Marten se dejó guiar por en medio de la muchedumbre mientras pasaban de la oscuridad de la iglesia a la fuerte luz de la tarde. Fuera había un fuerte cordón de seguridad policial mientras una larga hilera de coches se acercaba a recoger a los dolientes VIP. Detrás de ellos y a un lado había un grupo de unidades móviles de medios de comunicación. Más cerca, cámaras de televisión grababan la actividad, mientras corresponsales de a pie comentaban el evento. «Recortes para las noticias del mediodía y de la noche», pensó Marten. Y luego, nada más, el último interés del público por la vida de Caroline Parsons.
Demi lo guió lejos de la iglesia, hasta una zona de estacionamiento de la misma iglesia cerca de Nebraska Avenue. Mientras caminaban, advirtió a dos figuras de pie en actitud vigilante que le resultaban familiares: los detectives de policía Herbert y Monroe, la pareja que le había interrogado sobre el «asesinato» de Lorraine Stephenson. Se preguntaba si ya habrían descubierto la existencia del científico sudafricano del pelo blanco, Merriman Foxx, y si habían esperado, como él, verlo aparecer en el funeral de Caroline.
– ¡Hey, Marten! -lo llamó una voz desde atrás. Se volvió y vio a Peter Fadden que se le acercaba rápidamente. Al cabo de un momento los alcanzó-. Lo siento, tengo un poco de prisa. -Miró a Demi y luego le entregó a Marten un sobre tamaño carta-. Mi número de móvil está dentro, junto a otro material que puede interesarle. Llámeme cuando llegue al hotel. -Y así, se volvió y se alejó, desapareciendo entre la gente que todavía ocupaba la explanada de delante de la iglesia.
Marten se guardó el sobre en el bolsillo y miró a Demi.
– Quería hablar de Caroline Parsons. ¿Qué quiere saber?
– Creo que usted estuvo con ella los últimos días y minutos antes de morir.
– Como mucha otra gente. Incluida usted… que vino con el reverendo Beck.
– Cierto -dijo, asintiendo con la cabeza-, pero casi todo el tiempo usted estuvo a solas con ella.
– ¿Y usted cómo lo sabe? ¿Cómo ha sabido mi nombre?
– Soy escritora y periodista gráfica y estoy haciendo un reportaje sobre los clérigos que atienden a los políticos conocidos. El reverendo Beck es uno de ellos, por eso le acompañaba cuando vino de visita al hospital, y por eso he asistido hoy al funeral. El reverendo Beck es el pastor de la iglesia a la cual pertenecía la familia Parsons, y sabía que usted había estado velando a la señora Parsons. Sentía curiosidad por usted y preguntó a una de las enfermeras. Así fue cómo me enteré de quién era usted y que era un amigo íntimo de ella.
Marten hizo una mueca para defenderse de la luz del sol.
– ¿Qué es exactamente lo que quiere?
Demi se le acercó un paso más. Estaba nerviosa y a la expectativa, incluso más de lo que lo estaba cuando se le acercó en la iglesia:
– Ella sabía que se estaba muriendo.
– Sí. -Marten no tenía ni idea de adonde quería llegar con sus preguntas, ni de por qué lo había buscado a él.
– Usted y ella debieron de hablar.
– Un poco.
– Y bajo esas circunstancias, puede que ella le dijera cosas que no le habría dicho a nadie más.
– Puede ser.
De pronto Marten se puso en guardia. ¿Quién era, y qué trataba de averiguar? ¿Lo que Caroline sabía o sospechaba de la doctora Stephenson y lo que le habían hecho? ¿O lo que sospechaba que les habían hecho a su esposo y su hijo?
Tal vez venía de parte del hombre del pelo blanco, Merriman Foxx, si es que era realmente la persona a la que Caroline se refirió.
– Pero, exactamente, ¿qué es lo que usted quiere saber? -le dijo, llanamente.
– ¿Le habló ella…? -Demi Picard vaciló.
Justo en aquel momento, Marten vio un Ford gris oscuro que doblaba la esquina del fondo del aparcamiento y avanzaba hacia ellos. Volvió a mirar a Demi:
– ¿Me habló de qué?
– De las… -vaciló-. De las brujas.
– ¿Brujas?
– Sí.
Ahora el Ford estaba más cerca y aminoraba la velocidad. Marten blasfemó mentalmente. Conocía el coche y a las dos personas que había dentro, y por la manera en que reducía supo que no tenía intención de pasar de largo. Rápidamente miró a Demi:
– ¿Brujas? -la apremió-. ¿De qué demonios me habla?
Entonces el Ford los alcanzó, se puso a un lado y se detuvo, y sus puertas se abrieron. El detective Herbert salió de detrás del volante y Monroe del asiento del copiloto.
Demi miró a los policías.
– Tengo que irme, lo siento -dijo, bruscamente, y luego dio media vuelta y se marchó rápidamente hacia la iglesia.
Marten respiró y luego miró a los detectives y se esforzó por sonreír:
– ¿En qué puedo ayudarles?
– En esto. -Monroe le puso unas esposas, primero por una muñeca y luego por la otra.
– ¿Porqué?
Marten estaba indignado.
Herbert empezó a empujarlo hacia el coche: -Le hemos dejado asistir al funeral de la señora Parsons. Es el único favor que obtendrá de nosotros.
– ¿Qué demonios significa esto?
– Significa que nos vamos a dar un paseo.
– ¿Un paseo adonde?
– Ya lo verá.