93

24.23 h


En un segundo Marten lo atrapó por detrás y con el antebrazo le apretó la tráquea, cortándole la entrada de aire. Foxx gritó, estupefacto, y luego peleó con fuerza, tratando de liberarse y dejando caer al suelo el aparatito que se había sacado del bolsillo. Pero Marten sólo lo apretó con más fuerza. A Foxx se le agitaba el pecho a medida que luchaba por obtener aire. Marten cambió y le apretó ahora las arterias carótidas a ambos lados del cuello, esta vez cortando el riego sanguíneo del cerebro del sudafricano. Foxx peleaba y daba patadas a aire. No conseguía nada. Un segundo. Dos. Tres. Hasta que se quedó desmayado en brazos de Marten.

Marten miró al presidente.

– ¡Rápido!

El presidente se quitó el cinturón de los pantalones, pasó por detrás de Marten y ató los brazos de Foxx a su espalda. Luego, como si volviera a sus años mozos en California y estuviera atando a un potro salvaje, cruzó las manos de Foxx y las envolvió con el cinturón. Al cabo de pocos segundos, él y Marten levantaron al sudafricano sobre la mesa de acero, inoxidable, deslizando sus brazos atados por encima de uno de los polos verticales.


24.16


En medio de ronquidos, tos y con el pecho agitado mientras sus pulmones luchaban para aspirar aire, Foxx recuperó la consciencia. Un minuto más y la niebla empezó a disipársele del cerebro y pudo mirar las caras del primo Jack y el primo Harold. Entonces los ojos se concentraron en Marten y su presencia le encendió.

– Ha sido una inmovilización propia de un policía -rugió-. Usted ha sido policía. Y tal vez lo siga siendo.

El presidente miró a Marten, pero Marten ni se inmutó. Volvió a mirar a Foxx:

– Quiero saber todo lo que tiene planeado para los estados musulmanes.

Durante un buen rato, Foxx se quedó sin expresión; luego sonrió lentamente, con una sonrisa amplia y estremecedora, llena de arrogancia, hasta de desafío. Era la mirada de un loco ilustrado, un personaje totalmente capaz de ejecutar un plan de genocidio y de disfrutarlo de principio a fin.

– Sólo buena voluntad, caballeros.

– Se lo volveré a pedir. Quiero saber lo que usted y sus amigos de Washington tienen planeado para los estados musulmanes, para Oriente Próximo.

Los ojos de Foxx se paseaban entre Marten y el presidente.

– Tiene una última oportunidad, doctor -dijo el presidente.

Foxx miró al presidente:

– El señor Marten parece haberle metido ideas muy estrambóticas en la cabeza.

El presidente respiró y miró a Marten:

– Creo que debemos proceder, primo.

De pronto, sacó una botella de medio litro de Vichy Catalán que había comprado en el restaurante Abat Cisneros y se la dio a Marten.

Marten la cogió y luego miró a Foxx:

– Agua con gas, como dicen aquí. Tal vez sea un método un poco primitivo para alguien como usted, doctor. Me lo enseñó un viejo policía de aduanas. Lo utilizaba para hacer hablar a los traficantes de droga y de personas. Y solía funcionarle.

Los ojos de Foxx se concentraron en la botella. Si sabía lo que estaba a punto de pasar, no lo demostraba.

– Una última vez, doctor Foxx -dijo el presidente Harris con delicadeza. No quería que hubiera malentendidos-. ¿Qué tienen planeado para los estados musulmanes?

– Paz en la tierra -volvió a sonreír Foxx-. Y a los hombres de buena voluntad.

Marten miró a Harris.

– ¿Tiene una servilleta del restaurante?

– Sí.

– A los animales de granja de los que hablábamos antes, cuando los inmovilizábamos para que el veterinario les diera una inyección, no les gustaba. Al doctor tampoco le gustará. Coja la servilleta y métasela en la boca. Luego agárrele la cabeza y sujételo con fuerza.

Lo siguiente pasó rápido y fue desagradable. El presidente Harris se sacó una servilleta blanca del bolsillo y la llevó a la boca abierta de Foxx. Foxx la cerró con fuerza y volvió la cabeza hacia un lado. Marten vaciló una décima de segundo y luego cerró el puño y le dio un buen puñetazo al estómago. Foxx gritó y el presidente le embutió la servilleta en la boca, ahora abierta de par en par.

Al mismo tiempo, Marten abrió el tapón de rosca del Vichy Catalán, taponó la boca de la botella con el pulgar y la agitó con fuerza. Las burbujas del interior colisionaban con violencia, comprimidas en lo que era casi una bomba de mano. Foxx trató otra vez de desviar la cabeza, pero el presidente se la sostenía con una fuerza inusitada. Marten volvió a agitar la botella, la embutió en el orificio nasal derecho y sacó el pulgar.

Una explosión de aire comprimido y agua mineral salió disparada directamente en la nariz de Foxx. El hombre rugió por el insoportable dolor en los senos y el lóbulo frontal del cerebro. Daba patadas al aire, trataba de liberarse con todas sus fuerzas, de escupir la servilleta de su boca.

Cuanta más fuerza hacía, más duros eran los ataques de Marten. Agitaba la botella, una y otra vez, y le hacía explotar el agua carbonatada por una fosa, luego por la otra. Foxx era fuerte, como Harris había prometido y Marten había visto en el restaurante. Al tratar de liberarse, estampó una rodilla en la cara del presidente. Harris gritó y casi cayó al suelo, luego se recuperó, aguantando mientras Foxx tiraba y se retorcía, tratando una y otra vez de escupir la servilleta para poder respirar y, al mismo tiempo, evitar los ataques de Marten.

– Ya basta -dijo el presidente.

Marten lo ignoró. Siguió adelante, tapando la botella con el pulgar, agitando la botella, metiéndola en la nariz de Foxx, sacando el pulgar y disparando el cañón de agua carbonatada.

– ¡He dicho que ya basta! ¡Quiero respuestas, no a un hombre muerto!

De pronto, los ojos de Foxx se giraron debajo de las pestañas y el hombre dejó de luchar.

– ¡Basta! ¡Basta ya! -El presidente Harris soltó a Foxx y agarró a Marten, apartándolo con fuerza-. ¡Basta, maldita sea! ¡He dicho que basta!

Marten tropezó hacia atrás y lo miró, con los ojos abiertos de par en par. El ganador del combate se retiró a su rincón, con el pecho agitado y la mirada fija en su apaleado y abatido contrincante, confundido, preguntándose por qué se había detenido el combate.

De pronto Harris se metió en medio, bloqueándole la vista de Foxx a Marten y colocándose delante de su cara:

– Está dejando que se le vaya la mano por lo que le hizo a Caroline Parsons. Lo comprendo, pero ahora mismo no nos podemos permitir el lujo de dejarnos llevar por sus sentimientos privados.

Marten no reaccionó.

El presidente permaneció delante de él, con la cara pegada a la suya:

– Lo está matando, ¿me entiende? Si no es que lo ha hecho ya.

Marten recuperó lentamente la compostura.

– Lo siento -dijo, finalmente-. Lo siento.

El presidente se quedó donde estaba todavía un momento, luego se volvió hacia Foxx. Tenía la cabeza ladeada, los ojos todavía hacia arriba debajo de los párpados. De la nariz le salía mucosidad y agua mineral que se desparramaban por encima del banco. Emitió un ronquido, tratando de coger aire y al mismo tiempo expulsar el líquido que le quedaba en las fosas nasales.

Al instante, Harris se inclinó encima de él y le sacó la servilleta de la boca. Se oyó un fuerte jadeo al llenársele los pulmones de aire.

– ¿Me oye, doctor? -dijo el presidente.

No hubo respuesta.

– Doctor Foxx, ¿me oye?

Durante un momento largo no pasó nada, y luego vieron que el doctor hacía un leve asentimiento con la cabeza. El presidente le puso bien la cabeza y los ojos de Foxx aparecieron por debajo de los párpados para mirar a Harris.

– ¿Me reconoce?

Foxx asintió, con un gesto casi imperceptible.

– ¿Puede respirar?

Otra vez asintió. Esta vez más fuerte. Como su respiración.

– Quiero saber lo que están planeando para Oriente Próximo. Cuándo va a pasar, exactamente dónde, y quién más está involucrado. Si no me lo dice tendremos que repetir el tratamiento.

Foxx no respondió. Estaba allí inmóvil, mirando al presidente. Luego, con una lentitud infinita, sus ojos se desplazaron hasta Marten y su mirada se quedó allí.

– ¿Qué está planeando para Oriente Próximo? -repitió el presidente-. ¿Cuándo va a pasar? ¿Exactamente dónde? ¿Quién más está involucrado?

Fox permanecía en silencio e inmóvil, mirando a Marten. Luego su mirada volvió hacia Harris y sus labios se movieron:

– Está bien -resopló-. Se lo diré.

El presidente y Marten intercambiaron una mirada cargada de emoción. Finalmente, después de todo, obtendrían una respuesta.

– Cuéntemelo todo, todos los detalles -le exigió el presidente-. ¿Qué planean para Oriente Próximo?

– Muerte -dijo el doctor Foxx, sin ninguna emoción en absoluto.

Luego, con una mirada aguda a Marten, mordió con fuerza, haciendo rechinar los dientes.

– ¡Cójalo! -gritó Marten, moviéndose hacia Foxx-. ¡Cójalo! ¡Ábrale la boca!

Marten apartó a un presidente estupefacto a un lado, agarró a Foxx por las mandíbulas y trató de separárselas. Pero fue demasiado tarde. Fuera lo que fuese, había actuado con una rapidez extrema. Merriman Foxx estaba muerto.

Загрузка...