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00.18 h


La ascensión desde la chimenea de abajo hasta la galería principal había resultado relativamente fácil. El paso siguiente, el recorrido de cien metros por ella, se había desarrollado rápidamente y sin incidentes, aun en la oscuridad. Luego José había encontrado la obertura a la chimenea superior, por la que habían bajado él, Hap, Miguel, Armando y Héctor en lo que tenían la sensación de que eran días, hasta semanas antes.

Estaban en ella y trepando cuando de pronto Hap soltó un gruñido y se detuvo. Miguel lo apuntó con su linterna y pudieron ver que se había quedado totalmente pálido y que estaba sudando profusamente. Miguel le dio agua rápidamente e insistió en que se tomara otra gragea para el dolor, lo cual Hap hizo sin rechistar.

Ahora los cinco aguardaban sin moverse a que descansara un poco y la medicación le hiciera efecto. En otras circunstancias podían haberle dejado atrás y haber proseguido, con su consentimiento, pero ahora no podían hacerlo. Se había recorrido toda la estación de Port Cerdanya hacía escasas semanas para preparar la visita del presidente y conocía los detalles de su distribución como sólo podía hacerlo un hombre de su preparación y experiencia. Si tenían alguna esperanza de lograrlo, necesitaban a Hap. Lo que no sabían era si un pequeño descanso sería suficiente para que se recuperara.


00.23 h


– La pelota, presidente -dijo Marten, por la sencilla razón de que había estado pensando en ello-, ese macuto negro que se ve llevar siempre a un escolta militar adondequiera que vaya el presidente. Supongo que es cierto que lleva los códigos para disparar misiles nucleares.

– Sí.

– Perdone que se lo pregunte, pero, ¿dónde está, ahora?

– Supongo que lo tienen mis «amigos». No lo tenía fácil para llevármelo cuando me escapé.

– ¿Lo tienen sus amigos?

– Da absolutamente igual.

– ¿Qué demonios quiere decir?

– Que hay más de uno -intervino Hap, inesperadamente.

– ¿Cómo?

– El presidente lleva uno cuando sale de viaje. Hay otro guardado en la Casa Blanca, y un tercero está a la disposición del vicepresidente en caso de que el presidente quede inhabilitado. Como ahora.

– Quiere decir que, de todos modos, lo tienen.

– Sí. De todos modos, lo tienen… ¿Alguna pregunta más?

– De momento no.

– Estupendo. -Hap se levantó de pronto-. Sigamos antes de que lleguen más fuerzas de rescate.


00.32 h


Se detuvieron a unos cuatro metros de la salida de la chimenea y mandaron a José a inspeccionar como habían hecho antes.


00.36 h


José volvió a descender y habló con Miguel en catalán. Miguel escuchó y luego se volvió hacia los otros.

– Hay nubarrones y está lloviendo -tradujo con calma-. No ha oído nada ni ha visto ninguna luz. Cuando salgamos, lo seguimos de cerca sobre roca abierta. Muy pronto encontraremos un sendero empinado; sube durante un tramo corto, luego se mete otra vez por debajo de unos matorrales y sigue bajando por un terreno muy irregular durante menos de un kilómetro, hasta que acaba en un arroyo. Luego hay que remontar el arroyo hasta una confluencia de corrientes. Al otro lado cogemos por una pista que se adentra en el bosque que dura un poco más de tres kilómetros, antes de alcanzar un espacio abierto.

– ¿Y entonces? -preguntó el presidente.

– Lo decidiremos cuando lleguemos allí -dijo Hap, rotundo-. El mal tiempo reducirá la efectividad del detector térmico, pero estamos en un juego en el que hay que jugar paso a paso. Si logramos recorrer cinco kilómetros a oscuras y bajo la lluvia sin que nos atrapen ya habremos logrado algo importante. Espero que no sea imposible.

– ¿Te sientes capaz de hacerlo? -El presidente estaba sinceramente preocupado por el estado de Hap.

– Cuando usted diga, presidente.

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