20.20 h
Marten cruzó la plaza y se entremezcló con un grupo de turistas ingleses que subían por las escalinatas de piedra y se adentraban en la catedral.
La atmósfera dentro del enorme y decorado edificio del siglo XV era silenciosa, con su tenue iluminación entrecortada por el parpadeo de cientos de velas votivas que descansaban sobre mesas a ambos lados de la nave.
Marten se quedó atrás mientras el grupo avanzaba, recorriendo el templo con la mirada en busca de Demi, de Beck o de la mujer de negro. Aquí y allá había gente que rezaba en silencio; otros que andaban respetuosamente por los pasillos laterales, admirando la arquitectura. Al fondo de la nave había un altar alto y ornamentado. Encima de él se levantaban unos arcos góticos que se encaramaban hacia un techo que calculó a casi treinta metros de altura.
La tos áspera y ruidosa de alguien que tenía cerca lo devolvió a su misión y dio unos pasos hacia delante, con cautela, lentamente. Si Demi y sus acompañantes estaban aquí, él no los veía. Siguió andando. De pronto, se preguntó si Beck o Demi le podían haber dicho algo al portero del hotel antes de marcharse para que el hombre lo mandara expresamente a un lugar equivocado, y en realidad ellos estaban en otro sitio totalmente distinto. Eso fue suficiente para desencadenar en él la sensación de que debía regresar al hotel y… de pronto se detuvo. Ahí estaban los tres, hablando de pie al fondo de la nave con un sacerdote.
Marten cruzó con precaución, escudándose en los grupos de turistas, y se fue acercando adonde estaban, esperando que no se giraran de pronto y lo sorprendieran.
Cuando estaba a una distancia desde la que casi los podía oír, el cura hizo un gesto y los cuatro avanzaron en aquella dirección. Marten los siguió.
Al cabo de un momento se encontró en el claustro de la catedral. Más adelante vio al cura conduciendo al trío por una esquina y por otro pasillo abajo. Marten los siguió otra vez.
Treinta pasos y allí estaba, metiéndose sigilosamente en una especie de capilla. Mientras entraba vio al cura escoltando a Demi, a Beck y a la mujer de negro por una puerta ornamentada cerca de la parte trasera. Al cabo de unos segundos la puerta se cerró detrás de ellos. Marten se acercó de inmediato e intentó mover el pomo de hierro forjado, pero no pudo. Estaba cerrado.
Y ahora ¿qué? Marten se volvió. A tres metros de él había un cura anciano que lo miraba.
– Estaba buscando un lavabo -dijo Marten, con expresión inocente.
– Esta puerta lleva a la sacristía -le explicó el cura en un inglés con mucho acento.
– ¿La sacristía?
– Sí, señor.
– ¿Y está siempre cerrada?
– Excepto una hora antes de los servicios religiosos.
– Ya.
– Por ahí encontrará un lavabo -le dijo el anciano, señalándole un pasillo detrás de ellos.
– Gracias -dijo Marten y, al no tener elección, se marchó.
20.45 h
Al cabo de cinco minutos ya había recorrido toda la zona del templo principal que había podido tratando de adivinar dónde habían ido. Otras puertas estaban cerradas, o bien llevaban a pasadizos que daban a otros pasadizos, pero ninguno parecía llevar a la capilla en la que se encontraba el trío. Rehízo sus pasos y salió por la puerta principal, luego rodeó la catedral hasta el extremo más alejado donde supuso que estaba la capilla, buscando una puerta por la que podían haber salido Demi y sus acompañantes. No había ninguna. Una vuelta por el resto del enorme exterior del edificio le descubrió entradas oscuras y cerradas a cal y canto. Eso le dejaba sólo la entrada principal, por donde había salido hacía tan sólo unos instantes, y allí se dirigió, entremezclándose con los turistas y transeúntes de la plaza de la catedral, para sentarse a la mesa de un café desde la que había una buena vista de la puerta. Pidió una botella de agua mineral y luego un café solo. Pasó una hora y todavía no habían salido. A las diez, la puerta se cerró definitivamente. Frustrado y furioso consigo mismo por haberlos perdido, Marten se levantó y se marchó.