ellos lo sabían. Cuándo llegaría, con cuánta fuerza y cuánto tiempo les quedaba antes de que empezara eran preguntas todavía imposibles de responder.

– ¿Está seguro de que quiere seguir? -dijo Miguel, mirando a Hap mientras se acercaba. Era evidente que estaba haciendo esfuerzos y que el dolor le mermaba.

– Sí, maldita sea.

– ¿Quiere descansar un minuto? ¿Tomarse los analgésicos?

– ¿Dónde demonios están los chicos?

– ¡Aquí! -La voz de Armando surgió de entre la oscuridad a una docena de metros por delante de ellos.

Al instante, Miguel apuntó con la linterna hacia un precipicio rocoso que había a siete metros.

– ¡Por Dios bendito! -exclamó Hap, agarrando a Miguel del brazo con su mano buena-. ¿Quiere apagar esto de una vez?


20.52 h


Hap y Miguel miraron hacia una fisura en las rocas de abajo. Cuatro metros más abajo Héctor y José se apiñaban junto a una ancha fractura de la roca, iluminando con las linternas el camino de Armando, que empezaba a descender por ella. Un segundo más tarde desapareció de su vista. José le siguió de inmediato.

– ¿Qué profundidad tiene? -dijo Miguel en un tono suficientemente alto como para que lo oyeran.

– Tal vez diez metros más -respondió Armando desde abajo.

– ¿Hasta dónde?

– Hasta otra fisura de la roca.

– Cuando llegues usa las piedras y mira lo que obtienes.

Miguel respiró y miró a Hap. Luego esperaron.


Pasaron tres minutos enteros. Finalmente lo oyeron.

CLAC, CLAC, CLAC, CLAC, CLAC, CLAC.

Armando golpeaba dos piedras, la una contra la otra, en la cavidad de abajo, haciendo un sonido que llegaba hasta muy lejos por las oberturas de piedra y, esperaba, por la superficie dura de la galería de debajo.

CLAC, CLAC, CLAC, CLAC, CLAC CLAC.

Armando volvió a golpear las piedras.

Los cinco contuvieron la respiración, escuchando alguna posible respuesta.

Finalmente oyeron la voz de Armando.

– Nada.

– ¡Otra vez! -exigió Miguel.

– ¡No! ¡Ya está bien! -dijo Hap bruscamente-. ¡Ya está!

– ¿Por qué? -Miguel lo miraba sorprendido-. ¿Qué otra manera tenemos de encontrarles, en esta galería interminable?

– Miguel, la policía española, el Servicio Secreto, la CIA. Habrán traído todo tipo de dispositivos de escucha y de visión nocturna. Si Marten y el presidente pueden oír estas piedras, ellos también. Si nos encuentran, desaparecemos. Todos, los chicos, usted, yo. Y luego matan al presidente.

– Pues entonces, ¿qué hacemos?

– Encontrar la manera de entrar en el túnel y recorrerlo.

– ¿Recorrerlo?

– Con las linternas. Marcando por donde hemos entrado, marcando la ruta a medida que avancemos para poder volver atrás. Armando y los chicos conocen bien las galerías por dentro. Por eso hemos venido, ¿no?

Miguel asintió con la cabeza.

– Mis hombres no conocen estos túneles, y apuesto a que la policía española tampoco.

Miguel hizo una mueca de angustia.

– Somos cinco contra todos estos. Es imposible.

– No lo es. Sencillamente tenemos que hacerlo mejor, más rápido y con extremo sigilo.

– Hap, no está usted en condiciones de bajar ahí dentro. Quédese aquí y yo bajaré con los chicos.

– No puede ser.

– ¿Porqué?

– No sé la posición exacta del satélite, pero en algún momento, pronto, estarán directamente encima de nosotros. Y entonces tendrán imágenes térmicas del calor irradiado por los cuerpos de la superficie. Las autoridades saben quiénes son sus hombres, y cuántos son.

– Quiere decir que nos podrán detectar.

– Detectarán a cualquier persona que no sea de los suyos.

– Entonces será mejor que se meta en las galerías.

– Correcto.

Загрузка...