7.00 h
El doctor James Marshall observaba cómo la inspectora Díaz y uno de los agentes del Servicio Secreto que hablaba español interrogaba a Miguel en un lugar aislado, cerca de la parte trasera del puesto de mando. Las preguntas iban del español al inglés y luego vuelta al español, y luego otra vez al inglés. Esposados y más que un poco nerviosos, con un policía a cada lado custodiándolos, Héctor y Armando se sentaban en sillas plegables a pocos metros de él, presenciando deliberadamente cómo acribillaban a preguntas a su tío. Si Miguel no se hundía, estaban casi seguros de que uno de los chicos lo haría.
Bruscamente, Marshall se dio la vuelta y se acercó a Bill Strait:
– No les está diciendo nada.
– Lo hará. O si no, uno de los chicos nos dirá más. Pero llevará un poco de tiempo y no hay que contar con revelaciones repentinas.
Marshall estaba cansado, furioso y frustrado. También sentía una ansiedad creciente y eso no le gustaba. Le hacía sentirse como Jake Lowe:
– Tenemos a un conductor de limusinas español con acento australiano y a dos chicos de la zona. Luego tenemos a un tipo que se parece a Hap, que tal vez sea Hap, perdido por ahí con el presidente y con Nicholas Marten. Tenemos todos los medios técnicos y un ejército de efectivos y de aviación sobrevolando la zona y ahora, además, es de día. Y, con todo, no somos capaces de encontrarlos. ¿Por qué?
– Tal vez sea porque siguen en algún rincón de las galerías -dijo Strait-. O porque no están en ninguno de esos sitios.
– ¿Qué coño significa esto?
Strait se dio la vuelta y se acercó a un mapa de la zona:
– Esto -dijo, pasando una mano por la zona montañosa- es lo que hemos estado rastreando. Por aquí -desplazó la mano a la derecha- está la estación invernal de Port Cerdanya, donde estaba previsto que el presidente interviniera, originalmente, esta mañana.
Marshall reaccionó:
– ¿Cree que es adonde se dirigen?
– No lo sé. Lo único que sé es que aquí no lo hemos encontrado. Sabemos que estaba en los túneles y, con o sin Hap, si de alguna manera ha logrado salir y cruzar estas montañas… -Strait vaciló, luego prosiguió-. No puedo meterme en su cabeza, excepto para pensar que el complejo es un lugar real al que podría ir y del que tiene referencias, y en el que hay congregada gente muy importante con la que puede hablar, algunos de los cuales son conocidos suyos. Cómo lo haría, no lo sé. Sólo estoy pensando en voz alta.
Marshall se dio la vuelta y se dirigió hacia la inspectora Díaz para apartarla unos segundos de Miguel y los chicos.
– ¿Sería posible -preguntó- que el presidente hubiera conseguido cruzar estas montañas de alguna manera y hubiera llegado a la estación de Port Cerdanya?
– ¿Sin que el satélite lo detectara?
– ¿Y si llevaba mantas térmicas, como el conductor de la limusina? ¿Y si eso fue lo que vimos en el agua, en las imágenes del helicóptero? El presidente, Hap Daniels, Marten y el conductor.
– Y entonces, usted supone que ha podido recorrer el resto del camino a pie, por tierra, bajo la lluvia y a oscuras.
– Sí.
La inspectora Díaz sonrió:
– No es nada probable.
– Le pregunto si es posible -dijo Marshall, con frialdad.
– Si estuviera loco y tuviera alguna idea de cómo llegar hasta allí, diría que sí, supongo que es posible.