Viernes 7 de abril
30

Madrid, hotel Ritz, 1:25 h


Jake Lowe respondió a oscuras a la llamada desde su suite privada de la cuarta planta.

– ¿Sí? -dijo, mientras se incorporaba, apoyándose en un codo sobre la cama, y luego miró instintivamente a su alrededor para asegurarse de que estaba solo.

– Tengo un mosquito que necesita que le den un manotazo -dijo una voz serena de mujer de mediana edad-. Se llama Nicholas Marten. Se ha hecho pasar por miembro del despacho de la representante Baker. No sé cómo nos ha encontrado. Ha estado haciendo preguntas muy «ilustradas». También estuvo con la señora Parsons durante las últimas horas antes de su muerte.

– Sí, estoy al corriente de esto.

– Me gustaría saber para quién trabaja, lo que sabe y si hay alguien trabajando con él antes de que llamemos a los exterminadores.

– ¿Dónde está ahora? -preguntó Lowe.

– En Malta. En el hotel Castille.

– ¿Cuándo te vas?

– En breve.

– Estaremos en contacto.

Se oyó un clic cuando la persona que llamaba colgó. Lowe vaciló unos segundos, luego encendió la luz de la mesita de noche y cogió su Blackberry. La voz había llegado a través de una línea de seguridad y había sido alterada y luego recompuesta digitalmente, de modo que era prácticamente imposible identificarla, ni por supuesto rastrearla. Sólo había una persona que dispusiera del equipo y del código necesario para usarlo: Merriman Foxx.


La Valetta, Malta. Hotel British, 6.45 h


– ¡Vuelva en cinco minutos! -ladró Demi Picard en respuesta a los golpes a su puerta. Se abrochó los botones de una camisa de hombre a rayas azules, deslizó un cinturón de piel por sus pantalones de tono ocre y luego, uno y dos, se puso los pequeños pendientes de oro.

Volvieron a llamar. Suspiró de fastidio y luego fue a abrir la puerta.

– Le he dicho que vuelva en… -dijo mientras la abría, y luego se detuvo a media frase.

Se encontró frente a Nicholas Marten.

– Estaba esperando a un botones -le soltó, con el mismo tono furioso que había usado la noche anterior. De inmediato se giró de espaldas y volvió a entrar en la habitación para sacar un blazer azul marino del armario. Su maleta, casi hecha, estaba abierta sobre la cama, y su equipo fotográfico en un maletín duro junto a ella.

– ¿Se marcha?

– Como todos los demás, gracias a usted.

– ¿A mí?

Ella lo miró:

– Sí.

– ¿Quiénes son todos los demás?

– El doctor Foxx se ha marchado a primera hora de la mañana. Y también el reverendo Beck, un poco más tarde. Y Cristina también.

– ¿Hacia dónde?

– No lo sé. Me he encontrado una nota debajo de la puerta del reverendo Beck, en la que decía que lo habían llamado inesperadamente y que nuestro viaje a los Balcanes quedaba cancelado.

– ¿Y qué hay de los otros dos?

– He llamado a la habitación de Cristina para ver lo que sabía y me han dicho que ya se ha marchado del hotel. -De pronto, Demi se metió en el baño y luego volvió a salir con un pequeño neceser-. He hecho la misma llamada al apartamento de Foxx. Su ama de llaves me ha dicho que también se ha marchado. -Metió el neceser en la maleta y cerró la cremallera con cuidado.

– Y no tiene usted ni idea de adonde ha ido ninguno de ellos.

Ella lo volvió a mirar.

– No.

– Botones. -Un hombre uniformado estaba ante la puerta.

– Sólo esta maleta -le dijo, luego se puso la chaqueta, se colgó el bolso del hombro y recogió la bolsa de la cámara.

– Adiós, señor Marten -le dijo, y luego pasó por su lado y salió de la habitación.

– ¡Oiga! -dijo Marten, mientras corría tras ella.

En cuarenta segundos Demi, Marten y el botones estaban bajando en silencio por el ascensor. Demi miraba al suelo, Marten la miraba a ella. Al cabo de un minuto, dos paradas y tres huéspedes del hotel, el ascensor se detuvo. La puerta se abrió y Demi salió en primer lugar en dirección al vestíbulo principal. Inmediatamente, Marten la alcanzó.

– ¿Qué quiso decir ayer noche, cuando dijo que me mantuviera alejado antes de que lo arruinara todo?

– ¿No cree que es un poco tarde para pedir explicaciones?

– Está bien. Cambiemos de tema y probemos con las brujas.

Demi lo ignoró y siguió andando. Llegaron al vestíbulo y empezaron a cruzarlo.

– ¿Qué brujas? ¿A qué se refería?

Ella siguió ignorándolo. Avanzaron tres pasos más y entonces Marten la sujetó por un brazo y tiró de ella.

– Por favor; es importante.

– ¿Qué se ha creído que está haciendo? -dijo ella, irritada.

– Por un lado, le pido que sea amable.

– ¿Quiere que llame a la policía? Están allí.

Le hizo un gesto con la cabeza, señalándole a una pareja de hombres motorizados, de uniforme negro y botas negras, que estaban justo enfrente del hotel.

Marten le soltó el brazo lentamente. Ella le clavó una mirada furiosa y luego se alejó. La vio acercarse al mostrador del conserje y hablar brevemente con el hombre de bigote que había detrás. Él le sonrió reconociéndola, luego buscó en su mesa, cogió un sobre y se lo entregó. Ella le dio las gracias, se volvió fugazmente a mirar a Marten y luego siguió al botones hasta un taxi que la esperaba fuera. Al cabo de un momento se había marchado.

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