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Embajada de Estados Unidos, Londres, 11.45 h (12.45 en Auschwitz)


Tres monovolúmenes grandes y negros, con los cristales ahumados, entraron en Grosvenor Street desde Park Lane y al cabo de un momento se metieron en el recinto de la embajada, en Grosvenor Square.

De inmediato fueron rodeados por un batallón armado de marines de Estados Unidos vestidos de gala. En un momento, las puertas de los coches que iban a la cabeza y a la cola de la comitiva se abrieron y de ellos salieron media docena de agentes especiales del Servicio Secreto estadounidense. Acto seguido, procedieron a abrir las puertas del tercer monovolumen. El agente especial Roland Sandoval salió el primero, seguido de inmediato y en silencio por el vicepresidente, Hamilton Rogers; el secretario de Defensa, Terrence Langdon; el secretario de Estado, David Chaplin, el jefe del Estado mayor, Chester Keaton, y en último lugar, el jefe de personal de la presidencia, Tom Curran.

El grupo entró en el edificio de la embajada rodeado de Marines y de agentes del Servicio Secreto. Las puertas se cerraron detrás de ellos y tres coches abandonaron el recinto. La operación completa llevó menos de un minuto, de principio a fin.


Auschwitz, puesto de mando del USSS, 12.47 h


– Este hombre de aquí -dijo de pronto Bill Strait en voz alta.

Tanto Hap como Marten se volvieron a mirar a la pantalla de Strait. En ella se veía la foto y las credenciales de prensa de la AP de Victor Young.

– Estaba en el Ritz de Madrid la noche en que el presidente se escapó -dijo Strait-. Intentó acceder a la cuarta planta. Parecía que se trataba tan sólo de un despiste; dijo que era un turista que esperaba a unos amigos. Lo captamos por las cámaras de seguridad y luego lo estuvimos observando y nos pareció que no suponía ningún riesgo.

– ¿Estás seguro de que es él? -dijo Hap.

– No del todo, pero casi seguro.

– Yo también le he visto -dijo Marten, mirando a la pantalla-. Me adelantó en coche la misma noche en que la doctora Stephenson se disparó.

– ¿Está seguro?

– Sí, estoy seguro.

– ¡Distribuya su foto a todos los equipos de seguridad! -le espetó Hap al agente especial que tenía detrás-. ¡Nos vamos, ahora!


12.48 h


Inadvertidos por los invitados y por la prensa, doscientos agentes de los Servicios Secretos de Polonia, Estados Unidos, Alemania y Francia se desplegaron con la máxima discreción posible en busca de un tal Victor Young, un posible tirador fantasma que estaría en posesión de un M14.


12.50 h


El presidente Harris, la canciller de Alemania, Bohlen, el presidente de Francia, Geroux, y el presidente de Polonia, Román Janicki, se reunieron con los líderes de los otros veintitrés estados miembros de la OTAN bajo la carpa desde la cual iban a hacer su entrada pública en menos de siete minutos.

– Señor presidente -dijo Hap, entrando rápidamente en aquel pequeño recinto-, ¿podemos hablar un segundo, por favor?

El presidente se disculpó y salió del grupo.

– Presidente, tenemos una amenaza de seguridad. Un hombre solo. Creemos que es un francotirador. Quiero posponer el acto.

– ¿Un francotirador?

– Sí, señor.

– Pero no está seguro.

– Al cien por cien, no.

– Hap, tenemos al mundo entero viéndonos por televisión. Tenemos al Congreso reunido en sesión especial y esperándonos. Ya hemos cambiado la sede de la cumbre por nuestros temores de seguridad. Si ahora posponemos este acto mostraremos al mundo entero lo vulnerables que somos incluso bajo un manto de seguridad tan hermético como éste. No puede ser. Tendré que confiar en que encontrará a este hombre o en que ha sido un error y no hay ningún francotirador -el presidente se miró el reloj-. Salimos en cuatro minutos, Hap.

– Presidente, déjeme al menos pedirle un favor. La retransmisión televisiva en directo ya ha empezado. Déjeme que a las 12.55 digamos que ha habido un pequeño problema técnico y que habrá un breve retraso hasta que se arregle. Mientras tanto, los presentadores pueden improvisar oponer cintas de su visita previa por el campo de concentración. Denos un poco de tiempo, por favor.

– Así que cree que esa persona está ahí fuera.

– Sí, señor, lo creo.

– Está bien, dispone usted de un poco más de tiempo.


12.55 h


Victor se acomodó bien boca abajo para apoyarse en la orilla del estanque y estudiar su campo de visión a través de los matorrales. A cuatrocientos metros, por entre los árboles, veía el podio. Exactamente como se le indicaba en las instrucciones.

Por ellas sabía también que el presidente de Polonia hablaría en tres minutos y que durante aquel tiempo la canciller de Alemania, el presidente de Estados Unidos y el presidente de Francia se colocarían hombro con hombro detrás de él, y en este orden, lo cual estaba bien porque la canciller era más baja que los hombres. Desde el ángulo del suelo que tenía ahora, su disparo llevaría una trayectoria ligeramente ascendente que impactaría a Anna Bohlen en la mandíbula inferior antes de perforar el cráneo del presidente Harris, entrando por debajo de la oreja derecha para luego seguir y perforar la cabeza del presidente de Francia.

Avanzó un poco hacia delante para tener mejor vista y luego esperó. Faltaban ya sólo unos minutos -segundos, en realidad-para que salieran y ocuparan sus puestos. Un disparo y ya estaría. Luego abandonaría sencillamente el arma y se alejaría andando y se reincorporaría al grupo de prensa en medio del caos. Se quedaría un rato entre la muchedumbre y luego se escabulliría por la puerta de prensa y bajaría por la carretera, más allá de la hilera de coches aparcados, hasta donde su taxi le estaría esperando.

Perros. ¿Por qué oía perros ahora?

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