Domingo 9 de abril
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00.02 h


Demi andaba nerviosamente arriba y abajo de lo que era poco más que una celda, intentando no pensar en el horror que Luciana le había prometido para un «mañana», que, reloj en mano, ya había llegado.

Delante de ella había un pequeño catre de acero inoxidable cubierto con un colchón delgado y una sola manta. Como si pudiera dormir, o siquiera intentarlo. Al lado de la cama había un lavamanos y, a continuación, un inodoro. Y luego estaba la capilla. Incrustada en la pared en el centro de la habitación e iluminada con lo que parecían ser cien velas votivas. De poco más de un metro de ancho y sesenta centímetros de profundidad, había un pequeño altar de mármol al fondo y encima había algo que a primera vista parecía una pequeña escultura de bronce. Pero luego lo miró más de cerca y resultó no ser una escultura, sino dos letras soldadas:



Luego se dio cuenta de que eran lo que Giacomo Gela le había descrito: una A hebrea seguida de la M griega. No era una escultura, sino un ídolo, el símbolo de Aradia Minor, la orden secreta dentro del ya muy secreto boschetto de Aldebarán. Eso significaba que todo lo que Gela le había advertido era cierto, y que ellos habían sabido desde el principio quién era Demi y sencillamente se habían limitado a observarla, deseando que ella misma les mostrara cuánto sabía y quién más podía estar involucrado. Había sido por eso por lo que Beck la había invitado a Barcelona después del incidente entre Foxx y Nicholas Marten en Malta; todo un plan deliberado para ver quién, si es que había alguien, la seguía. Y lo había hecho Marten. El desplazamiento a la catedral con Beck y Luciana no había sido para que Luciana organizara una reunión con Foxx en Montserrat, sino por el mismo motivo: para ver quién la seguía. Y de nuevo, Marten lo había hecho. Era también el motivo por el cual Beck había aceptado llevarla a la iglesia de la montaña, para que pudiera ser testigo de los rituales del aquelarre a cambio de entregar a Marten a Foxx. Al entregar a Marten también se había entregado ella y, en ese proceso, había presenciado la muerte del buey entre las llamas, su propio y terrible destino. Posteriormente, la habían llevado hasta aquí y la habían encerrado con llave.

Del significado del antiguo culto de Aradia Minor no tenía ni idea, pero estaba segura de que Gela había sido mutilado a propósito y se le había dejado vivir así para que diera ejemplo de lo que le esperaba a cualquiera que intentara descubrirlo. Estaba claro que habían estado vigilando a Gela desde hacía muchos años por esa razón, para ver quién se interesaba lo bastante como para ir a encontrarlo, y luego para enterarse de quién era esa persona y por qué había ido, y a quién más se lo podía haber contado. Eso la llevó a preguntarse cuánta gente más había pasado por su misma situación a lo largo de los siglos para acabar presa del mismo horror indescriptible.

El mismo horror terrible y ardiente que pronto sería el suyo. El mismo horror por el que había pasado su madre y veintiséis mujeres más de su misma familia. El mismo que habían sufrido las madres, hijas, tías, hermanas y primas de otras familias italianas seleccionadas a lo largo de los siglos. El mismo que tendría lugar hoy mismo, y no sólo para ella, sino también para Cristina.


Demi detuvo de pronto su andar frenético por la habitación y se acercó al altar. Antes, en la iglesia y bajo la vigilancia de Luciana, los monjes le habían quitado las cámaras, le vendaron los ojos y la hicieron bajar por una larguísima escalinata. Al cabo de un breve instante la colocaron en algún tipo de vehículo descubierto que avanzaba rápidamente por un itinerario que ella estaba segura de que había sido bajo tierra. Luego la llevaron a la celda en la que ahora se encontraba, la encerraron y se marcharon sin mediar palabra.

Pero eso había sido todo. No se habían molestado en cachearla, ni en la iglesia ni aquí, cuando la dejaron y le retiraron la venda de los ojos. Eso significaba que seguía en poder del teléfono multifunciones con cámara que había utilizado para mandar las fotos a su página web. Eso le daba cierta esperanza porque seguía teniendo comunicación con el exterior. Pero dos intentos infructuosos le indicaron que estaba a demasiada profundidad para que la señal superara la distancia que quedaba por encima de ella. Sin embargo, seguía en posesión de un teléfono con cámara. Más tarde haría todo lo que pudiera para usar el teléfono, cuando -o, al menos, eso esperaba- la llevaran a una zona con cobertura y pudiera robar un momento a solas para llamar al número 112 de emergencias paneuropeo y pedir que la pasaran con la policía. De momento utilizaría la cámara para conservar la poca cordura que le quedaba, para evitar recrearse en la terrible certeza de lo que le esperaba en las pocas horas siguientes.

Demi se arrodilló ante el altar y se puso a fotografiar al ídolo, el símbolo de Aradia Minor. Tomó fotos agresiva y apasionadamente y desde todos los ángulos posibles. Mientras trabajaba se dio cuenta de que lo que hacía era algo más que una distracción deliberada; era un último intento desesperado de hallar un puente al otro lado y, de alguna manera, tener contacto con su madre. Tener contacto con el espíritu que había sido y que, para Demi, seguía siendo, incluso muerta. Al hacerlo no sólo cumplía la promesa que le había hecho, sino que también trataba de encontrar el amor y la salvación eternos.

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