7.48 h
Con la Sig Sauer apoyada en el regazo, Marten condujo el último cuarto de milla cautelosamente mientras la pista de gravilla se alargaba en una sinuosa S por entre un denso paisaje de coníferas. A través de los árboles empezaban a divisar la iglesia y la pequeña zona de aparcamiento que daba a la entrada trasera. Hap miró detrás de ellos. Nada. Habían tenido que esperar muchísimo tiempo para dejar que los coches de policía se marcharan de la zona de más abajo. Cuando finalmente lo hicieron y Hap le dio el visto bueno a Marten y empezaron a subir otra vez, él siguió vigilando atentamente la retaguardia. Podía ser que se hubieran marchado, pero la policía estaba claramente al cargo de la vigilancia de esta vía, lo cual significaba que podían, y probablemente lo harían, volver en cualquier momento.
Los primeros rayos del sol de la mañana tocaban las cumbres de detrás de ellos mientras Marten entraba en el aparcamiento y se colocaba detrás de tres furgones de la propia iglesia.
– Debe de haber personal de la iglesia preparando el servicio de la mañana -dijo Hap al ver los furgones-. Estarán arriba y en la nave principal de la iglesia.
Miró rápidamente a su alrededor y luego les dio el OK. Los cuatro saltaron del coche y se pusieron a actuar como si fueran del lugar: sacaron las escobas y rastrillos y cubos y los colocaron cerca de la entrada de servicio como si se dispusieran a trabajar.
En este lado el terreno era más elevado que el de la entrada principal de la iglesia y había una buena perspectiva del gran aparcamiento principal y del largo camino de curvas que subía hasta él desde la enorme extensión del complejo y los viñedos.
– Vigile la puerta -le dijo Hap a Marten, luego cogió los prismáticos y subió a un pequeño otero para agacharse junto a un árbol grande. A través de las lentes veía el despliegue de hombres uniformados y vehículos policiales que protegían las carreteras de los alrededores. Se volvió hacia el aparcamiento principal y vio los coches del Servicio Secreto español situándose delante y detrás de los pulcros autocares negros y la hilera de delegados del NWI que se subían a ellos. Arrugó la frente, intrigado, y volvió a mirar a los otros.
– La gente que sube a los autocares va vestida de noche. Todos, hombres y mujeres.
– ¿Cómo? -el presidente se le acercó, Hap le ofreció los prismáticos y miró por ellos-. ¿Trajes formales de noche para un servicio no confesional de mañana?
– ¿Se le mencionaba eso a usted en la hoja de instrucciones?
– No -dijo Hap.
El presidente movió la cabeza:
– No lo entiendo.
– Yo tampoco.
7.50 h
Dejaron a José fuera para vigilar, fingiendo sacar hojas secas de un parterre, y entraron cautelosamente en la iglesia por la puerta trasera.
Hap los condujo por un estrecho pasadizo de piedra caliza. A su derecha había una sala de reuniones y más allá, unas escaleras que subían y que el presidente tomaría para llegar a la iglesia propiamente dicha. Siete metros más y Hap los desvió a la izquierda y hacia abajo por unas escaleras de piedra que llevaban a un trastero en el sótano en el que tenía la sensación que podían esperar a salvo hasta que empezara el servicio.
A medio bajar, la escalera dibujaba una curva abierta semicircular como si rodeara un torreón, o alguna forma grande y redondeada en la parte externa del muro. Era una arquitectura curiosa para ser un edificio tan antiguo, fuera o no reconstruido. Hasta el presidente lo comentó.
– En un edificio básicamente rectangular no deberían haber paredes curvas, no como ésta -dijo, casi inquieto.
– Sea lo que sea, no aparece en el esquema que nos dio el gerente del complejo. Y el Servicio Secreto español tampoco lo mencionaba.
El presidente volvió a observarlo y luego lo dejó de lado, cuando alcanzaron el final de las escaleras y emprendieron un pasillo con varias puertas abiertas a habitaciones, a derecha e izquierda, y una cerrada con el signo de WC colgado.
– Salas de reuniones, clases, lavabo -dijo Hap, y luego se paró de golpe frente a una puerta cerrada y la abrió-. Aquí -dijo, y encendió el interruptor de la pared.
La habitación se iluminó y entraron en el pequeño trastero que les había prometido. Material de limpieza y de papelería llenaba las estanterías a lado y lado. Había también toda una serie de herramientas comunes -martillos, llaves inglesas, alicates, perforadoras, focos de trabajo y linternas muy usadas- colgadas ordenadamente en una pared, sobre una mesa de trabajo cerca del fondo. En una esquina había una docena de cajas de cartón en las que se podía leer BIBLIAS.
Hap cerró la puerta y consultó su reloj de pulsera:
– Son las 7.56 -dijo, mirando al presidente-. No tengo manera de saber si su amigo, el rabino Aznar, sigue formando parte de los ponentes del servicio, pero sea quien sea que dirige el servicio, éste debe empezar a las 8.10. El Servicio Secreto español lo barrerá todo antes de que entre la gente. No quiero que subamos a ciegas para luego tener que esperar en el pasillo a que todo el mundo esté sentado y las puertas cerradas. Puede que convenzamos a los españoles, pero lo más probable es que no, en especial si sus órdenes procedían de Madrid. Pensarán lo que piensan todos: que hacen lo que deben llevándoselo a usted de aquí. Así que esperar arriba es demasiado peligroso. Los españoles se relajarán una vez empezada la ceremonia. Entonces es cuando nosotros subimos.
– ¿Y cómo vamos a saber que ha empezado? No podemos tener a nadie allí arriba, ni siquiera a José.
– Al fondo del pasillo está la sala de vídeo de la iglesia. En ella hay monitores de veinte cámaras de circuito cerrado montadas por toda la parte superior del templo y en el aparcamiento de fuera, que están conectadas al dispositivo de seguridad central del complejo. El problema es que la sala está cerrada. Pero si logro abrir la puerta podremos ver todo lo que ocurre dentro de la iglesia y en toda la zona que la rodea. Lo que me preocupa es que podemos tardar un tiempo en abrir la puerta, si es que puedo hacerlo. Si aparece alguien mientras lo intento, nos ve y avisa a seguridad, las cosas se pueden poner muy feas en cuestión de segundos.
– Hap -lo apremió el presidente-, si aparece alguien, yo soy igual que vosotros y que José -dibujó una media sonrisa y señaló el logo del complejo estampado en su camisa-, un simple tipo medio calvo que trabaja aquí.
7.58 h
La puerta de la sala de control estaba a quince metros por el pasillo del trastero y estaba hecha de acero y cerrada con llave. En la pared contigua había un teclado electrónico y una ranura con lector de tarjetas magnéticas.
Marten avanzaba vigilante, con la espalda pegada a la pared y la Sig Sauer a un costado. Hap puso la mano sobre el pomo y trató de girarlo. Nada.
– La mayoría de dispositivos como éste tienen un código maestro, el que utilizan los técnicos para entrar en ellos. Sólo hay que encontrarlo.
Marcó un código en el teclado e intentó abrir otra vez. Nada. Probó un código distinto. Nada de nada. Lo intentó con distintas series de números pero seguía sin tener suerte. Finalmente movió la cabeza y se volvió hacia el presidente.
– No va a funcionar, y tampoco podemos derribar la puerta. Tendremos que volver al almacén y calcular el inicio del servicio como buenamente podamos.
– Primo -Marten miraba al presidente-. Cuando subíamos hacia aquí, a la iglesia, he mirado hacia atrás, al camino que hemos recorrido. Se puede ver el valle entero, más allá de los edificios de servicio, hasta las montañas en las que estábamos anoche.
»He trazado una línea imaginaria desde la puerta grande donde acababa el monorraíl en el túnel hasta aquí. Cruzaba los viñedos, por en medio del área de mantenimiento, y hasta la iglesia, en una línea todo lo recta que pueda uno imaginar. Si Foxx hubiera hecho excavar este túnel en la misma época en la que se construyó el complejo, habría tenido que poner la tierra excavada en algún otro lugar. El túnel tendría unos dieciséis kilómetros por dentro de la montaña; probablemente otros trece o catorce kilómetros más hasta aquí, si es que lo llevó tan lejos. Se mire como se mire, sacarían muchísima tierra y roca. Y usted ha dicho que toda esta tierra es de relleno. Tal vez proceda del túnel.
– No le entiendo.
– Si estoy en lo cierto, todo esto, los laboratorios, el túnel monorraíl, esta iglesia, hasta el complejo mismo, todo es obra de Foxx. Su idea, su diseño, su construcción, todo.
– ¿Y si lo es?
– Debió de haber dejado teclados y códigos de entrada para los demás, pero ¿por qué iba a complicarse la vida y tener doce claves de seguridad distintas, si con una ya funcionaba? -Se sacó la tarjeta de seguridad de Merriman Foxx del bolsillo, se acercó a la puerta y la deslizó por la ranura, como había hecho para entrar en los laboratorios de Foxx bajo el monasterio.
Se oyó un claro «clic». Marten giró el pomo y la puerta se abrió.
– Parece que los intereses del doctor Foxx eran todavía más globales de lo que pensábamos.