19.17 h
Miguel le hizo una señal a Armando y a los otros para que los siguiera, luego dio gas a fondo y la moto salió literalmente disparada hacia el empinado terraplén de rocas. La máquina rugió, dio una fuerte sacudida y chisporroteó, hizo saltar piedras sueltas durante lo que pareció una eternidad y al final alcanzaron la cima del terraplén hasta quedar en un terreno plano. Miguel avanzó unos veinte metros más y luego vio el afilado saliente rocoso que protegía una formación cavernosa de roca arenisca. Se metió debajo con la moto y a los pocos segundos las otras dos motos lo siguieron.
– Parad los motores -dijo Miguel.
Lo hicieron y, conteniendo la respiración, miraron hacia atrás, esperando en silencio. Lo único que veían era el terreno rocoso que iba quedando a oscuras del extenso altiplano en el que se encontraban. Durante un minuto entero no oyeron ni vieron nada y pensaron que tal vez los helicópteros se habían marchado en otra dirección. Luego, de pronto, los vieron aparecer con un rugido estruendoso y violento. Los cinco, acercándose por encima del risco en dirección a ellos. A los pocos segundos, los helicópteros sobrevolaron, a menos de diez metros de altitud, el saliente rocoso bajo el que se ocultaban.
Los primeros cuatro eran de la policía nacional; el quinto, un viejo conocido de Hap: el enorme Chinook del ejército americano que los había llevado de Madrid a Barcelona. Eso significaba que el Servicio Secreto estaba ahí y que el destacamento estaría bajo el mando de Bill Strait.
Inmediatamente sacó su BlackBerry y la encendió, esperando que Strait le hubiera mandado un segundo mensaje que le proporcionara la información que le faltaba. Y efectivamente, el texto estaba ahí, y lo que leyó no era lo que esperaba, pero tampoco algo del todo inesperado.
Hap, ¡he tratado de localizarte otra vez! La embajada de EE.UU. en Madrid avisa que Fumigador puede estar en Montserrat y posiblemente atrapado dentro de viejas galerías de minas por un desprendimiento. Unidades de la CNP, CIA y Servicio Secreto en ruta.
Más.
Informan que fuiste tú quien estuvo en el tiroteo hostil con los operativos en Montserrat y que puedes estar herido. ¿Dónde demonios estás? Ruego confirmes lugar y estado.
Más.
Los operativos no eran CIA, embajada en Madrid desinformada. Eran comandos especiales Fuerzas Sudafricanas en operación secreta de repatriación del Dr. Foxx a Sudáfrica. Gobierno de Sudáfrica se ha disculpado al Dep. de Estado y a embajada Madrid.
Más.
Muchas cosas no tienen sentido. Como sabes, la info del SS sobre la probable presencia del Fumigador en Montserrat y la misión de los operativos para rescatarlo venía del jefe de personal de la Casa Blanca en la embajada de Madrid. ¿Cómo pueden el jefe de base de la CIA y el de operaciones especiales confundir a efectivos de la CIA con una unidad de fuerzas especiales sudafricanas? Además, ¿cómo pudo la misión Fumigador original convertirse en una misión para repatriar al doctor de Sudáfrica y luego para encontrar al Fumigador en el mismo lugar? ¿Estaban en los túneles al mismo tiempo y quedaron atrapados y nadie lo sabía?¿Hay algo a nivel ejecutivo que no sabemos? ¿Tal vez alguna reunión entre Fumigador y el doctor sudafricano? He intentado contacto con el director adjunto del SS, Langway, que se supone todavía en Madrid. Sin éxito de momento.
Más.
Si puedes, tienes órdenes de contactar a Jake Lowe o al asesor de Seguridad Nacional Marshall para informarlos de inmediato. Tal vez ellos te cuenten lo que pasa.
Es una orden directa del VPOTUS. Ruego acuse de recibo.
Más.
Muy preocupado personalmente. ¿Dónde coño estás? ¿Te han herido de bala? ¿Necesitas ayuda? Maldita sea, Hap, ¡dime algo o que alguien lo haga por ti!
La confusión de Bill Strait sobre la información del jefe de personal en la embajada americana de Madrid era totalmente comprensible. Eso siempre y cuando su mensaje contuviera algo de verdad, lo cual era altamente improbable. Resultaba más que obvio que los operativos con los que había intercambiado unas cuantas balas en el monasterio no eran comandos sudafricanos; eran más americanos que el tío Sam. Sabían que el presidente estaba allí y era a él a quién habían ido a buscar. El descubrimiento de Foxx había sido un asunto colateral, parte de otra cosa.
En cuanto a Bill Strait, era imposible saber si estaba atrapado en el medio y tan sólo trataba de hacer su trabajo, o si estaba de su lado e involucrado en el complot. ¿Tenía tanto empeño por encontrar a Hap porque era un hermano del Servicio Secreto al que se sentía muy unido, o porque se había convertido en un problema y quería quitarlo de en medio?
Hap hizo una mueca ante aquella idea, luego dejó la BlackBerry y miró a los otros agrupados debajo del saliente rocoso y bañados en una fuerte luz anaranjada mientras el sol poniente se colaba por entre dos colinas lejanas.
– Pregúntele a Armando lo lejos que está la entrada o chimenea del túnel -le dijo a Miguel-, y si podemos alcanzarlo a pie sin que nos vean.
Miguel se volvió hacia su sobrino y le habló en catalán, y luego le tradujo:
– Es tan sólo una de las galerías de ventilación entre muchas. Han elegido ésta porque creen que es todo lo lejos que pueden haber avanzado por dentro del túnel desde el desprendimiento.
– ¿Dónde está?
– A menos de un kilómetro. Podemos ir en el instante en que se ponga el sol.
Hap miró a Miguel y luego le hizo un gesto para que se le acercara.
– Si el presidente y Marten están ahí dentro -le dijo, tratando que Armando y sus amigos no lo oyeran, en especial si entendían el inglés-, tenemos que encontrarlos y sacarlos antes de que lo haga la policía española.
– Lo sé.
– Lo que no sabe es que con ellos hay agentes de la CIA y del Servicio Secreto. La mayoría, si no todos ellos, tanto los españoles como los americanos, se creen que están de nuestro lado. Que su misión es rescatar al presidente y llevarlo a un lugar protegido.
– Quiere decir que podrían intentar matarnos.
– No, quiero decir que matarán a cualquiera que se interponga en su camino. Estamos hablando del presidente de Estados Unidos. Ya ha visto esos helicópteros. Vendrán más, muchos más. Estamos delante de un ejército de gente que se cree en posesión de la verdad.
– Un hombre o mil. Para mí se trata de rescatar a mi familia. Lo mismo que para usted, ¿no?
Hap respiró hondo:
– Sí -dijo, finalmente.
Enfrentarse a operativos encubiertos era una cosa, pero tener que abrir fuego contra una legión de policías españoles, agentes de la CIA y sus propios compañeros del Servicio Secreto involucrados ingenuamente en aquello, algunos de ellos actuando de paisano, era otra historia. Pero no le quedaba otra elección.
– ¿Qué hay de los chicos?
– Yo me ocupo de ellos.
– ¿Lleva el botiquín de la limusina?
– Sí.
– Saque las mantas de supervivencia. Llévese tres y yo me quedo con cuatro.
– De acuerdo -dijo Miguel, y luego miró a Hap un segundo más-. ¿Qué tal su hombro?
– Me duele muchísimo.
– Tómese las pastillas.
– No es ni el momento ni el lugar para estar amodorrado.
– ¿Le ha vuelto a sangrar?
– Que yo sepa no. Su médico ha hecho un buen trabajo.
– ¿Puede andar?
– ¡Claro que puedo andar, maldita sea!
– Pues entonces, vamos. -Miguel se levantó de golpe y se dirigió a la moto. Abrió el cofre con un movimiento rápido y sacó siete de las mantas dobladas del botiquín y media docena de barritas de cereales. Luego sacó una cantimplora de agua, dos linternas grandes y la pistola Steyr automática. Le dio cuatro mantas y la mitad de las barritas a Hap, más una linterna, y se ató la otra en el cinturón; luego se colgó la cantimplora en bandolera y se cruzó la automática encima del pecho. Al hacerlo, el haz de luz se fundió bruscamente en el violeta oscuro del crepúsculo, al pasar el sol por detrás de las colinas. Les hizo un gesto a los otros. En un momento los cinco se pusieron a remontar el altiplano de rocas y maleza.