Sábado 8 de abril
52

Madrid, 1.45 h


No sé si significa algo, señor. -Hap Daniels oyó la voz de la especialista de inteligencia del Servicio Secreto, Sandra Rodríguez, a través del auricular-. Es un movimiento que el software analítico del NSA ha recogido a primeras horas de la tarde en Barcelona y acaba de ser evaluado.

– ¿Qué movimiento? -le soltó Daniels.

En las interminables horas transcurridas desde la desaparición del presidente había estado viviendo a base de esperanza, café y adrenalina. Bajo las órdenes urgentes emitidas desde la oficina del vicepresidente y supervisadas por George Kellner, el jefe de la delegación de la CIA en Madrid, el Servicio Secreto había tomado las riendas de un puesto de mando de alto nivel instalado en una anodina nave industrial del Poblenou, un barrio de viejas fábricas y almacenes; un puesto de mando construido inicialmente por la CIA para ser utilizado en caso de algún conflicto terrorista que tuviera que ver con la embajada de Estados Unidos.

Hacía ahora casi diecinueve horas desde la desaparición del presidente, y Daniels -rodeado del enorme bulldog Bill Strait, su agente especial adjunto en este caso; el pálido e inexpresivo Ted Langway, director adjunto del Servicio Secreto enviado desde Washington; el jefe de la oficina de la CIA en Madrid, George Kellner, y media docena de otros supervisores de asuntos concretos relacionados con el presidente- permanecía en la oscura sala central de control de aquel almacén de la CIA reconvertido, iluminado por las pantallas de docenas de monitores informáticos manipulados por los analistas técnicos de la CIA y del Servicio Secreto que recogían información relacionada con lo que ahora era una enorme operación de inteligencia top secret a escala mundial.

Al fondo, cual sombra de acero y caminando arriba y abajo como si su esposa estuviera pariendo y tardara demasiado en hacerlo, estaba el jefe de asesores políticos del presidente, Jake Lowe. BlackBerry en mano y con los auriculares conectados permanentemente a la línea por la que hablara Hap Daniels, Lowe tenía otra línea preparada que reaccionaba a su voz y que podía conectarlo inmediatamente con un teléfono protegido de la embajada de Estados Unidos, a media docena de millas de allí, donde el asesor de Seguridad Nacional, James Marshall, y el jefe de personal de la Casa Blanca, Tom Curran, habían instalado lo que ellos llamaban «una sala de guerra a pleno rendimiento». Allí estaban conectados mediante líneas protegidas con el sótano de la Casa Blanca en Washington, donde el vicepresidente Hamilton Rogers, el secretario de Estado David Chaplin, el secretario de Defensa Terrence Langdon y el jefe del Estado Mayor Chester Keaton, jefe conjunto de los jefes de personal, habían instalado su propia sala de guerra.


– Tenemos registradas veintisiete llamadas hechas entre las 20.00 y las 20.40 horas de esta tarde desde seis teléfonos públicos distintos, todas dentro de un radio semicircular de tres kilómetros desde la estación Barcelona-Sants -dijo Rodríguez-. Fueron pagadas con una tarjeta de teléfono adquirida en un estanco de la calle Robrenyo.

Barcelona estaba en el punto de mira desde que a primera hora de la tarde del viernes se había producido un pequeño incendio en un quiosco de la principal estación de tren de la ciudad. Un fuego, habían concluido rápidamente las fuerzas del orden, que había sido provocado sin motivo aparente -robo, vandalismo o acto terrorista- y que la policía española tildaba ahora de «táctica de distracción». Pero distracción, ¿de qué? La única respuesta parecía ser que, puesto que el fuego había estallado cerca del lugar en la que la policía estaba haciendo un control de identidad, alguien de dentro de la estación -tal vez el propio presidente, pero más probablemente alguien con antecedentes criminales o en alguna lista de terroristas buscados- había querido así saltarse el control. Y si eso era cierto, podía haberlo logrado, porque los policías encargados del control abandonaron fugazmente su tarea para investigar el fuego y la conmoción que originó dentro.

– ¿Qué relación tiene con el POTUS? -insistió Daniels, a quien la fatiga y la frustración empezaban a hacerle perder su normalmente correcta compostura.

– Ya le he dicho que no sé si significa algo, señor.

– ¿Qué significa algo? ¿De qué coño me está hablando?

– Del movimiento, señor. Las llamadas han sido hechas a hoteles locales. Una tras otra, como si alguien intentara localizar al huésped de un hotel pero no supiera en qué hotel se aloja esa persona.

– Consígame el nombre del estanco donde ha sido adquirida la tarjeta, los números y ubicación de los teléfonos desde donde se hicieron las llamadas, y los números y nombres de los hoteles a los que han llamado.

– Sí, señor.

– Gracias. -Daniels marcó un número en el teclado que tenía delante-. Averigüe si la inteligencia española ha interceptado los teléfonos públicos de Barcelona entre las 20.00 y las 20.40 horas de hoy. Si lo han hecho, mire si tienen un registro de voces de una serie de llamadas hechas a hoteles locales en esa franja de tiempo. Quiero saber si las llamadas las ha hecho un hombre o una mujer, qué preguntaban y en qué idioma.

– Sí, señor.

– Y hágalo rápido.

– Sí, señor.

Загрузка...