12.25 h
Nicholas Marten oyó el crujido de las ruedas cuando el tren de aterrizaje de la aeronave se preparaba para tocar el suelo. Diez minutos más tarde estaba ya en la pista del aeropuerto de El Prat de Barcelona y se dirigía a la terminal. Veinte minutos después ya había recogido el equipaje y hacía la cola para subir al Aerobús que en veinticinco minutos lo llevaría a la ciudad, y ahora sus pensamientos -que hacía sólo unos instantes estaban centrados en Merriman Foxx y Demi Picard y en la breve conversación telefónica que había mantenido con Peter Fadden mientras esperaba a embarcar en el aeropuerto de Malta- se centraban en un hombre que estaba tres pasajeros más atrás en la misma cola. Era de raza blanca, de un metro ochenta de estatura, alrededor de cuarenta años de edad y el pelo canoso. Llevaba gafas de sol, un polo amarillo claro metido por dentro del pantalón vaquero y una pequeña bolsa de viaje roja colgada informalmente del hombro. Tenía aspecto de turista, de persona acostumbrada a viajar ligero y con comodidad. No había nada en él que llamara la atención y probablemente Marten no se habría fijado si no lo hubiera visto hacerle un gesto con la cabeza al pasar al joven de los vaqueros y chaqueta ancha que estaba en el vestíbulo de su hotel en La Valetta, al que luego había vuelto a ver en sus vuelos de Malta a Roma, y de Roma a Barcelona. Ese joven ya no estaba, pero en cambio sí estaba ese otro hombre, aguardando en la cola detrás de él para subir al Aerobús azul que los llevaría a Barcelona.
Si era cierto que el primer hombre lo había seguido desde La Valetta, entonces había muchas posibilidades que ahora lo hiciera este segundo. Básicamente, uno había sustituido al otro.
12.30 h
Este segundo hombre estaba ahora dos asientos delante de él y en el otro lado del autobús, mirando por la ventana, mientras salían del aeropuerto para meterse en la autovía que llevaba a la ciudad. Marten lo observó un buen rato y luego se reclinó e intentó relajarse.
Era viernes, 7 de abril. Dos días antes la policía metropolitana de Washington DC lo había ido a buscar al funeral de Caroline y lo había metido en un avión destino a Londres, donde había llegado al día siguiente, ayer, para embarcar al poco tiempo en un vuelo destino a Malta. Luego, esta mañana, después del encuentro de anoche con Merriman Foxx, había abandonado la isla apresuradamente siguiendo los pasos de Demi Picard hasta Barcelona. Tenía jet lag, había dormido muy poco y contaba con poco más que con la adrenalina para seguir despierto. Sabía que tenía que ser consciente de su propio estado mental. En situaciones como ésta era fácil convertir en monstruos lo que en realidad sólo eran pequeños animalitos peludos. Es decir, que tal vez se equivocara sobre el hombre canoso del polo amarillo y las gafas de sol y que el gesto que le hizo al joven de la chaqueta ancha tal vez no significara nada, y que en realidad ninguno de los dos tuviera los ojos puestos en él. Así que lo apartó de su mente y volvió a concentrarse en la conversación telefónica que había mantenido antes con Peter Fadden, al que pilló en Londres poco después de que el reportero del Washington Post hubiera llegado, haciendo escala en su viaje a Varsovia para cubrir la inminente cumbre de la OTAN.
Marten le puso rápidamente al día de su encuentro con Merriman Foxx la noche anterior en el Café Trípoli, contándole cómo se había hecho pasar por ayudante de la congresista Baker y cómo la inicial simpatía de Foxx se había convertido en animosidad cuando Marten entró en el tema de las pruebas de toxinas experimentales en humanos después de que las armas biológicas de Sudáfrica hubieran sido oficialmente destruidas. Y todavía se había enfadado más cuando le contó la historia inventada del memorando que el congresista Parsons había dejado poco antes de morir, en el que insinuaba que Foxx había hablado en secreto con la doctora Stephenson en el transcurso de las sesiones del comité. Y añadiendo, además, que Parsons había cuestionado la veracidad de las declaraciones de Foxx. La reacción de Foxx, dijo Marten, había sido defender ferozmente su testimonio y negar que conociera a la doctora Stephenson, después de lo cual dio abruptamente por cerrada la conversación y se marchó.
Finalmente le contó a Fadden la temerosa descripción que Caroline hizo del «hombre del pelo blanco con los dedos largos y asquerosos, y aquel horrible pulgar con su diminuta cruz de bolas» que la había examinado en el hospital al que la llevaron a raíz de su crisis nerviosa en el funeral de su marido y su hijo.
– Peter -le dijo Marten con énfasis-, Foxx no sólo tiene el pelo blanco, sino que sus dedos son extraordinariamente largos y lleva un tatuaje así en el pulgar. Puedo asegurarle que está involucrado tanto en la muerte de Caroline como en la de Lorraine Stephenson. Y otra cosa: cuando me lo encontré estaba cenando con el capellán del congreso, Rufus Beck.
– ¿Beck? -Ahí Fadden se quedó estupefacto.
– Tampoco trataron de ocultármelo. Al menos no mientras cenaban tan cómodamente en un restaurante maltes y pensaban que Foxx se estaba entrevistando con un emisario de la congresista Baker.
– No lo entiendo -dijo Fadden.
– Yo tampoco. El reverendo Beck y el doctor Foxx son aparentemente como el agua y el aceite.
– Sin embargo, ambos se mostraron relajados frente a alguien que creyeron que trabajaba para la jefa del subcomité ante el cual Foxx estuvo testificando.
– No sólo testificando, Peter. Testificando en una investigación secreta.
Marten concluyó con lo demás: que la reportera gráfica francesa Demi Picard acompañaba a los dos hombres y que había advertido secretamente a Marten que «los dejara en paz antes de estropearlo todo», y que aquella misma mañana Foxx y el reverendo Beck se habían marchado de Malta hacia destinos desconocidos y que Demi se había marchado poco después, en dirección a Barcelona, donde tenía una reserva en el hotel Regente Majestic, que era adonde ahora se dirigía Marten.
– Peter -repitió con el mismo tono enfático de antes, mientras anunciaban el embarque en su vuelo-, trate de averiguar el nombre de la clínica a la que llevaron a Caroline Parsons después de que la doctora Stephenson le administrara la inyección, y antes de que la transfirieran al hospital universitario George Washington. Tuvo que estar allí varios días. Allí tiene que haber alguna información sobre quién la trató y de qué.
Marten sintió que el autocar disminuía la velocidad y levantó la vista. El hombre de las gafas oscuras y el polo amarillo lo miraba. Al verse sorprendido, sonrió desenfadadamente y luego volvió a girarse a mirar por la ventana. A los pocos minutos, el bus hizo su primera parada en la Plaça d'Espanya. Cuatro pasajeros se apearon, tres más subieron y el bus siguió su trayecto. Luego se detuvieron en Gran Via / Comte d'Urgell, y de nuevo en Plaça Universitat, donde tres pasajeros más recogieron su equipaje y se bajaron. Marren se mantuvo vigilante, con la esperanza de que su hombre del polo amarillo se levantase y marchara con ellos. Pero no lo hizo y el autocar siguió su camino.
La siguiente parada, Plaga de Catalunya, a poca distancia a pie del hotel Regente Majestic, era la suya. El autocar se arrimó a la acera y Marten se levantó junto a seis pasajeros más. Recogió su bolsa de viaje y se dirigió a la parte frontal del autocar, vigilando a su hombre mientras lo hacía. El hombre permaneció en su asiento, relajado y con las manos en el regazo, esperando a que el vehículo volviera a arrancar. Marten fue el último en apearse. Rodeó a un grupo de personas que esperaban para subir y se alejó en busca de una calle llamada Rambla de Catalunya y del hotel Regente Majestic. Al cabo de un momento, el aerobús pasó por su lado, avanzando entre el tráfico. Siguió andando unos instantes y luego algo lo hizo volver la vista atrás. El hombre del pelo canoso y el polo amarillo estaba de pie en la parada del autobús, mirándolo.