Tren n.° 243 de París a Berlín. 2.48 h
Victor se reclinó en su asiento, incapaz de conciliar el sueño. Enfrente de él había una joven leyendo, con sus delicadas facciones iluminadas por la pequeña lámpara individual. Miró el resto del vagón. Aparte de otra lámpara de lectura, estaba a oscuras y el resto de pasajeros dormía.
La joven de delante de él giró la página y siguió leyendo, aparentemente sin darse cuenta de que estaba siendo observada. Era rubia y no especialmente atractiva, pero a su manera -por su postura al leer, por la manera de pasar las páginas con un dedo- resultaba una mujer misteriosa. Calculó que debía de tener unos veinticinco años, tal vez un poco más. No vio que llevara anillo de casada y se preguntó si lo estaba y prefería no llevarlo, o si era soltera, o tal vez incluso divorciada. La observó unos segundos más y luego apartó la vista para mirar con expresión ausente a la penumbra.
Había apartado la vista a conciencia para evitar que lo sorprendiera mirándola y que eso pudiera ponerla nerviosa.
Pero, aun así, no podía evitar pensar en ella. El tren llegaría a Berlín en poco más de cinco horas. ¿Qué pasaría entonces? ¿Tendría amigos, familia o alguien que viniera a recibirla? ¿O estaba sola? Y si lo estaba, ¿tendría un trabajo y un hogar, o al menos un lugar al que ir?
De pronto sintió una necesidad casi incontenible de protegerla. Como si fuera su esposa, o su hermana, o hasta su hija. Fue entonces y por primera vez cuando se dio cuenta de por qué estaba allí y de por qué le habían enviado. Para actuar y protegerla a ella y a la gente como ella antes de que algo malo les sucediera. Él era una fuerza preventiva.
Ése era el motivo por el que había hecho lo que le pedían en Washington, por el que había hecho lo que Richard le había pedido y anduvo a través de la estación de Atocha, el escenario de un atentado terrorista en Madrid; el motivo por el que había matado a los dos jinetes en Chantilly, y el motivo por el cual Richard lo había metido en aquel tren con destino a Berlín y luego a Varsovia, donde le había prometido la misión más importante de su vida. Donde, si ejecutaba bien las instrucciones recibidas, se produciría un importante paso para detener la propagación del terrorismo. Sabía que las circunstancias serían complejas, incluso peligrosas, pero no tenía miedo ni estaba nervioso. En cambio, se sentía honrado y sabía que si lo lograba estaría contribuyendo a proteger las vidas de gente inocente de todo el mundo. Gente como la joven lectora que ahora mismo tenía delante.