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Restaurante Mr. Henry's, Avenida Pennsylvania, 11.50 h


Marten y Peter Fadden ocupaban una mesa al fondo de un saloon de madera oscura con ambiente retro de Capitol Hill, que empezaba justo a llenarse de parroquianos ruidosos que acudían a almorzar y en cuyo piso superior, décadas antes, Roberta Flack susurró por primera vez las notas de su Killing Me Softly.

– Su amigo Dan Ford era un reportero como la copa de un pino, un tipo muy especial, y… -Peter Fadden se abalanzaba encima de la mesa cuando hablaba. Era un gesto, estudiado o no, que subrayaba su presencia- tenía un futuro brillantísimo. ¿Matarle como le mataron? Fue una equivocación enorme, nadie debería morir así. Todavía le echo de menos.

Fadden, fornido y con el pelo gris, una barba cortita y la tez rubicunda, se acercaba más a la cincuentena que a la setentena, y parecía todavía más joven. Periodista de firma con el porte endurecido de los viejos tiempos, vestía unos pantalones marrones, una camisa andrajosa y una chaqueta desgastada de espiguilla. Tenía los ojos azul brillante y una mirada penetrante al observar a Marten, que dio un sorbo a su café y luego un mordisco a su bocadillo de atún.

– Yo también, cada día -dijo Marten, con sinceridad.

Habían transcurrido casi cinco años desde el asesinato de Ford en una zona rural francesa, y hasta ahora Marten tenía la sensación de que la muerte de Dan había sido de alguna manera culpa suya. Había también otra lectura, en especial ahora, porque, como con Caroline, habían sido amigos desde la infancia y todos aquellos recuerdos, toda su historia, hacía de su muerte algo mucho más doloroso.

Fue Dan Ford, el periodista profesional con su interminable red de contactos, quien hizo posible que John Barron se convirtiera en Nicholas Marten, dándole así la oportunidad de iniciar una nueva vida en el norte de Inglaterra, una vida lejos de Gunslinger, el funesto detective de Los Ángeles Gene VerMeer, y sus igualmente vengativos socios que seguían en el cuerpo de policía.

– Ha dicho que tiene una noticia, ¿de qué se trata? -Se había acabado la sensiblería.

Peter Fadden tomó un sorbo de café.

– He dicho que podía tener una noticia -dijo Marten, y luego bajó la voz-. Tiene que ver con Caroline Parsons.

– ¿Qué hay de ella?

– Lo que yo le diga aquí tiene que ser off the record.

Off the record no es ninguna noticia, y punto -le soltó Fadden-. O tiene algo o no lo tiene; de lo contrario, los dos estamos perdiendo el tiempo.

– Señor Fadden, en estos momentos todavía no sé si hay o no una historia que contar. Busco ayuda en un asunto que es para mí muy personal. Pero si resulta ser verdad, es una bomba, y en ese caso es toda suya.

– ¡Oh, por Dios! -Fadden se apoyó en la silla-. ¿Y ahora me quiere vender también una moto?

– Quiero un poco de ayuda, nada más. -Marten levantó la vista para mirar a Fadden y se quedó allí.

Fadden lo meditó y luego soltó un suspiro:

– Está bien, off the record. ¿De qué diablos se trata?

– Caroline Parsons creía que su marido y su hijo habían sido asesinados. Que el accidente de avión no fue ningún accidente.

– Ahora volvemos a la moto. Marten, en esta ciudad hay una maldita teoría de la conspiración en cada esquina. Si esto es lo único que tiene, olvídeme.

– ¿Cambiaría algo la cosa si le dijera que ella me lo contó en su lecho de muerte? ¿O que estaba convencida de que la infección de estafilococos que la mató en tan poco tiempo le había sido inoculada deliberadamente?

– ¿Cómo? -Fadden empezó de pronto a mostrar interés.

– Me di cuenta de que acababa de perder a su marido y a su único hijo y de que ella misma se estaba muriendo. Era posible que estuviera todo en su cabeza, las elucubraciones de una viuda histérica y aterrorizada. Y tal vez lo fueran, pero le prometí que haría todo lo que pudiera por descubrirlo y eso es lo que estoy haciendo.

– ¿Por qué? ¿Qué relación tenía con ella?

– Digamos simplemente que, en algún momento de nuestras vidas, nos -Marten hizo una pausa y luego prosiguió- quisimos mucho, y dejémoslo aquí.

Faddem lo escrutó:

– ¿Le dio algo real? ¿Alguna especificación? ¿Motivos por los que lo creía?

– ¿Quiere decir pruebas definitivas? No. Pero ella tenía que ir en el mismo avión que su marido y su hijo. Ella me dijo, o trató de decirme, que «ellos» habían sido los responsables del accidente. Cuando le pregunté quiénes eran «ellos», me contestó «los ca», pero eso es lo único que pudo balbucear. No fue capaz de acabar la palabra y ya nunca más lo haría. Al pensarlo bien y relacionarlo con la muerte de su marido, lo único que tenía sentido era que tal vez estuviera tratando de decir «el comité».

»La última reunión de comité a la que asistió Mike Parsons antes de morir fue el Subcomité de Inteligencia y Contra Terrorismo de la Cámara de Representantes. Tuvo lugar el martes, 7 de marzo, en el edificio de oficinas Rayburn House. Su tema de discusión era "Progresos en la consolidación de las listas de alerta terroristas". La peculiaridad de esta reunión es que no existe ninguna lista de los testigos que tenían que aparecer ante el comité. El hecho es que yo no sé muy bien cómo funcionan estas cosas, pero al buscar en los Archivos del Congreso los otros comités del mismo período de dos semanas, no he encontrado ni uno solo en el que no figurara al menos un testigo presentado. Y éste es el motivo por el cual necesito su ayuda, no sólo para que me ayude a repasar el álgebra de bachillerato, sino porque es usted un buen conocedor de las entrañas de Washington en quien Dan Ford confiaba. Usted sabe cómo funcionan estos comités, aunque no escriba sobre ellos. Y bueno, yo quiero saber lo que ocurría en el comité de Parsons. De qué trataba. Por qué no había testigos. Qué pudo haber ocurrido en él que convirtiera las sospechas de Caroline en realidad.

– Usted persigue esto de forma emocional, ¿lo sabe?

Marten lo miró.

– Usted no estaba. Usted no pudo oír el miedo en su voz, ni verlo en sus ojos. En todo su ser.

– ¿En algún momento se le ha ocurrido que puede estar dando palos de ciego?

– No le pido su opinión, sino su ayuda.

Fadden cogió su taza de café, la sostuvo un momento y luego se la acabó de un trago.

– Vayamos a dar una vuelta.

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