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8.15 h


Su vuelta atrás hacia la iglesia les dejaba un solo lugar al que ir, la sala de monitores de circuito cerrado. Un lugar tan útil como peligroso. Quedaba aislada y la habían cerrado desde dentro, pero eso también significaba que si los encontraban, no tendrían escapatoria. El presidente estaría muerto antes del anochecer, y también el resto de ellos.

– Tal vez -dijo el presidente, mientras se sentaba en la silla y se ponía a observar los monitores- ellos nos contarán lo que Foxx no nos contó.

Marten avanzó hasta el lado de Hap, detrás del presidente, para observar. Se maravillaba ante la capacidad del presidente por compartimentar y convertir las situaciones contrarias en oportunidades. La mayor parte del tiempo, la situación parecía no importarle.

– José. -El presidente se volvió a mirar al muchacho, que estaba más atrás, apoyado en la puerta. Había llegado hasta allí, había hecho todo lo que le habían pedido y más. Pero ahora, encerrado en aquella habitación, estaba claramente asustado. Los helicópteros presidenciales, el enjambre de agentes del Servicio Secreto, aquel tablero con monitores… todo parecía superarlo.

– No pasa nada -le dijo el presidente, con voz cariñosa, en español-. Acércate a nosotros. Eres todo un hombre. Mira lo que está pasando. Tal vez tú puedas explicarnos algunas…

– Los autocares ya han llegado -dijo Marten, y el presidente volvió a mirar a los monitores. La ristra de autocares negros llegando al aparcamiento se veía en cinco de los monitores. Pararon, las puertas se abrieron y los huéspedes del New World Institute, resplandecientes en sus trajes de noche, recorrieron el tramo que los separaba de la puerta de la iglesia. Sonreían, charlaban distendidamente entre ellos, totalmente relajados ante la presencia del fuerte dispositivo de seguridad.

– No había visto nunca la lista entera de socios del NWI, pero apuesto a que conozco la mitad de esta gente, y a algunos de ellos bien. -El presidente estaba clara y profundamente preocupado-. Representan algunas de las instituciones más poderosas e influyentes de todo el mundo. ¿Tienen alguna idea de lo que está ocurriendo? ¿O, directamente, forman parte del complot?

Justo entonces, las campanas de la iglesia empezaron a tocar. Curiosamente, no era el doblar alegre que normalmente se asocia a una llamada a la misa, sino más bien sonaba como los cuartos de Westminster, el conocido sonido de las torres de las horas de todo el mundo.

– ¿Por qué los cuartos? -preguntó el presidenta-. No es la hora en punto. ¿Hay algún significado? ¿Qué significa, si es que significa algo?

– Señor presidente, señor Marten -intervino Hap-, monitor siete, fila de en medio.

Una de las cámaras del aparcamiento apuntada carretera abajo, a los edificios principales del complejo, recogía una hilera lejana de helicópteros que se acercaba. Primero se veían cuatro, luego cinco. El último, un Chinook del ejército estadounidense.

– ¿Quién es? -dijo el presidente, concentrado en la pantalla.

– Yo diría que Woody -dijo Hap-, con el CNP detrás. Probablemente Bill Strait va en el Chinook con el doctor Marshall y Jake Lowe. Vinimos de Madrid en él. No creía que las cosas pudieran empeorar mucho más, pero, de pronto, lo han hecho.


8.16 h


El mayor de la Marina estadounidense Woody Woods bajó el helicóptero de ataque del ejército naval hasta la novena pista del complejo de Port Cerdanya. A los pocos segundos aterrizaron tres helicópteros del CNP, y luego lo hizo el Chinook. De inmediato, sus puertas se deslizaron hacia atrás. Bill Strait salió el primero, seguido del doctor Marshall y de una docena de agentes del Servicio Secreto. El segundo, tercer y cuarto helicópteros eran de la policía española, con la inspectora Díaz en el primero de ellos. Su misión: rastrear la zona desde la pista de servicio de los viñedos hasta los contornos más alejados de los mismos mientras otras unidades de tierra y de aire del Servicio Secreto, la CIA y el CNP rastreaban la zona comprendida entre los viñedos y la montaña, la ruta que sospechaban que el presidente y cualquiera que lo acompañara podía haber usado; un grupo que incluiría a Nicholas Marten y a Hap Daniels.

Por orden del vicepresidente, la zona entre la pista del viñedo hasta el complejo y más allá, hasta la misma iglesia, estaba bajo el control de su destacamento del Servicio Secreto, el Servicio Secreto español y la policía española ya desplegada. Si el presidente estaba dentro de aquel cerco, lo encontrarían. Los perímetros más exteriores eran responsabilidad de Will Strait y de la inspectora Díaz.

Entre medio estaba el Chinook, listo para llevarse el presidente en cualquier momento.

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