102

Barcelona, hotel Grand Palace, 16.10 h


Jake Lowe y el doctor James Marshall estaban solos en la sala especial de comunicaciones instalada en su suite. Sin americana, con la camisa arremangada y la corbata aflojada, Lowe caminaba impaciente arriba y abajo con teléfono protegido pegado al oído. Marshall, con sus dos metros de estatura, se sentaba frente a una mesa de trabajo en el centro de la habitación con dos portátiles delante, un bloc de notas debajo del brazo y unos auriculares conectados a la línea protegida de Lowe.

– Caballeros -dijo Lowe al teléfono, y luego hizo una pausa brusca, como si quisiera asegurarse de que lo siguiente que diría quedaba absolutamente claro-. Así es cómo están las cosas -dijo, finalmente-: Los agentes de operaciones especiales han ido y vuelto del monasterio. El doctor Foxx ha sido hallado muerto en uno de sus laboratorios «limpios». Sus restos han sido evacuados después de una breve refriega con el Servicio Secreto. Los operativos no se han identificado, ni tampoco han identificado al doctor Foxx. Se han ido del monasterio en un helicóptero civil sin más incidentes.

»No han encontrado ni rastro del presidente. Repito: ni rastro del presidente. No obstante, una comunicación previa con Foxx había confirmado su presencia y la de Nicholas Marten en el monasterio.

»El cuerpo del doctor Foxx ha sido encontrado en uno de los laboratorios "limpios" más ocultos y hay fuertes indicios de que se ha enfrentado a una situación hostil. Puesto que ni el presidente ni Marten han sido hallados en la escena, y teniendo en cuenta que cualquier puerta que pudieran haber utilizado para escapar estaba cerrada electrónicamente detrás de ellos, debemos suponer que han salido por la única ruta disponible, y ésta es el túnel que lleva a la parte posterior del laboratorio en el que se ha encontrado al doctor Foxx.

»Muy poco antes de la llegada de los operativos se ha producido una explosión en ese túnel. Lo más seguro, caballeros, es que haya sido el resultado de un mecanismo que Foxx habría instalado durante la construcción del mismo.

Caballeros.

Éstos estaban conectados a la misma transmisión protegida y repartidos por toda Europa y Estados Unidos: el vicepresidente Hamilton Rogers y el jefe de personal del presidente Harris, Tom Curran, en la embajada estadounidense en Madrid; el secretario de Estado David Chaplin en la embajada estadounidense en Londres; el secretario de Defensa Terrence Langdon en los cuarteles generales de la OTAN en Bruselas; el jefe del Estado mayor y general de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, Chester Keaton, en la oficina de su casa de campo de Virginia.

– ¿Debemos creer que el presidente está muerto? -preguntó Terrence Langdon desde Bruselas.

– Terry, soy Jim -intervino Marshall-. No creo que podamos suponer nada. Pero basándonos en la información recibida antes de Foxx y por lo que los de operaciones especiales han observado, es casi seguro que él y Marten estaban en el túnel en el momento de la explosión. Si éste es el caso, hay muy pocas posibilidades. Mejor dicho, déjenme matizar este punto: no hay ninguna posibilidad de que ninguno de los dos haya sobrevivido.

– Sabemos que Foxx estableció una línea sucesoria en el caso de que algo le sucediera. Así era como gestionaba los programas secretos en la Décima Brigada Médica. Permítame que le haga una pregunta muy directa: ¿podemos seguir adelante sin él?

– Afirmativo -dijo Marshall-. Sin duda. Es sólo cuestión de avisar a su cadena de mando.

– ¿Conocemos los detalles de lo que le ha ocurrido? ¿Estaba el presidente allí e involucrado en el suceso?

– No lo sabemos. Pero, sea lo que sea lo que ha ocurrido, no podíamos permitir que su cuerpo fuera encontrado y luego se abriera una investigación.

– La gente del monasterio lo habrá visto.

– Iba y venía continuamente. Tenía su despacho, los laboratorios que enseñaba abiertamente a la gente. Se habrá ido justo después de salir del restaurante. Eso no será un problema.

– Pero el Servicio Secreto… -dijo el general Keaton, desde Virginia-. Los agentes que estaban allí harán un informe, si no lo han hecho ya. Y entonces, ¿qué?

Lowe miró a Marshall, luego volvió a dirigirse al teléfono:

– Había dos hombres, Chet. Sólo uno de ellos se identificó como miembro del Servicio Secreto. Era el SAIC del presidente, Hap Daniels. El otro no sabemos quién era. Tampoco sabemos cómo llegó ninguno de ellos hasta allí. Pero a Daniels le dispararon y no hemos sabido nada más de él. Cuando se presente, si es que lo hace, las órdenes son que nos lo traigan directa e inmediatamente para que dé parte de su misión. Una vez eso ocurra, será informado de que los cuatro agentes de operaciones especiales que se encontró eran comandos de las Fuerzas Especiales Sudafricanas que obedecían órdenes de repatriar secretamente al doctor Foxx a Sudáfrica para ser interrogado sobre sus trabajos en la Décima Brigada. Las circunstancias bajo las que ha sido encontrado hacen que la versión políticamente recomendable sea que fue encontrado muerto en su residencia de Malta. El gobierno sudafricano ha enviado sus disculpas por cualquier perjuicio que haya provocado la herida del agente Daniels.

– No me gusta.

– No nos gusta a ninguno de nosotros, pero es lo que hay. Además, él no tiene ni idea de quiénes eran esos efectivos, y desde luego tampoco ha encontrado al presidente. Y si dice que ha acudido a Montserrat basándose en información de nuestra embajada en Madrid, se le señalará que todos los afectados creyeron erróneamente que la información venía de la CIA, y no de los sudafricanos.

– Si ha habido una explosión en el túnel, alguien entrará a comprobarlo -dijo el vicepresidente Rogers, mostrando su preocupación-. Y entonces, ¿qué ocurrirá cuando encuentren el cuerpo del presidente?

– No lo harán -dijo Lowe con una fría seguridad-. Ese túnel lleva al laboratorio número seis de Foxx, el peor. Tal y como Foxx lo describió, fue diseñado para destruirse automáticamente si no se marcaba el código correcto al entrar, y al mismo tiempo cualquier acceso a él quedaba bloqueado. Si es lo que ha ocurrido, y según los operativos que han estado allí debemos suponer que así ha sido, ahora mismo ese túnel está bloqueado por un trozo de roca de cien mil kilos apoyado contra la puerta del último de los laboratorios de Foxx en el monasterio. El otro extremo está sellado por mil metros cúbicos de tierra desprendida. Foxx era un perfeccionista. Lo que hay allí parecerá un desprendimiento natural de tierras ocurrido en la galería de una antigua mina. No habría motivo para suponer que hay alguien dentro. Es una larga cadena de galerías que las autoridades suponen selladas desde hace décadas.

– Caballeros -intervino Marshall-, a menos que el presidente estuviera en el laboratorio mismo, lo cual es perfectamente posible, el único otro lugar en el que podía estar es la propia galería. Si está allí, no tiene manera de salir. Haga lo que haga, se convertirá en su tumba, si no lo ha hecho ya. Ya discutiremos más adelante cómo sacaremos a la luz la versión oficial de ocurrido y cómo recuperaremos el cadáver. De momento, y por suerte, él y sus ideas ya no son un problema. Ahora necesitamos avanzar y rápido.

– Deacuerdo -dijo Chaplin, el secretario de Estado, desde Londres.

– Jim… -intervino Langdon desde Bruselas.

– Sigo ahí, Ferry -dijo Marshall.

– Vamos jodidamente mal de tiempo. La aprobación final para lo de Varsovia hay que darla ya.

– Yo estoy de acuerdo.

– Votemos -dijo Langdon.

Su propuesta fue seguida de un coro inmediato e unánime de «de acuerdo».

– ¿En contra?

Desde Madrid, Londres y Bruselas; desde la Virginia rural; de los hombres de la suite del hotel Grand Palace de Barcelona, sólo se hizo el silencio.

– Entonces el vicepresidente firmará la orden de Varsovia de inmediato -dijo Lowe-. ¿Correcto, Ham? No hay marcha atrás por tu parte, supongo.

– Estoy en esto al cien por cien, Jake, ya lo sabes. Todos lo sabéis. Siempre lo he estado, no me echaré para atrás -dijo el vicepresidente, Hamilton Rogers, desde Madrid-. Chet, tú te encargarás de confirmar la operación Varsovia cuando esté operativa.

– Sí, señor, desde luego. -La voz potente del general Chester Keaton retronó a través de cinco mil kilómetros de océano.

– Correcto -dijo Lowe-, entonces ya estamos y podemos proceder. Nos vemos en Varsovia, caballeros. Gracias y buena suerte.

Con esto Lowe colgó el teléfono y miró a Marshall:

– Me gustaría sentirme aliviado pero, no sé porqué, no lo estoy.

– Estás pensando en el presidente.

– No lo sabemos seguro, ¿no? ¿Qué pasa si, por alguna casualidad, está vivo y sigue ahí dentro?

– En ese caso le queda un buen rato de excavación -dijo Marshall, quitándose los auriculares, luego se levantó y se dirigió a una mesa lateral para servir unas copas: whisky de malta solo, un trago doble para cada uno. Le ofreció una copa a Lowe.

– Faltan menos de cuarenta y ocho horas para Varsovia.

El vicepresidente cree que está al mando, y los otros lo aceptan. Incluso si el presidente consiguiera darnos una sorpresa, le resultaría imposible hacerlo en tan poco tiempo. Y si lo lograra, la única salida que tendría sería por debajo, por encima o a través de esa roca monstruosa de cien mil kilos, para acabar en las cámaras de Foxx. Lo hace, se nos aparece como un Jesucristo y lo sacamos de allí de inmediato. Al cabo de poco se nos muere de un ataque al corazón y el vicepresidente se convierte automáticamente en el presidente. Es un poco inquietante, sí. Pero sea como sea, sigue en nuestras manos.

Lowe lo miró fijamente:

– ¿Tenemos efectivos a la espera, por si aparece?

– ¿En el despacho de Foxx?

– O en cualquier otra parte.

– Jake, no puede ocurrir.

– ¿Tenemos efectivos a la espera? -dijo Lowe, vocalizando exageradamente.

– ¿Hablas en serio?

– Muy en serio, joder. Quiero efectivos apostados en las cámaras de Foxx y en cualquier otro rincón por el que pueda aparecer como un conejo de Pascua. Dentro, fuera, del derecho y del revés. Ahí arriba hay todo un entramado de galerías de antiguas minas. ¿Qué pasa si ha logrado escapar de la explosión y está vivo y atrapado en una de ellos, intentando buscar una salida? ¿Y si la encuentra? ¿Qué hacemos entonces?

– Para eso precisaríamos muchas fuerzas.

– Señor asesor de Seguridad Nacional, estamos en guerra, por si no se había dado cuenta.

Marshall miró a Lowe durante un largo instante y luego brindó su copa con la de él.

– Si así lo quieres, se hará.

Lowe no se inmutó; permaneció allí quieto, con el vaso en la mano.

– Ten un poco de fe en tu propia organización, hombre -dijo Marshall-. ¡Un poco de fe!

Lowe se acabó la copa de un sorbo y la dejó sobre la mesa.

– La última vez que tuve ese tipo de fe fue en un hijo de puta llamado John Henry Harris. Veintidós años de fe, Jim. Todo iba bien con él, hasta que se estropeó. Así que, hasta que le tengamos o podamos confirmar su muerte, no sé nada de nada. -La mirada de Lowe se levantó para mirar a Marshall y quedarse ahí fijada-. Nada de nada.

Загрузка...