Comisaría central de Policía de Barcelona
Sala Especial de Comunicaciones, 10.45 h
Hap Daniels acababa de volver de su siesta de veinte minutos. Tiraba de sus auriculares y buscaba con la vista a Bill Strait, ansioso por saber si había podido ponerse en contacto con el servicio de inteligencia español en Madrid y había podido organizar la intervención de las líneas de Evan Byrd, cuando le llegó una voz que le resultaba familiar:
– Hap, soy Roley. -Era Roland Sandoval, el agente especial del Servicio Secreto responsable del dispositivo de protección del vicepresidente Hamilton Rogers. Daniels sabía que Rogers había llegado hacía poco de manera secreta a Madrid y que había ido directamente a la embajada de Estados Unidos con el fin de reunirse con el jefe de personal de la Casa Blanca, Tom Curran, para una reunión privada concertada con el presidente del gobierno español en la que se trataría la desaparición del presidente Harris.
– Sí, Roley.
– Acabamos de aprobar el aterrizaje del vicepresidente en Barcelona a las 13.00 h. Después tiene prevista una visita de una hora por la zona.
– ¿Visita por la zona? ¿Por qué? ¿Por qué coño ahora?
– Órdenes directas del jefe de personal. Desde la Casa Blanca se quiere demostrar la preocupación del país por la situación terrorista, incluso mientras el POTUS está «incomunicado». Luego volverá a Madrid y pasará la noche en casa de Evan Byrd antes de su reunión con el primer ministro español, prevista para mañana.
Daniels se mordió la lengua, indignado, y durante un largo rato se quedó en silencio. Finalmente, respondió con un sencillo-Está bien, Roley, ya lo coordinaremos. Gracias por despertarme.
Se oyó claramente el clic de cuando el agente White/Sandoval colgó.
– ¡Qué cojones! -masculló Daniels entre dientes.
El VPOTUS. Visita por la zona. Eso significaba despliegue de prensa, fotos y entrevistas. Luego, con la misma rapidez, Rogers regresaría a Madrid y a la residencia de Byrd. Algo estaba pasando pero no tenía ni idea de qué era.
De nuevo volvió a buscar a Bill Strait. Si el vicepresidente Rogers iba a pasar la noche en casa de Evan Byrd, tenían que pinchar sus teléfonos.
– Hap -oyó la voz de Bill por los auriculares.
– ¿Dónde estás?
– En la cafetería. ¿Tienes tiempo de tomar una taza de buen café español?
– Desde luego que sí -Hap cortó y empezaba a quitarse los auriculares cuando entró otra voz.
– ¿Agente Daniels? -Era una voz masculina con acento británico.
– Sí.
– Soy el agente especial Harrison, MI5 en Manchester, Inglaterra. Acabamos de interrogar al señor Ian Graff, el supervisor de proyectos de la empresa en la que trabaja Nicholas Marten en Manchester. Dice que Marten se ha puesto en contacto con él a través de su asistenta a primera hora de esta mañana y que ha pedido que lo llamara al móvil con una lista de tipos de azalea.
– ¿Qué quiere decir «a través de su asistenta»?
– Pues que ha llamado a su casa y le ha pedido a la asistenta que llamara al señor Graff al despacho. Graff cree que Marten ya debería saber que estaba en el despacho y que lo normal era que lo hubiera llamado allí directamente.
– ¿Cómo cojones lo ha llamado Marten? Habríamos localizado las coordenadas de su móvil en cuestión de segundos. ¿Cómo lo ha hecho? ¿Desde una cabina?
– No, señor. Actúa cada vez con menos cuidado. Ha utilizado el teléfono móvil de un servicio de limusinas de Barcelona, Barcelona Limousines. El coche está ahora mismo contratado por un servicio de un día y lleva a dos caballeros. Los han recogido en el hotel Regente Majestic esta mañana, un poco antes de las siete.
– ¿Sabemos dónde está el coche, ahora mismo?
– No, señor, pero tenemos su descripción, la matrícula y el número de móvil.
– ¿Ha dicho en la empresa de limusinas por qué llamaba?
– No, señor. Sólo estábamos recogiendo información. Se ha hecho a través de la facturación de una empresa de telefonía y de la comprobación de archivos.
– Gracias, MI5. Buen trabajo. Se lo agradecemos mucho.
– Es un placer, señor. Cualquier cosa más, háganosla saber.
Daniels apuntó los números de la limusina y luego desconectó. Era el paso que esperaba, el problema era qué hacer ahora con ello. Dárselo a cualquier otra persona -su propio equipo, la CIA, la inteligencia española o la policía de Barcelona- significaba que Jake Lowe y el doctor Marshall se enterarían inmediatamente. Si no se lo daba a nadie, los del MI5 no tardarían en preguntarse por qué no se había tomado ninguna medida a partir de su información y empezarían a hacer ruido. Lo que tenía que hacer ahora era pensar. Algo difícil en una sala atiborrada de policías y agentes especiales trabajando con ordenadores y diseccionando información. Decidió que lo mejor era reunirse con Bill Strait en la cafetería y tomarse aquella taza de buen café español.